“Al igual que el arco del arquero está formado por la tensión entre el arco y la cuerda, que da la engañosa apariencia de inmovilidad, así la estabilidad en la sociedad no es un estado de reposo, sino una tensión constante entre opuestos que se mantiene en un precario equilibrio”. –Ellen Meiksisns Wood-.
La dinámica sobre la que se cuece el poder en función del contrapeso que supone la democracia, al grado que la conocemos, conlleva, no obstante, la forma en que éste se adquiera, la utilización de mecanismos que representan traumas a la hora de expresar la conveniencia política, por encima del interés social. Lo justo, no siempre puede ser lo ideal, sin embargo, se obvia que cuando se es político, hay una plena conciencia sobre la importancia que tiene el control de algunos elementos, siempre que trate sobre el abordaje del arte de lo posible…, si es posible.
Hay, como efecto lo hubo siempre, unas maniobras específicas para la conducción del Estado y la ejecución de políticas públicas que generen beneficios a la colectividad sin atrofiar, claro está, el armazón que funge como timonel de la cosa pública. Ya que este es la base estructural del poder alcanzado y sobre el que debe mantenerse el control de estamentos claves para la preservación armónica de unas relaciones eternas entre los sectores que gravitan el espectro sociopolítico y los que aportan para la sostenibilidad de los procesos democráticos.
En esta ciencia, se construye proporcionalmente la participación de sectores en algunas instituciones que rigen la cotidianidad de los poderes, pero se apela a la máxima de idea de la conservación del mando como herramienta de contención frente a los intereses dispersos. Se hace, tomando en consideración un conjunto específico de intereses, a veces concretos y en su mayoría, difusos e ininteligibles para el grueso de la colectividad, pero neurálgico para la postergación de una idea inclusiva.
La ley obliga a la conformación de una nueva Junta Central Electoral transparente y diáfana, que dirija democráticamente los comicios del 2024. Que evite las grietas provocadas por la actual y pasadas administraciones, y devuelva la confianza al elector criollo; hastiado de ver cómo se vulnera un derecho nodal para la consecución de una democracia todavía en ciernes.
Desde ya, suenan campanas anunciando a unos y otros en aras de que el Congreso, cuya mayoría descansa en el partido oficialista, elija un pleno que esté “ajeno” según ellos, a intereses partidarios. Lo difícil, no radica en la petición, sino, en la imposibilidad de que un partido que ha sido víctima de todas las tropelías que nos podamos imaginar, acuda al llamado de los que auparon el modelo corrosivo con que el PLD eligió deliberadamente todos los jueces de las pasadas Juntas.
Para bien de los peticionarios, existe un hombre que, amén de haber hecho causa común de manera pública, contrario a otros, con una entidad partidaria, cumple cabalmente con el perfil que exigen las voces sociales. Y funge como el eslabón que viene en esta coyuntura especial de nuestra historia republicana, a dar crédito a los procesos venideros, sin que se pierda la esperanza de ver realizadas unas elecciones, donde todos acepten conformes los resultados emitidos por el órgano oficial.
Conozco a Eddy Olivares. Hombre justo y equilibrado, ducho como ningún otro en materia electoral, adornado con la responsabilidad que caracteriza a los líderes de su talla. Tiene en sí dotes de conciliador y el coraje necesario para actuar conforme mandan la Constitución y las leyes. La persona indicada para lidiar con la tensión entre opuestos que genera ese invisible forcejeo en que se mantiene el precario equilibrio social.