Existe pleno convencimiento de la importancia del impacto de la tecnología en todos los sectores de la economía, posibilitando innovaciones que mejoran tanto los productos como los servicios, y el cambio es constante.

En el sector industrial, innovar supone mejorar continuamente las versiones anteriores de los productos. Sin embargo, a veces surgen innovaciones  radicales que rompen paradigmas. Las soluciones que generan cambios radicales se  conocen como innovaciones disruptivas.

El concepto innovación disruptiva es relativamente nuevo, lo introdujo el  profesor de Harvard Business School Clayton Christensen en 1997, en el libro The Innovator’s Dilemma” (El Dilema del Innovador), y se refiere a cómo un producto o servicio entra en el extremo inferior del mercado y escala gradual y constantemente hasta convertirse en el producto o servicio líder del mercado. Por tanto, la disrupción ocurre cuando las empresas emergentes usan nuevas tecnologías o nuevos modelos de negocio y superan a las que eran las líderes en el mercado, y esas antes líderes pierden su posición de liderazgo. En otras palabras, la disrupción es una innovación que parte de una base ya existente, incorporando nuevas opciones, habilidades, equipamientos… y, normalmente, reduciendo los costos de soluciones anteriores, aunque no necesariamente.

Entre los ejemplos  innumerables y conocidos de innovación disruptiva están la Internet, que  permitió la construcción de las redes sociales on line; la impresión 3D, la electrónica portátil; aviones más rápido, computadoras más veloces; discos duros que almacenan más información, y muchos otros.

La transformación que la tecnología está provocando en prácticamente todas las industrias y funciones de la sociedad, constituye un reto para la educación, porque su rol es, y siempre lo ha sido, preparar los jóvenes para la pervivencia en cada sociedad, y esta época de globalización la hace aún más exigente.

Curtis W. Jonhson es un consultor educativo norteamericano y coautor de Disrupting Class. En este libro, plantea la actual crisis del modelo educativo y propone la innovación disruptiva en las aulas, ideas que están recorriendo  diferentes escenarios mundiales.

Jonhson expresa que en el siglo XX la educación era considerada como una industria de acceso, porque los alumnos que no terminaban, fuese porque encontraban un trabajo o por otras razones, no tenían ninguna obligación de volver a la escuela. Pero, en las dos últimas décadas las expectativas han cambiado y ahora la educación es una industria de logros.

Asimismo, sostiene, que ya no es concebible un lugar donde los estudiantes permanezcan  varias horas sentados en ordenadas filas, mientras un adulto cualificado les dice las cosas que deben saber. Con este modelo de industria escolar, la terrible realidad es que se perdió la mitad de los chicos. ¿Qué porcentaje de los estudiantes dominicanos concluye la educación preuniversitaria o universitaria?

Otra de sus razones para procurar la innovación en la educación es que el mundo es mucho más amplio, y nadie ha perdido su trabajo por no saber calcular una ecuación compleja. Un trabajo se pierde cuando hay dificultades importantes en la capacidad de resolución, de enfrentarse a imprevistos, de colaboración, de trabajo en equipo… Esos son los problemas a los que hay que buscar solución en el mundo real. “Creer que lo que a nosotros nos sirvió, les servirá también a las nuevas generaciones es un error. El mundo es completamente diferente a lo que era antes”.

El reto que plantea no es la sustitución de los docentes por las máquinas sino  cómo utilizar las tecnologías, sobre todo la informática,  para preparar mejor a los docentes; para incorporar los excluidos a los beneficios de la escolaridad; para incrementar y ampliar las oportunidades de acceso a la cultura; para ofrecer una educación de alta calidad a los más pobres; para conocer mejor las necesidades y aspiraciones de las mayorías empobrecidas y dar respuestas acertadas y oportunas a sus problemas.

En la escuela dominicana aún persisten prácticas tradicionales, a pesar de los  conocimientos teóricos que sus docentes adquirieron en los estudios universitarios de  pregrado y postgrado. Y las evidencias muestran que la práctica pedagógica mejoró muy poco. Hoy, innovaciones disruptivas es lo que se necesita para cambiar esa educación; se requiere desarrollar ideas que rompan la tradición para poder satisfacer  las demandas crecientes de la sociedad del siglo XXI.

Sin considerar la tecnología la panacea, una posible clave es elegir el camino que ésta ofrece con sus múltiples recursos disponibles para la educación, pero aplicando una fórmula infalible: compromiso y creatividad. Muchos países ya la incorporaron o se aprestan a ello; además, hay que replantearse cómo educar a una generación acostumbrada a los medios digitales e hiperconectada. ¡Adelante Minerd!