El ejercicio de la crítica  se hace cada vez más  difícil. La extrema artificialización practicada por algunos críticos, en especial,  la ejercida por algunos  académicos dominicanos, bastaría  para señalar el agotamiento imaginario de la misma.

Sin embargo, debemos especificar que no hablamos aquí de un simple artificio  de la crítica, sino de cierto tipo de indigencia analítica. La cuestión se hace más clara al advertir las infinitas distorsiones de los discursos actualmente en uso.

Sin la intuición, sin lo que  Pierce llama el “juicio perceptual”, no hay crítica literaria. Dicho de otro modo, la esencia de la crítica no sería sino el ejercicio, parcial o apasionado, ecuménico o intransigente, de lo que se conoce como punto de vista. Por eso carece de sustancia, y por eso le es tan difícil acumular, porque su realidad es la movilidad, el desplazamiento, el cambio de foco, la búsqueda constante de nuevas tomas y encuadramientos.

De hecho, no necesita buscarlos. Se le dan de forma natural, como una consecuencia de ese ejercicio de la subjetividad en el que ella consiste. Ejercer un punto de vista es asumir la absoluta responsabilidad del sujeto. Es definir de nuevo la escala del conocimiento y fundarla -así sea por un instante-  en el arbitrio de un lector. Por eso la  crítica de mayor apropiación simbólica, cuando menos la que establece nuevas perspectivas y fronteras, es aquella que se enamora del precipicio, esto es, la que interioriza y corre hasta el extremo de todos los riesgos de la subjetividad.

Pero, caben las preguntas, ¿podrá correr estos riesgos?  ¿tiene con qué correrlos?  Ya se ha dicho, acaso de modo demasiado tajante, que la carencia es la principal característica de la crítica. No tiene sustancia, y está casi desprovista de terminología.

¿Cómo comprender las metáforas del texto artístico si el mismo carece de metáforas? ¿Cómo discutir la elaboración de los tropos, si él por su lado, no elabora un solo tropo? ¿Es que el mérito de la crítica consiste en su capacidad para acarrear, y para apropiarse, por decirlo así, de las metáforas de los demás? ¿Es que la fecundidad de la crítica estribaría, por una suerte de paradoja involuntaria, en su (insalvable, por lo demás) esterilidad congénita?

La crítica comparte esta actitud ambigua ante la comunicación: la misión de la crítica no es tanto trasmitir informaciones como filtrarlas, trasmutarlas y ordenarlas. La crítica opera por negaciones y por asociaciones: define, aísla y, después, relaciona.

“Diré más–dice Octavio Paz– en nuestra época la crítica funda la literatura. En tanto que ésta última se constituye como crítica de la palabra y del mundo, como una pregunta sobre sí misma, la crítica concibe la literatura como un mundo de palabras, como un universo verbal. La creación es crítica y la crítica, creación. Así, a  nuestra literatura le falta rigor crítico y a nuestra crítica imaginación”.

Un recorrido, arbitrario y lo que se quiera, sobre la crítica dominicana, reciente y no tan reciente, pone en evidencia el anacronismo de la misma. Todo crítico escribe desde una concepción de la literatura (y no sólo de la literatura) y a menudo su esfuerzo consiste en enmascarar la trama de intereses que sostiene su análisis.

Este análisis no puede ser más que una suerte de “asimilación” estética del mundo y con el mundo abierto por el nuevo sistema de metáforas entendido como Heidegger entiende la obra de arte; en ese sentido, el acto creativo de la crítica, excluye la instrumentalización, la demostración y la perentoriedad lógica. En un segundo sentido, la poíesis crítica, en su versión deconstructiva, parece implicar el irracionalismo en la medida que, para huir de la metafísica, rechaza toda justificación argumentativa de su modo de proceder y de sus preferencias, presentándose  más bien como un coup des dés, que, sin embargo, de acuerdo al análisis de  Vattimo, comporta un retorno cargado de trasfondo metafísico -ante todo de carácter simbólico- con lo que la vocación antimetafísica de la interpretación es traicionada.

Es posible mostrar la conexión entre estas dos formas, o declinaciones, o versiones, del esteticismo e irracionalismo interpretativos, remitiéndonos a la crítica de la conciencia estética que Gadamer despliega en Verdad y método. En aquellas páginas, como se recordará, la conciencia estética es esa actitud que considera la obra de arte como un universo cerrado y separado, al que uno se acerca de manera intuitiva y puntual; en este sentido, la crítica literaria, constituye un acto de encuentro con un sistema de metáforas totalmente nuevo. Pero la absoluta novedad y autonomía de la obra de arte que se abre a la degustación puntual de la percepción estética tiene su correspondencia en el genio creativo que, en la época post-romántica, ha perdido el enraizamiento teológico-natural que aún tenía en Kant, quedando como pura arbitrariedad; y en este sentido, la crítica  parece estar en condiciones de golpear también la arbitrariedad “genial” del acto creativo.

En la República Dominicana, la situación de la crítica podría ser sintetizada con estas palabras de Nabokov: “En general divido a la familia de los críticos en tres subfamilias. Primero, los comentaristas profesionales que llenan regularmente el espacio que se les asigna en los comentarios de los suplementos literarios. Segundo, los críticos más ambiciosos que cada tanto reúnen sus artículos en volúmenes con títulos presuntuosamente alusivos: El país ignoto o algo por el estilo. Tercero, mis colegas escritores que critican libros que les agradan o que aborrecen, originando así muchas noticias encomiásticas y muchas oscuras enemistades”. Escucho con la mayor atención a los críticos que no están emparentados con ninguna de estas familias.

Por supuesto no existe ninguna relación entre calidad literaria y consagración crítica o éxito público. La calidad literaria es algo tan raro que nos hemos acostumbrado a buscarla allí donde la crítica y el mercado niegan los textos o los silencian.

El placer que se deriva de la literatura de los códigos masivos se vincula al reconocimiento de sus leyes. En el “contrato” entre el lector y texto, placer e interés dependen de encontrar lo esperable.

De este modo, la promesa de seducción se diluye rápidamente en el tranquilizador cumplimiento de ese pacto. El lector recibe un placer fugaz, la seducción se pierde en la satisfacción y la confirmación del reconocimiento. Así, la crítica  deviene un espacio inapropiado de negaciones y rechazos.

¿Podemos, entonces,  imaginar vías alternativas para concebir la relación de la crítica con el mercado, de tal manera que las oposiciones que emergen entre estas dos instancias, no constituyan un obstáculo para la recepción estética?

Estrategias, ilusión,  decepción. Todos los términos que rodean “la seducción” nos abren un camino de acceso a un episodio de la crítica que, de modo más nítido, se ubica en el borde de dos culturas, dos mundos, lo “alto” vs lo “masivo”. Si toda la literatura vinculada con los géneros masivos establece siempre una relación seductora con el lector, los comentarios de la crítica venden seducción y en alto grado. Esa es la primera condición y la primera ventaja del vínculo inmediato entre el público y el crítico.