La voluntad de cambio está en el pueblo, y bien haría la Coalición Democrática en poner sus miras hacia allí, en sus esfuerzos para que en el 2020 el PLD salga del poder, y ese hecho genere una nueva ambientación política en el país.
Desde luego que los partidos son importantes para canalizar el voto desde la sociedad a la perspectiva del poder; yo, de hecho, milito en uno, y siempre militaré en la idea de que son tan necesarios como el Estado, hasta que se extingan en el largo del tiempo, como consecuencia del desarrollo social.
Pero si se observan los datos de las encuestas sobre preferencias electorales y valoraciones políticas, el gran caudal de posibles votantes opositores está fuera de los partidos, está en el pueblo.
De acuerdo con varias de esas encuestas, el rango de desconfianza ciudadana con respecto a los partidos se mueve entre un mínimo de 58 y un máximo de 62%. El precandidato más valorado de la oposición, supera con mucho la valoración de su propio partido; y lo mismo, aunque con una gran distancia de este, ocurre con otros precandidatos o líderes, que son reconocidos más como figuras de cierta trascendencia que adheridos a sus propios partidos.
Por todo esto, el principal aporte que pudiera hacer la Coalición Democrática a una alianza amplia, es implantar en la conciencia colectiva propuestas para el cambio con calidad democrática, y con estas, movilizar lo mucho que hay en la sociedad con ese interés
La restauración, imprescindible para el proceso democrático, de la confianza en los partidos por parte del pueblo, tendrá mucho que ver con la gestión pública que resulte de un cambio en el 2020 y lo que ocurra en adelante. Porque el principal aporte a esa desconfianza, viene de que los gobiernos no corresponden a las expectativas de bienestar, justicia social y democracia de la ciudadanía. No es cuestión de mesianismos. Es que, los partidos son el canal definido en el régimen político para convertir el voto popular en poder y políticas públicas, y por eso, principalmente, se les transfieren las malas gestiones en el gobierno y el Estado en general.
Además, es razonable que algunos partidos pongan interés en sus particulares cuotas de poder. No pueden suicidarse. Lo lamentable es que lo hagan tan por encima de la idea de un cambio en general. Pero esta es la realidad constatada con mucho, muchas veces. Por lo que, a ese fin, llevarían negociaciones que consumirían un tiempo del que no se dispone para implantar en el país una sensación de cambio político.
Más, los partidos dispuestos a pactar un acuerdo en el que hagan valer sus intereses particulares, querrán discutirlos de manera directa con el que pueda corresponderlos, sin intermediarios.
Por todo esto, el principal aporte que pudiera hacer la Coalición Democrática a una alianza amplia, es implantar en la conciencia colectiva propuestas para el cambio con calidad democrática, y con estas, movilizar lo mucho que hay en la sociedad con ese interés.
"Segundas partes nunca fueron buenas", escribió Cervantes en el Quijote; pero si tiene mucha importancia apelar a la experiencia histórica, y en este caso, es bueno recordar que hacia el cambio de 1978 no se hizo necesario un pacto entre partidos, porque el pueblo asumió esa necesidad, se movilizó y votó por la mediación partidaria que estaba mejor habilitada para garantizarlo. Los partidos, incluyendo al PLD, que resistieron ser parte de ese esfuerzo, fueron barridos del mapa electoral y tuvieron que salir de nuevo a buscar firmas para recuperar su registro.
La Coalición Democrática debe reflexionar el rumbo que le da a sus iniciativas por el cambio, tener en cuenta la realidad de los partidos y movimientos, y las experiencias respecto a los momentos con posibilidades de inflexión política, y el cómo se han dado cambios de gobiernos en el proceso político dominicano, partiendo desde 1962.
Los partidos que resisten hacer parte de una coalición para el cambio en el 2020, son, por razones distintas entre unos y otros, funcionales al PLD. Es fácil entenderlo: este tiene su voto duro, blindado por los recursos del poder a la incidencia de cualquier otro partido; y lo que cada opositor procura en materia de votación, es sobre la base de quitárselo en la sociedad a otro opositor, con lo que debilitan la posibilidad del cambio, porque divide.
Esto es tan fácil de entender políticamente, que uno tiene que concluir en que han de ser muy poderosas las razones para marchar en contravía a la lógica de unidad amplia para derrotar al PLD, de hecho entendida por gran parte del pueblo llano.
Y de verdad, creo que las razones son diferentes, entre unos y otros. Hay partidos que no pueden, porque dada su cultura política, y subrayo cultura política, que no se modifica de la noche a la mañana; llevaría su militancia a sentirse como una “especie rara” en una coalición, por ejemplo, con el PRM.
Pero también hay partidos que más que partidos son una “realidad psicosocial”, incluyendo el progresismo y la izquierda; con más de religión que de política, solo unidos en torno a alguna persona y hasta en una simbología histórica, y con un punto de partida en su origen, que, una unidad con quien sea, más si es con un partido considerado tradicional, les generaría abandono de militancias y, como menos, conflictos de índole diversa. Mientras sean monjes, seguirán tocando la misma campana, diría el viejo Mao Tse tung, y no hay experiencias históricas, ni realidades, ni discusión teórica que puedan cambiar ese tilín tilán.
No especulo. Lo he indagado. Viajo con frecuencia a todos los confines del país. En el país hay más de 80 grupos políticos, con o sin registro electoral; y sobrepasan los mil los grupos sociales, “antipartido”, unidos en torno a líderes y demandas de todo tipo. Es una expresión en la supraestructura de la sociedad, todavía no estudiada a fondo; que resulta de las privatizaciones y el “sálvese quien pueda”, del imperio del mercado como organizador de la sociedad y su impronta en la informalidad en la economía y en todo; hecho que se hacía grande, justo en el ocaso de Bosch, Peña Gómez y Balaguer, que dominaron la vida política desde 1962 hasta parte larga de los años de 1990, y al desaparecer, dejaron a sus partidos atravesados por el clientelismo político. Al interior mismo de los partidos considerados grandes, hay cientos de partiditos, con sus respectivos caudillitos y fines chiquitos, con los que el liderazgo central de aquellos debe negociar y satisfacer posiciones políticas y cuotas. Es un caso tropical y de antropología política.
Encontrar la línea resultante en que converjan tantas posturas e intereses, es una labor de cíclopes que se lleva años.
Esta es una razón más para insistir en que la Coalición Democrática debe trabajar principalmente en el pueblo y menos en los partidos y movimientos.
Para ese esfuerzo dispone de voces y figuras con una mejor valoración en el pueblo que la de muchos líderes y partidos, y puede hacer una comunicación política efectiva.
Hay que aprovechar el tiempo.