La educación es un proceso que influye en todas las dimensiones que configuran al ser humano y a la sociedad. Es una ciencia con un potencial elevado para transformar a las personas y a las estructuras sociales y político-económicas. De igual manera, la carencia de educación agiliza la muerte intelectual, social y física, tanto de las personas como de la sociedad. Con estas afirmaciones no busco deificar la educación. No. Las ciencias tienen sus límites, pero esto no impide que reconozcamos el despliegue de fuerzas que esparcen para enriquecer a los seres vivos, especialmente a los humanos. En el caso de la educación, los indicadores de transformación, cuando puede intervenir con efectividad una situación determinada, son múltiples las evidencias que se pueden registrar. Empecemos valorando el peso que tiene la educación en los países de mayor desarrollo en el mundo; y el desastre que opera en aquellos en el que la educación es un bien que no llega a todos y que, además, posee calidad escasa.
Las personas y la sociedad que se ven afectadas por la carencia de una educación de calidad, ponen en riesgo su desarrollo, su inserción orgánica en la construcción de un mundo sostenible. También ponen en alto riesgo su vida y la de las demás personas e instancias con las que interactúan. Por esto, la acción para que la educación sea un derecho para todos no puede ni debe bajar la intensidad ni la frecuencia. Si la educación es un cauce de vida personal y social, ya es insostenible pretender organizar, cambiar y desarrollar una nación al margen de ella. Los avances de Vietnam, Korea del Sur y Costa Rica han de animarnos a un cuidado más sistémico y cualificado de la educación de la población dominicana.
En la nueva época que vivimos, constatamos que en varios países de América Latina y el Caribe se observa discrepancia entre la respuesta educativa que debe dar la población ante el avance de la pandemia y los requerimientos que esta exige para superar el incremento de los contagios y la letalidad incontrolable que afecta a varios países. En la República Dominicana, un país tropical marcado por la alegría, el sentido de fiesta y el encuentro cercano entre las personas, la gestión personal y familiar de la pandemia se ha convertido en un trabajo difícil. La gestión gubernamental ha sido bastante traumática. A estos rasgos hemos de agregar la pobreza que afecta a muchos dominicanos, por lo cual no pueden permanecer confinados.Viven de la informalidad y necesariamente han de salir de la casa para buscar cómo sobrevivir. En un contexto de pobreza, la discrepancia es mucho más acentuada. El problema se vuelve más agudo por los errores de las políticas del Ministerio de Salud Pública y de la campaña electoral en tiempos de COVI-19. Todos estos aspectos son factores causales del desorden con el que se ha manejado la política global vinculada a la pandemia que nos vuelven a colocar a la puerta de un nuevo confinamiento más prolongado y más complejo. El confinamiento que nos espera nuevamente es necesario, pero nos interpela a todos, particularmente a los que trabajamos en los procesos de formación y aprendizaje de las personas y de las instituciones. Es necesario que busquemos formas alternativas que le ayude a comprender a la población que el autocuidado y el cuidado de los otros son aspectos prioritarios. Hemos de reimaginar las metodologías y los procedimientos para ayudar a las personas a que retomen la importancia de la responsabilidad y, de forma especial, a que inicien, aunque sea tarde, la educación de la razón y de la voluntad.
Educación y confinamiento son dos ejes que vertebran nuestra existencia en este período y hemos de hacer todo lo posible para que la interrelación sea equilibrante y potenciadora de las personas y de la colectividad. La educación crítica es una necesidad en todos los sectores y en todas las zonas del país. Trabajemos con más empeño para que la población del país avance hacia una actuación razonada, hacia una voluntad educada y hacia un compromiso serio consigo y con la nación.