No se trata en este caso de la situación del presidente venezolano Nicolás Maduro, aunque puede decirse que, sin dudas, se le critica constantemente a nivel planetario y su gobierno es rechazado por grandes sectores de opinión en el mundo occidental. Tampoco nos referimos a un sólo caso en la historia reciente, mucho menos en la larga historia de la humanidad pues no es necesario exagerar para llamar la atención.

Si nos llevamos por los titulares, reportajes y artículos de la prensa norteamericana y la actitud de los medios de comunicación en casi todas las regiones del planeta Tierra, ningún presidente estadounidense ha sido tan criticado y ridiculizado. No es nuestra intención contribuir a ese tipo de labores sino resaltar algo que es evidente tanto para los más entusiastas partidarios como para los más enconados adversarios del señor Donald Trump.

En los más de siete meses de su mandato es prácticamente imposible leer un diario importante de Estados Unidos sin enfrentarse a los más terribles adjetivos en relación con la ejecutoria del presidente Trump y sus discursos, quizás muy sinceros, pero muchas veces incendiarios y desacertados. Al menos esa es la opinión más generalizada, con las lógicas excepciones como las de sus fieles seguidores, congregados multitudinariamente en mítines que tal parecen ser los de un candidato en campaña electoral.

En estos momentos existe cierta duda acerca de si el sistema noticioso Breitbart continuará defendiéndolo, en cuyo caso sería necesario acudir sólo a los blogs de sus partidarios y a los comentarios ocasionales de voceros del oficialismo. Un gobierno considerado por la mayoría como conservador ha sido criticado intensamente hasta por lo que podemos considerar la derecha tradicional.

Existen bolsones o islotes de apoyo y las grandes cadenas de televisión como MSNBC y CNN invitan con cierta frecuencia a algún defensor del señor presidente para participar en algunos paneles. La cadena FOX pudiera ser la excepción más favorable al señor Trump, pero sin el entusiasmo republicano conservador o neoconservador de otros períodos de gobierno. Y tampoco puede separarse por completo de la evaluación crítica.

Es cierto que personalidades políticas con reciente influencia como el presidente Barack Obama y la senadora Hillary Clinton han sido objeto de críticas y polémica, pero jamás en los niveles de ahora. Eran frecuentes los ataques al señor Obama, pero los más intensos no procedían necesariamente de publicaciones fundamentales en el periodismo norteamericano como “The New York Times”, “Wall Street Journal”, “The Washington Post” o “Los Angeles Times”. Era criticado con frecuencia, pero todo eso constituía comparativamente punto menos que problemas de picnic de escuela dominical, como se acostumbra decir aquí.

Andre Maurois escribió en el penúltimo párrafo de su enjundiosa contribución a la “Historia Paralela de los Estados Unidos y la Unión Soviética” las siguientes palabras: “El presidente de los Estados Unidos sigue siendo un personaje augusto, respetado, tras de quien se hace la unión casi siempre, salvo en tiempos de elecciones. El que además desempeña ahora un papel mundial como jefe de la más poderosa democracia [lo cual] aumenta su prestigio.”

Todo eso ha ido cambiando, pero nunca antes se había llegado a entender, por parte de los más ilustres y calificados historiadores, algo totalmente diferente a lo expresado por el insigne escritor francés. No es necesario simpatizar o rechazar al ocupante de la Casa Blanca para, teniendo en cuenta el asedio a su presidencia, por el motivo que sea, correcto o incorrecto,  admitir que todo eso suena ahora como algo procedente de un pasado remoto. Es triste reconocerlo.

No debe entenderse que simpatizamos necesariamente con ese tipo de asedio, pero dudamos cese durante los cuatro u ocho años de su mandato.

“O tempora o mores” (Oh, que tiempos, Oh, que maneras). Tal parece que con esas viejas palabras resucita su autor, el inmortal Cicerón, en su Primera Catilinaria. Esa opinión pudiera alterarse, pero no vemos como.