La República Dominicana, como muchos países de América Latina y del Caribe, está urgida a trabajar más por el bienestar de la sociedad. Está compelida a una distribución más igualitaria de los bienes y recursos con que cuenta el país; y, además, está retada a disminuir significativamente la pobreza. Organizaciones nacionales e internacionales, con una sola voz, sostienen que el gasto social del país no se corresponde con el estado estacionario de la pobreza ni con los niveles de desigualdades que tenemos. En medio de esta compleja y difícil situación, emerge otra realidad que es más esperanzadora: el impulso a la educación inclusiva en gestores y en  maestros del Primer Ciclo de Educación Primaria.

Los esfuerzos desplegados por el Ministerio de Educación, el Centro Cultural Poveda, MAPFRE, el Instituto Superior de Estudios Educativos Pedro Poveda, InteRed y el Despacho de la Primera Dama  para promover la educación inclusiva son una ventana educativa muy importante y esperanzadora en el país. Es un esfuerzo sencillo y de alcance corto todavía; pero anuncia actitudes, prácticas y culturas con un estilo diferente, el propio de la educación inclusiva; un tipo de formación que tiene como núcleo central  los derechos humanos, sociales, educativos y políticos de todas las personas. Son derechos que no clasifican a los seres humanos; son derechos orientados a la integridad de las personas sin tener en cuenta si sus condiciones son limitadas, reducidas o no. Lo importante es que es un ser humano y por ello tiene derechos irrenunciables e inalienables.

El proceso formativo a que estamos aludiendo es una experiencia en la que los sujetos inician descubriendo sus capacidades y condiciones para la inclusión. Parten de un mapa personal, institucional y de país, para identificar dónde y cómo se produce la inclusión. Se intenta descubrir, también, con las especialistas de los centros de Atención Integral a la diversidad- CAID, cuáles son las zonas más vulnerables para introducir planes de mejora,  y si la vulnerabilidad se da en un centro educativo.   Asimismo, los Centros de Atención a la Diversidad-CAD trabajan activamente para hacer creíble la preocupación por la educación en la diversidad y desde la diversidad. En este contexto la educación inclusiva se convierte en un puente intercultural que posibilita la acogida y el diálogo con lo diferente.

Las representantes de los centros educativos involucrados y las participantes de los Centros de Atención Integral a la Diversidad han construido una experiencia caracterizada por el desarrollo de procesos inclusivos que, a su vez, han permitido la búsqueda conjunta de alternativas de solución a problemas dentro de las aulas, dentro de las familias, dentro de los centros educativos y en las comunidades donde están ubicados las instituciones de las que proceden las participantes. Treinta y seis participantes, de dieciocho instituciones, han tenido la oportunidad de vivir, por espacio de un año, una experiencia sin igual en el campo de la educación inclusiva y de atención a la diversidad.

La educación inclusiva necesariamente deberá universalizarse para que los conatos de discriminación y de exclusión sean superados progresivamente, tanto desde la sociedad civil como de los sectores de poder del país. La educación inclusiva se opone a la distancia que separa a los que ostentan el poder político y económico de la gente corriente, llana. Por ello, la educación inclusiva lo primero que hace es quitarle el miedo a las personas; las prepara para que opten de forma consciente y libre a favor de los más vulnerables. No hay derecho a que sea imparable la vulnerabilidad que se encuentra en las aulas, en las familias y en la sociedad. La educación inclusiva es una vía adecuada para que  la República Dominicana cambie el mapa de vulnerabilidad; y, sobre todo, para que los anillos de exclusión se extingan con la mayor rapidez.