La educación actualmente es una de las ciencias y uno de los procesos más valorados en el mundo. Por doquier, escuchamos elogios a la educación por sus bondades de carácter intelectual, por los beneficios competitivos; y por su potencial transformador de visión y de prácticas. Hoy nos encontramos con personas, con instituciones y con empresas que no le encontraban sentido a la educación, pero ahora son abanderados de ella, por la estabilidad que aporta; y por las oportunidades que ofrece para el desarrollo humano y social de las personas y de las naciones; además por el posicionamiento político que facilita y por los bienes económicos que les reporta a los que ponen el acento en una perspectiva mercantil de la educación.

En el momento pre electoral que vive la República Dominicana, la educación también desempeña una función con múltiples perspectivas, de las cuales se subrayan tres:

– la educación electoral que promueve la Junta Central Electoral;

-la educación que tiene como enfoque la racionalidad instrumental y que ponen en ejecución los partidos políticos y muchos líderes políticos;

– la educación crítica que ponen en ejecución diversas instituciones y organizaciones de la sociedad civil.

 

De los tres subrayados anteriormente especificados, es preocupante y requiere atención la educación que instrumentaliza a las personas negándoles la posibilidad de convertirse en sujetos y de actuar como seres conscientes y responsables de sus actos. Son múltiples los indicadores de este tipo de educación en el período pre electoral: partidos políticos que orientan y lanzan directrices que promueven en sus afiliados la repetición de ideas sin criterios ni sentidos; líderes de partidos que promueven prácticas que violentan la Constitución de la República; legisladores que desarrollan acciones y consignas que niegan las propias leyes que aprueban; organizaciones de la sociedad civil ocupadas en la salvación propia y revestidas de una indiferencia escandalosa. Por todo esto que ocurre en la realidad dominicana y más, se requiere el fortalecimiento de la educación del pensamiento crítico. Este tipo de educación no predomina en el ámbito preuniversitario, aunque el currículo dominicano lo propone como enfoque. El pensamiento crítico es escaso también en educación superior, donde prima la búsqueda de una excelencia neutra. Y más exiguo es este pensamiento en la gente común.

.

Activar el pensamiento crítico en los jóvenes y en las personas adultas implica el desarrollo de su razonamiento y su compromiso con causas orientadas al bien colectivo sin desmedro del bien personal. Implica, también, una formación que favorece el desarrollo intelectual y la movilización de la capacidad de toma de decisiones para asumir posiciones corresponsables ante los hechos. Es una toma de posición permeada por una conciencia crítica que los empodera para un ejercicio ciudadano que se aleja de un comportamiento dependiente y reproductor de lo que otros piensan, dicen y hacen. Educar en esta dirección contribuye a la constitución de sujetos, de personas que aprenden a optar con libertad; aprenden a mirar reflexivamente la realidad, van más allá de lo aparente y están conscientes de la correlación de fuerzas que se entrecruzan en los contextos en los que interactúan. En este tipo de formación la neutralidad no existe. El horizonte es una sociedad más justa y unas personas con un pensamiento crítico más desarrollado para ponerlo al servicio de un bienestar que alcance a todos. Mientras la racionalidad instrumental apuesta por una eficiencia orientada a la perfección técnica y a la calidad del producto, el pensamiento crítico opta por una lógica que le otorga primacía a las personas como sujetos que ponen sus capacidades y autonomía al servicio de la solidaridad y del bien común.