Sería oportuno dirigir ahora, brevemente, nuestra atención a la situación del arte contemporáneo, interpretándola a la luz de lo señalado en el artículo anterior. Entonces decía que lo bello no contribuye al ser de la obra de arte, sino que es un ingrediente exterior.

Safo

Sin embargo, debo precisar ahora que la presencia de la belleza es una cualidad que está presente en casi todo el arte anterior al arte contemporáneo. Y entiendo incluir en esta categoría casi todo el arte occidental desde finales del siglo XIX hasta nuestros días.

Casi toda creación artística tradicional desde el período clásico antiguo hasta el último romanticismo, el impresionismo, etc.. Es decir, en todo arte realista el factor de la belleza está siempre presente como un elemento fundamental. Casi se podría decir, que el objetivo de toda obra de arte durante este período milenario es la de resaltar la belleza del objeto a que se refiere o se trata en la obra, o por su contenido o su forma.

Sobre la belleza se podrían intentar múltiples definiciones, aquí de manera cuasi anecdótica recuerdo solo dos, que si bien contrapuestas revelan históricamente dos modos de enfocarla que han prevalecidos durante siglos. Una, es la definición subjetivista que nace según la tradición de un verso de Safo: Bello es lo que se ama. La segunda es de origen cristiano medieval, está referida a Tomás de Aquino: La belleza consiste en el esplendor de la forma.

En un ensayo publicado en 1925, titulado La deshumanización del arte, Ortega y Gasset se planteaba el fenómeno de la impopularidad e intrascendencia del arte moderno en nuestro tiempo frente a la mayoría del público genérico, que ya por esos años es la masa, esta situación dice, no consiste en otra cosa sino en haber el arte cambiado su colocación en la jerarquía de las preocupaciones o intereses humanos (…). No ha perdido ninguno de sus atributos exteriores, pero se ha hecho distante, secundario y menos grávido.

En breve, el arte moderno que ya no se pone como meta alcanzar la belleza como factor predominante de una obra de arte plena, ha perdido relevancia pues la masa que es ahora el cuanto que está llamado a fruir la obra, no ya individuos doctos, ni minorías ilustradas, no comprende el sentido de una obra que ya no hace referencia a una imagen sustentada en la copia de algún tipo de realidad. El arte no realista no viene comprendido inmediatamente por la masa, y en consecuencia esta la rechaza, en cuanto no sabe a que se refiere y en consecuencia, no comprende inmediatamente cuál es su mensaje. Hoy sabemos, por el mismo darse y pensarse del arte actual, qué quería decir Ortega.

Sabemos, además, cómo viene zarandeada, en nuestra época, la vida de los pueblos, transformados en meros conglomerados masivos, desagregados, disueltos, atomizados, sujetos de una propaganda sutíl y continuada que trata de convencerla de cuál es el sentido de la nueva realidad y de sus valores, sin aterrizar todo esto en un sentido identitario sustentable en el tiempo, en alguna forma de autenticidad basada en un relato histórico consistente sustentado en la afirmación de una memoria viva.

Ha surgido, en nuestro tiempo, por vez primera entre los pueblos del planeta, paralela a la cultura propia, una cultura universal y consumista que corroe y disgrega todas las demás posible. En ella, la creación viene desacralizada y disociada. Se transforma en mercancía. La cultura autóctona, enraizada en el alma popular, y la alta cultura, antes contrapuestas, ahora se ven ambas igualmente disminuidas y ultrajadas. 

En esta nueva cultura mundial no se establece discontinuidad alguna entre arte y cotidianidad. No existen, para ella, reinos solitarios, ni ceremonias, ni rituales, ni se reconocen objetos auténticos que asumen significado por abscribirse a ritos o ceremonias que opongan la cultura a la cotidianidad.

El producto cultural aparece determinado, por una parte, por su carácter de producto industrial y, por la otra, por su condición de bien de consumo, transformado en gadget –dispositivo que tiene un propósito y una función banal, pero dotados de una forma y un diseño ingenioso frente a la tecnología corriente, que deslumbra por esto último, pero que al ser fruto de la producción de masas de bajo costo y calidad, pronto decae por la saturación que produce en el usuario el agotamiento de lo novedoso que lo transforma en objeto representativo de aburrimiento vital–. Dominado por tales cualidades es imposible que de este objeto pueda surgir espacio para una autonomía y autenticidad estética.

La cultura de masas es igualmente producida y consumida a lo largo de todas las horas del día; se constituye hoy como el servicio común de di-versión social colectivo y resulta, por ello, en la cultura básica de adoctrinamiento en los slogans del sistema dominante. Aparece como una cultura que rellena los diversos ambiente de la cotidianidad, surge así una especie de cultura aerosol. 

Qué sucede con el arte en nuestro tiempo? Sucede lo descrito por Ortega. El arte se retira, y, en apariencia, actúa con gran modestia. Esto, claro está, respecto a la prolijidad de la cultura de masas. ¿Qué ocurre entonces, ahora, en el arte? 

Toda obra de arte como obra humana es fruto de una polis. El artista trabaja, concibe, actúa y sueña siempre desde, por y para una comunidad, y está imbricado en el movimiento conflictivo de su praxis social.

Tomás de Aquino

Empero, la obra de arte apunta hacía formas y modos para intentar edificar  un habitar humano posible; ilumina el presente, empero trasciende lo inmediato. La obra abre la posibilidad de crear un sendero que trascienda lo inmediato, lo intrascendente y cotidiano. La cultura y el arte brotan de la potencia de negación presente en todo lo inaudito y original. 

El artista es innovador; se planta, primariamente, como contradictor de la realidad inmediata; como tal, lucha por develar la verdad de su tiempo y de sus raíces, y combate por lo que aún no es o por lo que ha sido y quedó olvidado como reprimido. 

El artista como creador original es fundamentalmente revolucionario, tiende a cumplir en la obra de arte la liberación de lo real mediante su resignificación. Y esto se cumple en el arte contemporáneo.

Su lucha, a menudo dramática y siempre radical contra la forma, contra toda forma constitutiva, implica y denuncia la exigencia de un trastrocamiento de todas las leyes, también de las políticas, las religiosas y las morales. Es un arte que se sitúa bajo el signo de la refutación de lo que es, es un espejo de la nada. Mas, ella no se adelanta como una nada metafísica o mística, sino más bien como una nada metódica que trasciende los límites objetivos impuestos históricamente. Se erige como un posible camino para salir de la situación histórica derivada de la implantación del nihilismo.

La nada se presenta en la obra de arte contemporánea como un modo de aniquilamiento de una realidad surgida de una atmósfera de vacío espiritual, y también, como la posibilidad de una racionalidad mucho más madura, porque es abarcadora en sí de la razón histórica y de la no-razón, una razón más arrebatada que la locura (en que vivimos), porque la comprende y la niega desde dentro.

En esta disposición, el trazo, el sonido, el signo, las palabras, presentes en una obra de arte actual, nos hablan del ser, mas no se constituyen en su guardián objetivo; exponen en la obra, manifiestan en ella, las causas de lo negativo, se mueven como proyectos de destrucción del ser históricamente constituido y de su identidad. Se constituyen en inéditos proyectos de identidades abiertas e inclusivas.

Se ofrecen como libre curso de materia y significados que tienden a la autosignificación. Actúan como transgresión, no viven más la causa del estatismo y de la inmovilidad del ser. Tienden a ir más allá, intentan imponer su propia ley interna y se ofrecen, aún en la violación de ella misma, como presencias transgresoras.

Paul Klee

Las obras de arte contemporáneas manifiestan la propia autodestrucción significativa del mundo contemporáneo, en una orgía de libertad, verdad y autoconocimiento. y esto lo alcanzan no sólo con la manifestación de la presencia, sino con la de su ausencia, con lo obtuso, lo insignificante, lo ininteligible y lo ininteligente. Con ello, avanza una presencia-ausencia, destructora del mito de la realidad objetiva, vigente hasta nuestros días.

El arte contemporáneo actualiza la tachadura del ser banalizado por el sistema imperante. Cancela de un golpe la metafísica platónico-cristiana de la presencia y del ser como eternidad e identidad inmóvil; abre posibilidad de ser a la esencialización de todo lo finito, temporal e immanente; abre a su polivalencia libre, polimórfica, y a la dialéctica de su continua, abierta, infinita resignificación.

Así, la obra de arte de nuestro tiempo, nos revela los límites de todo estructuralismo y de toda estructuración que intente hacer de la estructura un organismo ontológico como postula el nihilismo incompleto, cuya inversión apropiada, como ya describimos, es la falsa positividad del utilitarismo, el cual fue magistralmente retratado en la figura del Gran Inquisidor en la novela de Dostoievsky (1821-1881), Los hermanos Karamasov.

Nietzsche

Nietzsche, a este nihilismo incompleto, opone la necesidad de llevarlo a la perfección, para poder salir de la crisis histórica descrita por él.

Este nihilismo es incompleto en cuanto no destruye el lugar de los valores suprasensibles sino que, hace entrar en su ámbito valores nuevos, diferentes, en lugar de los viejos y destronados. Simplemente sustituye el dueño del poder, no destruye el poder en sí mismo.

Empero, la tarea liberadora consistiría en realizar la plenitud del Nihilismo: destruir la región misma de lo suprasensible. A la muerte de Dios debería seguir, igualmente, la muerte de los ídolos que han ocupado su lugar y la destrucción del lugar de los valores ultraterrenales. Cambiar los valores de lugar no conduce a la liberación, habría que destruir, para ello, el lugar mismo de los valores suprasensibles.

La destrucción de lo suprasensible con el perfeccionamiento del Nihilismo significaría la aurora de lo sensible y, en esta disposición, la liberación del arte sobre toda realidad. Allí estaría la posibilidad del cumplimiento de una visión de la utopía. El arte sería, así concebido, la potencia misma de la vida, en cuanto su operar sería un habitar que se interroga y se cumple en lo sensible. Por ello, Nietzsche, llegó a afirmar: El arte vale más que la verdad.

Paul Klee. Equilibrio inestable

Propio de este operar sensible, que se hace visible en un saber material y finito, antidogmatizante y liberador del hombre, sería el tornarse en arte crítico, en cuanto incorporaría en sí y en su estructuración operativa, de manera virtual, la forma de la reflexión.

Sin embargo, el arte, aquí, se mueve en una lógica diferente de la lógica posicional, monodireccional, racional-deductiva; se actualiza a través de una lógica de lo posible.

El arte contemporáneo revela una nueva potencia de la verdad, más allá de toda verdad racional, apunta hacia un posible real más allá de toda realidad subjetiva u objetiva.

Paul Klee (1879-1940) en un período de su arte y de su reflexión como artista, el de la Bauhaus, en Weimar (Alemania), en el año de 1924, aspiraba a la humanización del objeto como el punto de encuentro de los caminos del Mundo y de la Tierra, que desde arriba y desde abajo, como los caminos de la comunidad cósmica y de las raíces terrenales, confluyen en la obra de arte.

Paul Klee. Angelus novus