“No hay líder bueno o malo, sino protagonista oportuno de una narrativa colectiva coyuntural”. – Luis Arroyo-.
Culminado el proceso que otorga la ley, cerrados los plazos establecidos por ésta, para las inscripciones de los postulantes a jueces de la Junta Central Electoral, inicia entonces el titánico laborantismo mediático en función de promover, según los intereses planteados, los favoritos de uno u otro grupo para dirigir el instrumento jurídico-legal mas trascendente para el sostenimiento de la democracia.
Las campanas, desde ya, anuncian la postura de instituciones que se dicen apartidistas y alguna que otras voces con peso moral para reclamar al Congreso, sopesar bien las candidaturas, para llevar paz y sosiego a un electorado escéptico y confuso. Los ánimos muestran un escenario político disperso, pero habrá forma de establecer mediante el consenso, un mecanismo ideal que lleve a términos adecuados la selección de quienes tendrán en sus manos, la oportunidad de devolver la confianza perdida de una institución cuyo desempeño depende justamente de eso.
Las huestes, se atrincheran en torno a sus pupilos. No faltan los que siempre se han creído merecedores de la ultima opinión y los que usan el “chantaje comunicacional” como fórmula sine qua non, para sustentar una vida bobarista, que solo es posible con la utilización de los recursos que supura por lo bajo la maldita corrupción. Apuestan al suyo también; los “independientes” que, por demás, dependen ellos y parte de sus familiares del malogrado Presupuesto de la Nación.
Apostamos todos, todos, en sentido general queremos por variadas razones, que alguien en quien creemos tenga la responsabilidad ineludible de conducir unos comicios, mínimamente trasparentes y creíbles. Que ejerza su función con apego a las normas legales, los principios éticos y que sienta profundamente, los riesgos que pudiera correr el futuro del sistema político, si atenta, como lo han hecho otros honorables, con las decisiones que emana de la asamblea popular.
Justo ahí, nace en la mente de muchos actores políticos y sociales, el nombre de un Juez que se convirtió en icono de la defensa de las buenas practicas en materia electoral. El mártir combativo frente a un Rosario cualquiera, que se adueñó con el respaldo y patrocinio del PLD de los procesos legales y administrativos del órgano gestor de las elecciones. Eddy Olivares Ortega, dueño de las ideas más preclaras en función de como se concibe una institución que tiene una vinculación obligada con políticos y pueblo.
Nadie en su sano juicio tiene la cachaza de decir de Eddy Olivares nada que no tenga que ver con su reciedumbre moral, su capacidad, su inteligencia, la vocación enfermiza de servir a los suyos. Su lucha por el establecimiento de un régimen que proteja la convicción colectiva, y la búsqueda incesante por encontrar una solución armónica entre los intereses, sin que afecte el buen desempeño de las normativas existentes.
Su ciclo no ha cerrado aún, la tarea termina cuando termine, le falta para concluir la misión, impregnar a la entidad que ha dedicado los mejores años de su vida, con esa visión holística, liberal y progresista y humana con la que religiosamente lleva su existencia. Siendo como dice Arroyo, el autentico protagonista de una narrativa colectiva coyuntural.
Hoy, es el inicio de un mañana promisorio para las lides partidarias. Hoy, el Congreso, en su mayoría oficialista, conocedor más que cualquier otra entidad de las virtudes del Magistrado, tiene en su cancha la posibilidad de corregir defectos de una democracia astillada y desgastada de tanto llorar tragedias electorales. Hoy, en todos los rincones resuena como el buey que junto al arado va trillando los surcos de la historia el nombre que antepuso los intereses personales, para servir de guardián de la Ley.