Hoy participamos de un mundo complejo; una complejidad que presenta múltiples manifestaciones en el campo de las ciencias de la educación, de la economía y de la política. En el escenario mundial, observamos estupefactos, el avance expedito de partidos, de líderes políticos y de jóvenes que defienden y aspiran a una organización social marcada por posturas nacionalistas con cierto radicalismos. Unido a esto, se visualizan actitudes a favor de regímenes con mano dura para asegurar la autenticidad de los valores patrios, de los símbolos nacionales y la superación de la corrupción. En el caso de una isla, como es la nuestra, se acrecientan los miedos y las tensiones, por el temor a la fusión de las partes; además, se eleva el nerviosismo, ante una posible invasión demográfica de los inmigrantes de un país o de un continente vecino. Lo que se constata también, es que en el mundo avanzan organizaciones partidarias y liderazgos antidemocráticos, que encuentran adeptos y espacios para afirmar sus principios y dirigir los destinos de instituciones y de países. Sorprende la celeridad con la que este liderazgo, con mentalidad y cultura excluyente, va ocupando roles de alto nivel como lo evidencia el Presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro. Éste, ocupa ese lugar, entre otros factores, por la acogida que encontró por su identificación con los militares y por ofrecer un mandato de mano fuerte; por su actitud misógina y negadora de una cultura democrática y libertaria. Así avanza el Movimiento 5 Estrella en Italia; así vemos a Matteo Salvini, Primer Ministro de Italia, cuya posición lo coloca distante de la democracia y de un sentido humanista.

Otra figura que se desmarca de la democracia es Rodrigo Duterte, Presidente de Filipinas, basta con analizar su lenguaje, su actitud y sus acciones. Estas manifestaciones no son nuevas, antes de asumir la presidencia funcionaba con este talante y aun así alcanzó una votación alta. La crisis de la democracia es grave en Venezuela, en Nicaragua, en Haití y esto se evidencia en la fragilidad que tienen los derechos de las personas y de las instituciones; se muestra también, en la centralización de poderes de líderes políticos y de familiares. De igual modo, Viktor Orbán, Primer Ministro de Hungría subraya su nacionalismo y su mentalidad conservadora. A su vez, la democracia en Estados Unidos es consistente y con una institucionalidad legitimada, pero las expresiones, el tono violento y decisiones del Presidente Donald Trump, aunque no la desestabilizan, la cuestionan. En la República Dominicana, la Fuerza Nacional Progresista avanza poco pero cada día afirma su sentimiento nacionalista y su convicción, igual a la de Donald Trump, de que el problema migratorio se resuelve con un muro. La democracia aquí no está amenazada por este grupo que carece de fuerza y de progreso. En nuestra tierra la democracia está socavada por la corrupción, por la impunidad institucionalizada y, sobre todo, por la existencia de un sistema judicial injusto.

En nuestro contexto, el panorama punteado requiere una educación transformadora que fortalezca la democracia, la preserve de amenazas constantes, así como de acciones y decisiones que reducen su incidencia y su efectividad. Plantearse esta educación, supone optar por una propuesta curricular integral en la que las necesidades de las personas y de la nación ocupan el primer lugar; desde esta propuesta educativa se procura una formación completa en la que los intereses de la colectividad están por encima de los intereses individuales. Es una educación que opta por una formación, en la que existe articulación orgánica entre las aportaciones de las ciencias, las necesidades de la sociedad y los aprendizajes socioeducativos de los sujetos. Hablamos de una educación que antepone el bien común ante las reglas y el discurso del mercado. La tríada, libertad-democracia-inclusión, constituyen un eje vertebrador de la educación transformadora. Esta línea directriz crea condiciones para que los aprendizajes sean polivalentes y constituyan un principio activo, para el desarrollo de las personas y de la sociedad. La educación transformadora articula, desarrollo humano-desarrollo cognitivo-desarrollo sociopolítico y la espiritualidad propia de todo ser humano. Esta perspectiva educativa no pacta con la mediocridad, ni busca la excelencia hueca; profundiza en las raíces de los saberes, propone los valores que potencian la vocación humanizante y liberadora de las personas; suscita aprendizajes y opciones sociales que le aportan solidez a la sociedad y al sistema democrático que la sostiene. Impulsemos la educación transformadora desde cualquier espacio en el que estemos presentes. Trabajemos para que el Sistema Educativo Dominicano, sin ruido mediático, se aproxime velozmente a este tipo de educación. El resultado de esta labor ha de ser una democracia fuerte al servicio de todos.