Si queremos empleos de calidad nuestro sistema educativo debe, en teoría, decidir si enfocarse en desarrollar competencias para el empleo o para el emprendimiento. En la práctica este dilema no es real.
Para que este hermoso país que habitamos logre seguir creciendo económicamente y ese crecimiento impacte en el desarrollo social y en el bienestar de todos los ciudadanos, debemos seguir desarrollando nuestro mercado de trabajo con oportunidades de alto valor agregado. Y eso implica pensar tanto en el empleo como en el emprendimiento.
Partiendo de que el mercado de trabajo siempre se nutre del sistema educativo, suele surgir una disyuntiva que, como explicaremos más adelante, solo existe en apariencia: ¿debemos preparar a nuestros jóvenes para ser empleados o para ser emprendedores?
Cuando hablamos de competencias para el empleo, nos referimos por lo general a aquellas que nos permiten insertarnos dentro de un proceso productivo de bienes o servicios, para ejecutar una porción de ese proceso y hacerlo cometiendo el mínimo de errores y desperdiciando el mínimo de recursos, sin importar que los mismos sean de tiempo, dinero, materiales o energía. Las competencias para el empleo permiten realizar actividades a tiempo y bien, e implican conocimientos, destrezas y comportamientos.
Las competencias para el emprendimiento incluyen las del empleo, pero, además, requieren asegurar que la persona sea capaz de innovar, de administrar los procesos y no solo de ejecutarlos, y de tener una visión de principio a fin del negocio o actividad que ejecuta, y no solo de tareas específicas relacionadas con el mismo.
A esta altura de la lectura de seguro que usted, estimado lector, estimada lectora, habrá concluido que, en realidad, el conjunto de lo que hoy llamamos competencias para el emprendimiento incluye características que progresivamente se han ido incorporando como requisitos de puestos de trabajo.
Si navegamos por el internet buscando “competencias para el emprendimiento”, encontraremos enunciados como: “aprovechar las oportunidades”, “tener capacidad de negociación”, “saber gestionar recursos”, “ser capaz de aprender continuamente” …. Y muchas otras que, al igual que estas, suelen destacar en las personas que se distinguen en sus empleos por su capacidad de agregar valor.
Me repito como un mantra y repito continuamente que, para que nuestro país se desarrolle, necesitamos más personas en condiciones de emprender nuevos negocios y con ello abrir nuevas plazas de trabajo. Con esto en mente, creo que desde el ámbito gubernamental es necesario impulsar reformas en políticas públicas y en el ámbito empresarial, desarrollar estrategias para facilitar el acceso como proveedores a los emprendedores.
También es importante que reconozcamos que esas competencias que para emprender son vitales, también lo son para mantener vivas y saludables nuestras grandes empresas. Con esta claridad, debemos impulsar reformas educativas que logren que los programas de estudio y formación desarrollen en todas y todos sus estudiantes estas competencias, ya sea a través de sus contenidos como por las estrategias pedagógicas usadas por sus docentes.
En fin, que los seres humanos cada vez tenemos más razones para ser más completos y que toda esa amenaza de la cantidad de puestos de trabajo que seguirán desapareciendo, a mí me parecen una oportunidad para dejar a las máquinas hacer lo que las máquinas pueden hacer y convertir los empleos en oportunidades para hacer lo más acorde a las características netamente humanas.
En conclusión, no existe un dilema entre educar para el empleo y hacerlo para el emprendimiento. Ambos caminos necesitan capacidades técnicas y competencias conductuales que deben ser parte de lo que nuestro sistema educativo brinda a nuestros estudiantes. La disyuntiva la tiene el individuo que con ese set de conocimientos tendrá, eventualmente, que tomar una decisión de vida.