La educación es un bien para las personas y para el territorio propio de una ciudad. En las ciudades donde se respetan y cumplen las normas de educación, las personas se sienten seguras, disfrutan los árboles, el aire, las flores, la higiene, la organización y la riqueza del silencio. Estas ciudades permiten que las personas piensen, descansen y hasta sueñen situaciones mejores a las que viven actualmente. Experimentamos esa experiencia hace muchos años, en Cotuí, Hato Mayor del Rey y Santiago de los Caballeros. En estas ciudades, aprendimos a sentir la fuerza transformadora del silencio, el canto rítmico y singular del ruiseñor, de la cigua palmera, del carpintero y de la tórtola. Pero todo esto queda en el circuito de la memoria, en la explanada de la retina y en los restos de oídos que todavía nos quedan.
Realmente, este bien es escaso en el territorio de la ciudad de Santo Domingo. Tan exiguo, que la ciudad puede declararse en estado de emergencia por la falta de aplicación de la norma de educación mínima. Ahora, lo más natural es que tengamos que caminar por encima de los equipos del negocio de reparación de motores, de las piezas de los carros; de las mesitas para los tragos, como extensión del Colmadón. Si no estamos atentos, tropezamos con los señores que tienen la acera ocupada con la paletera; con la comercialización de comidas; con el negocio de ropa usada, con el comercio de frutas y otros. Podemos decir, que las aceras de Santo Domingo están secuestradas.
A este tipo de secuestro, se une la intensa contaminación del aire, del medio ambiente y de las aguas que circulan libremente por sus calles y sin control alguno por la CAASD y aún más, con la mirada indiferente de muchos/as ciudadana/os. Los habitantes de Santo Domingo, vemos cotidianamente, cómo la ambulancia grita, para que le permitan transitar con el paciente en estado de gravedad; la persona con dificultades motoras o cronológicas, tarda minutos inciertos para cruzar de un lado a otro. Y es que el otro no cuenta, lo que vale es mi proyecto particular, en una ciudad agresora y agredida.
La agresión más deshumanizante es la que genera la basura que pisamos, olemos, sentimos y miramos. Una basura que nos hace sentir también, residuo de los políticos, de los gobernantes, de los partidos del turno electoral y de los que están en la oposición.
Santo Domingo es una ciudad agresora, por todo lo que hemos descrito en este artículo y es agredida, por la falta de respeto y cumplimiento de las leyes que regulan las acciones y la vida en el territorio urbano. Además, por la falta de autoridades que asuman su función con responsabilidad y afirmación de principios éticos orientados a la defensa de la vida, a la recuperación de la dignidad humana y de la sociedad.
En este contexto, la construcción de una ciudad educadora y educable, se convierte en tarea irrenunciable. Apostar por una ciudad educadora compromete al Sistema Educativo dominicano desde sus tres ejes, el Ministerio de Educación-MINERD, responsable de la educación preuniversitaria, al Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, así como al Instituto Nacional de Formación Técnica y Profesional-INFOTEP.
Estos tres ejes rectores de la educación del país, deberían establecer una alianza educativa estratégica, que les aporte visión y dimensiones innovadoras a las instituciones del Estado y a los funcionarios responsables de un nuevo orden en la ciudad de Santo Domingo. Su contribución es fundamental, para que esta ciudad, en vez de ser un espacio desordenado e irritante, se reconstruya como lugar, en el que la educación infunde un espíritu y un respeto nuevos. Un sitio, donde el aprendizaje, la seguridad y estabilidad de los pobladores, es preocupación central, antes que las ventajas de las relaciones con los comerciantes y con las agencias publicitarias.
Es necesario que demos pasos firmes y decididos para que la educación permee todo el accionar de la ciudad. Vayamos en pos de una ciudad que enseña a dialogar en voz baja; a caminar sin atropellar al otro u otra; a gestionar las bocinas de los carros con más sobriedad y educación; a lanzar la basura al zafacón; a estudiar la normativa de la zona urbana, para comprenderla y ejecutarla. Aportemos ideas, enfoques, métodos, conocimientos, experiencias y todo tipo de recurso, para que la ciudad de Santo Domingo, asuma la función de una urbe que enseña, aprende y desaprende. Una capital, que conoce, asume y potencia los derechos y responsabilidades de las personas. Una zona, en la que el territorio y los sujetos no se tratan como enemigos.
Todo esfuerzo para hacer de Santo Domingo, una ciudad educadora y educable, reportará beneficios a todas y a todos las/os dominicanas/os. Para avanzar en esta dirección, importa que los responsables inmediatos del gobierno de la ciudad prioricen la educación de calidad en perspectiva transformadora. El gobierno de la ciudad debe establecer ruptura total, entre el populismo anárquico. Debe comprometerse con la educación crítica de la ciudad. Si esto ocurre, podemos estar esperanzados en la construcción de una ciudad más educada, viva y habitable.