En estos días he vuelto a releer el libro Ser-en-(la)-relación, ensayos para una hermenéutica relacionista (2018), del joven filósofo y profesor universitario dominicano Edickson Minaya, libro que considero relevante para el actual filosofar en Santo Domingo. La hermenéutica relacionista de Minaya se propone también pensar la relación entre texto y mundo. Esto implica trazar una línea de continuidad entre pensar, saber, ser y escritura. Filosofar es dialogar y tratar con textos, leer la tradición a través de sus textos. Filosofar es una práctica interpretativa: hermenéutica. Interpretar es igual a hacer posible la mediación del sentido para alcanzar la comprensión de lo real.
Siguiendo al filósofo español Andrés Ortiz-Osés, Minaya afirma que el mundo es como un texto: un entretejido, un entramado de relaciones, de situaciones. El texto es una mediación para entender el mundo, referente obligado de todo texto, de toda escritura, de todo lenguaje. El texto cumple una función comunicativa. Pero busca comunicar algo más allá de sus propias palabras.
Curiosamente, todo lo que hacemos, incluso el habla, incluso la imagen visual, es “textus”: trama, tejido, enunciado oral o escrito. Porque todo se abre a un tejido de significaciones que, a su vez, teje la propia realidad. Todo pensamiento es de por sí intertextual, interdiscursivo, pues está hecho de otros pensamientos, de otros textos, de otros discursos, en él siempre presentes. La filosofía es un ejercicio del pensamiento y de la escritura, un hacer y un saber-hacer con el conocimiento, una comprensión del ser y del mundo.
Al abordar la relación entre mundo y texto, la filosofía se convierte en ejercicio escritural que construye textos. Al pensar, al asumir el ejercicio del pensamiento como ejercicio vital, el filósofo pone en práctica la tradición que recorre en el mismo acto del pensar. El diálogo con la tradición y con sus textos es un diálogo vivo con el patrimonio cultural y lingüístico heredado, y con sus valores culturales e históricos.
Desde la perspectiva hermenéutica de Minaya, el mundo es como un texto. Con esto quiere decir que eso que llamamos “mundo” o “realidad” es algo traducible, algo que puede ser traducido a un texto. Esto es: convertido, conducido, transportado, transformado. El mundo se puede leer como un texto porque puede ser interpretado, descifrado, expuesto por pruebas y argumentos, argumentado por conceptos y razones. El mundo se puede textualizar: se puede conocer y comprender a partir de los textos. Todo texto filosófico está hecho de mixtura, de una mezcla de lenguaje y experiencia: percepciones, experiencias, conceptos, enunciados, ideas de otros autores, argumentos y fragmentos de otros textos. En suma: está hecho de intertextualidad.
Interpretar un texto es entrar en un juego de signos, de significaciones. En ese juego entra el intérprete, pues la interpretación de un texto demanda de su esfuerzo activo y sólo se logra a partir del conjunto de significados expuestos en el mismo texto. Por eso, Paul Ricoeur expresa que sólo la significación rescata a la significación.
Desde la hermenéutica, Minaya aborda también la cuestión del texto literario o poético. Un texto literario no solo comunica: también simboliza y metaforiza. No sólo cumple una función comunicativa: también una función poética y simbólica. El texto representa, metaforiza la realidad, se desplaza de sentido para ocupar el espacio de lo simbólico y lo imaginario.
Minaya asemeja el texto literario a una “fábrica de representaciones y símbolos”. El intérprete refiere y vincula tales representaciones y símbolos a su propio mundo, al margen de la “intención original” del autor. El texto literario está siempre sujeto y abierto a una nueva lectura posible. El texto connota y no sólo denota con su lenguaje. La connotación revela una característica esencial del texto: la pluralidad del sentido. El texto gana libertades frente a su autor: ya no depende de él, de su psicología, de su intencionalidad subjetiva. Trasciende el momento de su creación y trasciende al propio autor. Gana autonomía e independencia. Cobra vida propia. De ahí que el texto sea inagotable. Pero nada de esto sería posible sin el esfuerzo del intérprete, del lector, que es (que debe ser) siempre otro: “El intérprete no se enfrenta con el autor en sí sino con la obra en todo su sentido. Esto hace al texto literario inagotable” (Minaya, 2018, p. 95).
Pero el texto literario y poético es una representación simbólica del mundo sólo por una razón esencial: porque el hombre es un animal simbólico y hermenéutico. De ahí la importancia de la antropología filosófica. Minaya dedica los dos últimos capítulos de su libro a establecer un permanente diálogo crítico con el pensamiento de Ortiz-Osés. Tomando como referencia su antropología hermenéutica, tiende un puente dialógico con grandes corrientes del pensamiento contemporáneo: la filosofía del lenguaje, la filosofía analítica, la filosofía existencial, el neokantismo, la semiótica y la semántica del texto. Minaya dialoga de forma sabia y versátil con pensadores esenciales de nuestro tiempo -Heidegger, Cassirer, Gadamer, Ricoeur, Vattimo- sin dejar de proponer su pensamiento propio. De ahí la valía de su propuesta filosófica.