Tenía mucho tiempo sin asistir a una boda. Por alguna razón, mis amigos no han celebrado algún matrimonio últimamente o han limitado ese evento a algo muy íntimo destinado solamente a la familia. La razón, más que sabida por todos, suele ser siempre económica o por un asunto de régimen de prioridades, en el que cada vez más, los novios están empeñados en destinar ese presupuesto en otras cosas.
Desde siempre, las bodas me han parecido una celebración muy sublime y cargada de un encanto único. Y creo que a todas las que he asistido han resultado en matrimonios exitosos en los que desde la ceremonia, el amor y la complicidad han sido un testigo más. Debo confesar que me emocionan muchísimo y cada una, cuando soy testigo de grandes amores, me hacen pensar en la maravilla de amar a alguien que en algún momento fue un desconocido total. De repente, unir sus vidas con la intención de un para siempre, para mí es tanto un compromiso mayúsculo como parte de la maravilla del ser.
Hace semanas tuve la oportunidad de asistir a la boda de Lia y Fello. Una pareja bellísima, como sacados de una película de romance de esas de antes y con una complicidad tremenda que los deja en evidencia como una pareja muy bien lograda. A Lia me une un vínculo precioso que ha logrado traspasar las fronteras de la amistad y sentirnos no sólo hermanas, sino parte de la familia de cada una de nosotras.
Presenciar tanto amor me hizo sentir hasta dichosa de estar allí. El ambiente destilaba felicidad y armonía al mismo tiempo. Angélica, la madre de la novia, con un ánimo envidiable y un trato exquisito y la sensación de esa familia, Mamá Ligia, quien a sus 93 años, da cátedra magistral de baile y actitud positiva ante la vida. Los amigos y los novios parecíamos todos una gran familia.
En algún momento, en medio del baile, la celebración y la música en vivo, salí de aquel salón y terminé sentada junto a mis hermanas tomándonos un trago debajo de un caucho gigante en medio de la noche. Allí por coincidencia, estaba Eddy, el padre de Lia, quien no sólo tuvo la dicha de encontrar el amor en Fello y las dos hijas de ambos, sino que fue formada por Eddy y Angélica, padres maravillosos con una capacidad de amor impresionante y una actitud de vida que es capaz de transmitir y de inspirar muchísima paz. Una cualidad que escasea en estos tiempos y que bien se refleja en la formación de Lia y de Arena, su pequeña hija de 7 años.
En aquel encuentro, de apenas minutos, Eddy reflexionaba con nosotras sobre la importancia de los ritos, especialmente aquellos que se celebran en familia y de cómo en estos tiempos se iba perdiendo esa tradición, que para él, y para mí también, representa un chance maravilloso para celebrar el amor en familia y perpetuar la tradición de unión, que es sin duda alguna, el mejor legado que uno deja a los hijos y a la sociedad. Se quejaba del afán de la gente en minimizar esos ritos, en postergar las celebraciones, así sean modestas.
Mientras Eddy hablaba y le concedíamos razón, yo me maravillaba con el acierto de su reflexión y lo orgullosa que me sentía de mi eterno afán por celebrar la vida todos los días. Con el café de cada mañana, con la costumbre de recoger mis hijos en la escuela, el beso y el abrazo antes de dormir, la innegociable comida todos los días en la mesa, los cumpleaños aunque sólo sea partir un pastel, el brindis por los logros de cada una de mi gente, los almuerzos de los domingos en familia, siempre encontrando la excusa perfecta y a veces boba para vernos la cara y hablar todos al mismo tiempo sin orden alguno.
Me conmovió el aire de orgullo y nobleza de Eddy por ser parte de aquel rito que Lia y Fello habían decidido celebrar junto a sus dos hijas y toda su familia. Aquellos minutos reforzaron mi esperanza en la familia y el altísimo valor de arraigo y conciencia que representa y confirmaron en mí la importancia de medir muy bien las palabras y las acciones hacia los demás, porque a veces uno mismo desconoce la dimensión y el alcance de nuestras propias palabras.
Aspiro a encontrar mucha gente en mi camino que me siga regalando tanta inspiración y compromiso frente a la vida y mis seres queridos, como sin saberlo, Eddy me lo concedió. Y la sabiduría eterna para a través de mis palabras tratar siempre de aportar y no de dañar.