Este año que iniciamos, comienza con los elementos esenciales con que discurrió el recién finalizado: la pandemia del Covid-19, temores sobre cómo este discurrirá, conciencia de la profundidad de la crisis económica generada por la pandemia, el desmedido crecimiento de algunos sectores económicos concomitantemente con la casi total bancarrota de otros, sobre todo de las medianas y pequeñas empresas formales e informales, la generalizada indisciplina social frente a la pandemia y la poca capacidad de los gobiernos para enfrentarla. El hastío frente a las restricciones, la propensión al consumo desenfrenado del mundo occidental y una limitada confianza hacia sus gobiernos constituye el caldo de cultivo de esa indisciplina.
El rebrote del Covid-19 y la aparición de nuevas de este, acentúan las dificultades de la generalidad de los gobiernos para enfrentarla en términos de recursos humanos y materiales, llevándolos a una constantes modificación de sus estrategias para combatirlo y a ser recurrentes en algunos errores. En el caso de nuestro país, resulta urgente una profunda reflexión sobre esa circunstancia y un balance sobre la conducta de la población en esta inédita cotidianidad en tiempo de pandemia. En ese tenor, si somos honestos, debemos admitir que la indisciplina social que por momento se manifestó de manera alarmante durante el pasado gobierno, en esencia sigue manifestándose en el presente.
Ello estaría evidenciando varias cosas: parece que las medidas tomadas por las presentes autoridades han sido insuficientes o no han podido trasmitirlas eficazmente a la población. También podrían ser que, en ese tema, la población no ha podido establecer la clara diferencia que existe entre el presente y el anterior gobierno. Es válido plantearlo, por lo siguiente: a las pasadas autoridades sanitarias se le reprochó, con razón, haber centralizado la lucha contra la pandemia. Las presentes, iniciaron su mandato con una correcta estrategia de diálogo sobre el tema con diversos sectores, pero sobrepasadas por los acontecimientos cometieron el dislate de plantearse la absurda idea de centralizar todas las informaciones sobre estado de situación de la pandemia.
Esa circunstancia, obliga a preguntarse si las nuevas autoridades han logrado llevar a la práctica su inicial prédica de que en la lucha contra el Covid-19 era indispensable la participación de la población. Parecería que no ha sido así, porque lejos de amainar, esta se ha extendido significativamente, independientemente del rebrote y la aparición de nuevas cepas del flagelo a nivel mundial. En tal sentido, resulta imperativo llevar a efecto una estrategia de lucha contra la pandemia que involucre de manera sostenida la comunidad en sus expresiones organizativas e individuales, además de parte del sector económico.
El logro de la disciplina social pasa necesariamente por la confianza de la gente en sus autoridades, y esta se construye a través de una estrategia de participación de todos los actores y sujetos sociales en sus espacios y territorios. Para bien, salimos del PLD, pero no hay indicios significativos de que caminamos hacia la ruptura de esa lógica perversa que se ha impuesto en este país, y en gran parte del mundo: la persistencia de hacer política sin sociedad que conduce irremediablemente a una sociedad al margen de la política. La disciplina social sólo es posible en una sociedad donde impere el sentido de ciudadanía y esta se logra no sólo incorporando la gente a los servicios básicos, sino con su participación política en la construcción de su futuro.
Es cierto, resulta sumamente difícil promover la participación de la comunidad en los asuntos que les conciernen en este momento de una pandemia de la peligrosidad de la que actualmente flagela el mundo. Es igualmente difícil promover el relacionamiento y la participación en la misma sociedad política, pues las reuniones, los encuentros cara a cara a veces se tornan imposibles, incluso hasta las relaciones interpersonales se ven significativamente limitadas. Es justo reconocerlo. Pero los efectos de estos problemas podrían atemperarse y hasta reducirlos la insignificancia, si real y efectivamente en el ejercicio de los poderes centrales y locales se tuviesen los sectores y sujetos de origen popular como parte esencial para el diseño y practica del poder.
Este año que iniciamos y que objetivamente es la continuación del pasado, dado su carácter excepcional, constituye una óptima oportunidad para incorporar a la gente en la solución de sus problemas, además de enfrentar la pandemia. De lo contrario, seria continuar con la lógica del poder excluyente que genera privilegios a las élites políticas y empresariales, que exacerba la marginalización de la gente de la política, el individualismo, el hedonismo y el consumismo desenfrenado que son elementos causales esenciales de la indisciplina social.