Soy una madre de dos niños en edad escolar, cabeza de familia, al mando de un hogar clase media. Que, como tantos de ustedes, tengo la necesidad de trabajar para lograr el sustento digno mío y de mis hijos, mes por mes. Sin fallar, porque en esto de ser padres no existen vacaciones.

Mis necesidades y requerimientos son quizás los mismos que los de tanta gente clase media, que carga sobre sus hombros la responsabilidad de pagar impuestos, educación y servicios básicos; que libramos la batalla para que cada mes, o cuando se pueda, nos podamos dar un gustico o abonar a los ahorros para las metas que nos hemos propuesto, o soñado, como familia. Somos la gente que no ocupa titulares en los periódicos y tantas veces, la gran capa media olvidada de la sociedad.

Esta vez, como si se tratara de una gran carrera de obstáculos, como si fueran pocos los cambios que todos, sin excepción, hemos sufrido, este año también trae el enorme desafío de asumir la educación de manera virtual. De repente, el orden mundial obliga a que nuestros hijos tomen las clases desde casa y por necesidad, asuman un hábito totalmente nuevo para ellos y para nosotros, los padres.

Nada fácil, porque nos toca la ardua tarea de deshacernos de todo lo que aprendimos, de lo tradicional que uno dio por sentado, para emprender un método distinto y de esa forma, salvar el año escolar.

No vengo a quejarme. La semana pasada escribí sobre la necesidad de despegarnos de la queja y también, porque poco resuelvo con compartir mis quejas y convertir este espacio en un muro de lamentos.

Sin embargo, los cambios que nos toca asumir no son cualquier cosa. En términos humanos y también económicos. Si criar nuestros hijos, requiere de una dosis de sabiduría y disciplina de gran dimensión, ahora también nos toca acompañarlos aún más de cerca, y con dosis extra de paciencia, en el proceso de su educación escolar. Una tarea que estoy segura, que como yo, la asumen con amor y esperanza pero que también altera nuestro desempeño en el trabajo y en la vida diaria.

Y aquí no hablo ni siquiera de mí. Imagino a los padres que en medio de esta pandemia tienen que seguir asistiendo a sus oficinas y dejar a sus hijos en casa a la buena de Dios frente a una computadora. Otros, que deben buscar ayuda para poder cumplir con sus labores y lograr que un familiar, en tiempos de distanciamiento social, les cuide sus hijos.

Los padres que se han quedado sin empleo, que son muchos, y que deben asumir gastos escolares con la misma entereza que como si recibieran los mismos ingresos.

Ahora, de repente, las tareas que se resolvían en el comedor de la casa, uno debe ajustarlas a un espacio adecuado para evitar distracciones. El comedor, usualmente cerca de la cocina, en pleno movimiento de calderos y sazones, ciertamente no es el ambiente idóneo para estudiar ni recibir clases.

Aquí, por ejemplo, resolvíamos las tareas tomando turnos con la computadora. Imposible si ambos tienen que tomar clases en la mañana en niveles distintos. Entonces, del presupuesto, ajustado de por sí, toca hacer el esfuerzo para comprar algún dispositivo electrónico. Y de paso, asegurar una velocidad decente en el internet de la casa.

Si alguien con una máquina del tiempo me hubiese contado años atrás, lo que vivimos hoy y las demandas que exige el cambio mundial, mi primera preocupación iba a ser la misma de ahora, ¿cómo vamos a asumir educación virtual con el deficiente sistema eléctrico de nuestro país? una realidad histórica, que aunque se encaminen esfuerzos para resolverla, parece cada día más difícil. Y es ahí donde entra en escena la nueva urgencia de un inversor, las baterías y el costo de instalación y mantenimiento.

El involucramiento en la jornada escolar de los padres, tutores, abuelos y hasta de las asistentes del hogar que tanto ayudan a aligerar la carga sobre la marcha. Ahora estamos todos de regreso a la escuela. Muchachos, padres y familias. Y ese es un compromiso que no tiene matices, ni tonos. Nos toca asumirlo sí o sí.

Puede que estos desafíos se vean minúsculos ante tantas otras preocupaciones de orden mayor, lo sé. Niños con necesidades especiales, padres que no tienen en quién delegar o no disponen del tiempo para sentarse a ayudar a sus hijos en clases o familias desempleadas con la dura incertidumbre de no tener idea de donde sacar el dinero para hacerle frente a este nuevo desafío que presenta la vida, para todos, sin excepción. Sin embargo, por vanos o minúsculos que parezcan, están ahí, no se pueden negar y estoy segura que muchos también se identifican.

Estoy positiva ante este nuevo reto que trae la vida. Aún cuando el fin de año escolar pasado, fui un total desastre como madre estrenándome en el sistema, sé que tenemos todos la oportunidad de hacerlo mejor. Mucho mejor.

Es el momento oportuno para asumir este desafío en familia. De reconocer el esfuerzo que nos toca a todos emprender; escuelas, maestros, estudiantes, padres y madres. Y asumir este desafío con buena actitud. Porque a fin de cuentas, estoy segura que saldremos fortalecidos y quién sabe si con una nueva forma de educar, aprender y compartir en casa.

Les mando el mejor de los ánimos, una dosis extra de paciencia, que todos vamos a necesitar, de esperanza en el mañana y la certeza de que sea cuál sea la decisión que tomen como padres, no se castiguen por ello. Todos somos nuevos en esto y aprendemos sobre la marcha. Eso sí, convencidos siempre de que la educación y la enseñanza serán siempre la respuesta.

A las clases, que ya es hora.