1. Nuestro país vive una desconcertante escasez de puntos de orientación sólidos y confiables, y de guías fidedignas. Los discursos y anuncios que pretenden darlos son portadores de verdaderas que se han salido del camino o de mentiras dichas con la expresa intención de confundir. Y esto ha pasado a ser un estilo del gobierno de turno. Los que hoy ostentan el gobierno político también pretenden adueñarse del “gobierno de las palabras”. Nunca como ahora gobierno alguno había hablado y gastado tanto de sí mismo, sometiendo al pueblo a una propaganda inusual que compite con la de cualquier producto de consumo masivo. Cientos de spots-consignas-lemas-cuñas-eslóganes-estribillos, con las que, más que a otros, buscan convencerse ellos mismos.
2. El gobierno de turno y las instituciones públicas someten a diario a los ciudadanos a una costosa y derrochadora lluvia mediática anunciando logros que sólo ellos ven y vendiendo un país en donde “todo está bien”, constancia palpable del dispendio de los recursos públicos y de la manipulación orquesta para pintar una realidad social que parezca ser lo que no es. Estas acciones tienen la pretensión de constituir un “gobierno hegemónico de las palabras” con la complicidad de algunos medios comunicación y de comunicadores complacientes o con gratitudes obligadas pendientes.
3. Cientos de mensajes oficiales retorcidos simplifican y violentan el significado de las palabras que retratan la tragedia política, social y económica a que han sometido al pueblo, dejándolo “sin luz, sin pan, sin agua y sin esperanza”. Han encanallado los discursos sometiéndolos a interesados silenciamientos morales, componiéndolos para enrumbar al pueblo por una larga infancia que, al decir del gobierno y de los “continuistas”, los convierte en guardianes que deben tutelar la voz, la palabra y las decisiones de los ciudadanos. Muestra también del poco respeto al pueblo que escucha, mira y lee los “colores de la verdad”.
4. Lejos de dejarse silenciar por el gobierno de las palabras de los que ostentan también el gobierno político desmedido y avasallante, el pueblo habrá de organizarse en “comunidades activas y visibles” para manifestar la necesidad y la urgencia de recuperar, hacer suyo el gobierno de las palabras como un arma de transformación y de cambio social innegociables. Sin miedo. Sin negociadores parcializados y de corta visión social. Más allá de la manipulación mediática inducida por la distracción y el espectáculo político, habremos de volver la mirada al poder de los ciudadanos para que exijan su derecho a voz y a la palabra. Para desarrollar la capacidad de entender lo que pasa y de poder contarlo, cuestionarlo, enjuiciarlo y denunciarlo.
6. El gobierno de las palabras debe estar en la conciencia de los ciudadanos e impulsar su participación política consciente y reflexionada sin padrinazgos políticos. Para aprender y expresar libremente aquellas palabras ocultadas por el silencio cómplice del gobierno, del sector privado o de los medios de comunicación. Para escribir las nuevas palabras que describen la verdadera realidad social, política, económica, cultural y educativa, y decir de manera diferente otras palabras secuestradas y agotadas por su abuso. Para contrarrestar los tediosos monólogos políticos oficialistas mediante debates, deliberaciones ciudadanas, cuestionamientos públicos, exigencia de rendición de cuentas y transparencia, disenso, declaraciones públicas, movilizaciones, apoyo a todos los procesos contra la impunidad, veedurías públicas, asambleas populares, presupuestos participativos y auditorias ciudadanas sobre la calidad de la democracia.
7. El principal argumento para que los ciudadanos se empoderen del “gobierno de las palabras” se encuentra en el derecho a la expresión y libertad del pensamiento consignado en la Constitución de la República y en la definición del sistema de gobierno dominicano como democrático contemplado en la misma Constitución. Siendo que la democracia necesita un principio de defensa contra la arbitrariedad del poder y que los ciudadanos tienen derechos morales contra el Estado.
8. Siendo además que la libre elección de los gobernantes por los gobernados no tendría sentido si éstos no fueran capaces de “expresar demandas, reacciones o protestas formadas en la sociedad civil”. La meta de una democracia es justamente permitir que los individuos y las comunidades puedan expresarse en cuanto razón colectiva. El valor de la discusión pública debe incorporarse a las acciones y decisiones democráticas. También el gobierno de las palabras deberá ser democrático.
9. Para ejercer del gobierno de las palabras los ciudadanos necesitarán explicarse constantemente, dar razones de los abusos del gobierno de las palabras de aquellos que pretenden imponer, por repetición, unas verdades carentes de premisas políticas decentes. Frente al uso monopólico del gobierno de las palabras por parte del oficialismo, es menester recuperar el lenguaje, el “derecho a hablar, a opinar y a decidir” en su potencialidad emancipadora de la sumisión y de la política de “buenas intenciones” o de interesadas “benevolencias políticas” a cambio del voto de los ciudadanos.
10. Conviene tener claro que existe “el mal gobierno de las palabras”, que encierra complejas tramas manipuladoras, mentiras adornadas, que sustituye los conceptos cargados de polémica, que se niega a hablar de transparencia, de corrupción y de corruptos. Que hace caso omiso de la ética pública que sustenta el principio de que las buenas instituciones no son posibles sin un discurso diferente que “construya valores éticos”. Existe también el respeto y el irrespeto a las palabras. A propósito de esto último, viene al caso lo que expresara el laureado escritor portugués José Saramago: “Las palabras no son inocentes ni inmunes, por eso hay que tener muchísimo cuidado con ellas, porque si no las respetamos, no nos respetamos a nosotros mismos”. ¡Cumplirlas es también cuestión de honor!