Hace cerca de un año que escribí un artículo sobre el “Arte de la Mentira Política”. El largo repertorio de mentiras que ha salido al ruedo político con motivo de “los tiempos reeleccionistas” me ha motivado a retomar el tema. En aquella oportunidad afirmábamos que la mentira política no se improvisa. Se calcula, se cultiva, se destila y se elabora. Tiene sus reglas. Es un arte “sabio, útil y bello”. Así lo expresa, desde la sátira, el escritor irlandés Jonathan Swift en su obra “El Arte de la Mentira Política”, escrita en 1712.
Visto en serio, sin embargo, tendríamos que decir que más bien se trata de un “arte sucio, perverso, dañino e inmoral”. Puede considerarse que realmente hacen suya la definición de este arte propuesta por Swift los políticos dominicanos que tienen una percepción torpe de la democracia, de la política, de los ciudadanos y de los votantes. Aquellos que no sienten rubor ni remordimiento ni reparo cuando mienten, unas veces por encargo, otras veces por “déficit de decencia” o por ineptitud ciudadana maquillada.
El libro, que debería ser un texto obligado en los partidos políticos, en las redacciones de los medios de comunicación y en las cámaras legislativas del país, plantea la interrogante sobre si es recomendable ocultar la verdad al pueblo por su propio bien o engañarlo “para protegerlo”. El arte de la mentira política, dirá el autor, es el “arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con vista a un buen fin”. El “buen fin”, sin embargo, no se refiere a lo absolutamente bueno, sino a lo que le parezca al que tiene como profesión el “arte de la mentira política”. Mentiras que, por demás, se tornan irreverentes porque se invocan “en nombre de la democracia, de la voluntad popular o la felicidad del pueblo”.
El texto afirma que el pueblo “no tiene ningún derecho a la verdad política, ni puede pretender ser instruido en la verdad de la práctica del gobierno. El pueblo debe ser gobernado con la mentira por su propio bien”. Y esto pareciera haber sido tomado al pie de la letra por los contertulios legislativos reeleccionistas del aquí y ahora. Es por eso que simultáneamente éstos sacan tiempo para inventar las mentiras sectorizadas: las mentiras en salud, en educación, en seguridad, en empleo, en economía, en control de la violencia, en el tema migratorio y hasta en las encuestas políticas y electoreras. Y se llega más lejos: a las mentiras divinas. Son las que dicen aquellos políticos que acompañan sus mentiras de salmos, citas bíblicas e invocaciones para atraer votantes. Pero olvidan que el Dios de la verdad jamás estará en sus filas.
En nuestro país tenemos políticos que son artistas de la mentira política, pero también existen artesanos y aprendices. Para los “buenos y malos estudiantes” del arte de la mentira les viene bien lo que expone Swift: “para los que mientan demasiado o mientan mal, el partido acordará someterlo a decir sólo lo que sea verdadero durante tres meses; esto le retornará el derecho a mentir de nuevo con absoluta impunidad”. En el caso de los políticos dominicanos omitimos esta prueba, la impunidad para mentir está asegurada de antemano ¡Pocos son capaces de cumplir con esta medida terapéutica! El texto también condena la extravagancia de los partidos por tener entre sus filas, “a los hombres más viles y a los genios más miserables” con el propósito de que mientan. De la misma manera habrá de condenarlo el pueblo dominicano al momento de expresar su preferencia y su decisión de voto.
Resulta llamativa la iniciativa del autor cuando propone “reunir en una sola sociedad las pequeñas asociaciones de mentirosos (¿alianza?). Esta sociedad de mentirosos deberá estar compuesta por los jefes de cada partido”. Se recomienda a los jefes de partido que “no se crean sus propias mentiras”. Aunque Swift se refería a los partidos de su época, en la práctica su consejo resulta atemporal, la realidad política de hoy es idéntica a la que él pintara entonces. En nuestro país esta “alfabetización” ha sido un éxito”.
Al decir de Jean-Jacques Courtine, autor de la introducción de la segunda edición del 2009, “en el siglo XX la mentira entró en la fase de producción y del consumo masivo, es hoy día electrónica, instantánea, global. En el siglo XXI la mentira ha continuado su ritmo “exitoso”. También se “exporta” se “importa” y se “mercadea” como “un artículo estandarizado y uniforme que es elaborado por disciplinados grupos de trabajadores” (mentirosos). Nuestra época ha sido el siglo de oro de la mentira política, y también la del desenmascaramiento y del debate de la misma. Al final de la obra el mismo Swift dirá: “La verdad, aunque a veces tarde, termina prevaleciendo”.
Y hablando del arte la mentira política entre los políticos dominicanos, no sería justo colocar a toda la clase política “en el mismo costal”, sin embargo, pero para meter a los políticos que mienten, el costal deberá ser muy grande. Es cierto que en nuestro país encontramos políticos que “no ejercen el arte de la mentira política”, son los menos; son muchos más los que han hecho de este arte una profesión muy lucrativa. ¡Ejemplos sobran! Es sorprendente ver cuántas mentiras, engaños y triquiñuelas están saliendo a flote en estos tiempos “reeleccioneros”.
Cuántos “artistas de la mentira política” han montado sus propias fábricas de mentiras y sus propios andamiajes y estrategias para difundirlas y “cobrarlas”. Desgraciadamente para ellos, el pueblo dominicano sabe reconocer y apreciar muy bien el “arte de la verdad política”. La verdad política debe dejar de ser una propiedad privada. Los tiempos del “arte de la mentira política” son también tiempos para buscar y practicar el “arte de la verdad política”. Ayudemos a apresurar su llegada mediante la concientización del pueblo dominicano. ¡Todos podemos y debemos hacer nuestra parte para que así suceda!