Desde julio de este año, como parte de mi trabajo en la Dirección General de Comunicación de la Presidencia y junto a un equipo de compañeros, hemos venido contando historias sobre la clase media dominicana.
Cada mes un grupo de personajes de la clase media nos comparten sus “Historias por Cuenta Propia” en una serie que presenta video, fotografías y textos.
El trayecto ha resultado en una experiencia enriquecedora para todos quienes producimos la serie. “Historias por Cuenta Propia” nos ha regalado la dicha de conocer personajes interesantísimos y de comprobar que en República Dominicana existe una clase media que viene abriéndose paso con su propio empeño; que no se sienta a esperar que el gobierno lo resuelva todo; que se gestiona su felicidad y que le tiene una fe bonita a su tierra, lejos del oscuro pesimismo.
Presidencia busca reconocer esta gente. Distinguir el mérito personal de cada una de ellas y contagiar con su espíritu a cada dominicano que necesite esa motivación.
Víctor Lora es uno de estos personajes de “Historias por Cuenta Propia”. Conocimos de él durante la primera temporada de la serie y puedo afirmar sin reservas, que todo quien vio su testimonio fue capaz de sentir la paz y la calidez que transmite Víctor.
Víctor es ingeniero de profesión y tantos años después como una forma, quizás, de retribuir su existencia, se convirtió en instructor de yoga. No cobra, no vive de ello pero se empeña en compartir lo aprendido y lo que constantemente cultiva en el alma.
Este domingo pasado nos invitó a una clase especial a quienes trabajamos la serie y a todos nuestros compañeros en DICOM. La experiencia fue hermosa. No sólo porque nos integró en una actividad fuera del trabajo; también porque fue una oportunidad de acercar a la familia y a nuestros colegas; y sobre todo, porque todos salimos de ahí con alguna lección aprendida.
Yo por ejemplo, quedé inspirada con el abrazo con el que Víctor recibe a quienes comparten las clases con él. De esos abrazos bonitos, sanos, nobles, sinceros, como si uno lo conociera de toda la vida.
El abrazo me reseteó. Y confieso que aunque no alcancé a hacer la clase completa, salí de allí renovada. Recordé, gracias a Víctor, que uno casi siempre necesita muy poco para ser plenamente feliz. Esa mañana despertamos temprano en casa, mis hijos y yo desayunamos juntos, compartimos la clase de Víctor y el día nos alcanzó para todo. La vida tan básica y tan majestuosa al mismo tiempo se empeña en constantemente y con mágica sutileza darnos lecciones.
Esta, sin lugar a dudas, ha sido una de las lecciones más bonitas, cálidas y repleta de humildad.
Víctor ofrece sus clases en espacios abiertos en algunos parques de la ciudad a todos los que estén interesados en practicar yoga. Pueden conocer su testimonio en nuestro perfil en Instagram @HistoriasporCuentaPropia y también pueden mirar su trabajo a través de @YogaparaTodosRD.
Gracias a Víctor por dejarnos contar su historia, por el gesto tan noble de poner en pausa su año sabático para regalarnos esta preciosa clase y por el cálido abrazo que hoy motiva este escrito.