El zoólogo alemán Ernst Haeckel fue quien acuñó el término ecología, palabra  que proviene de los vocablos griegos oikos que significa casa y logos ciencia, definiéndola como “el estudio del ambiente natural y de las relaciones entre organismos y sus alrededores”. De acuerdo al Diccionario de la RAE “es la ciencia que estudia los seres vivos como habitantes de un medio y las relaciones que mantienen entre sí y con el propio medio”. Para Molles (2006) es la ciencia que “estudia las relaciones entre los seres vivos, el ambiente que les rodea, sus características y cómo estas propiedades son afectadas por su interacción; en otras palabras la ecología fomenta y apoya la creación de comunidades”. Estas definiciones  aplicadas a estructuras biológicas se aplican también a las comunidades de aprendizaje, investigación y a las de interés, según Santamaría González (2011).

La sociedad actual cuenta con “un acumulado académico sin precedentes, tanto sobre cómo aprenden las personas, y  –en menor medida– sobre cómo enseñan”, porque la educación aún está muy lejos de responder contundentemente a las demandas y oportunidades que plantea esta sociedad en tránsito (Añazco Ojeda, 2021). Tanto es así, que algunos estudiosos consideran que la escuela como institución todavía responde a la sociedad industrial y la que opera es la sociedad del conocimiento y la información.

Para Coll & Monereo (2008), los esfuerzos realizados en los diferentes países han provocado que la escuela sea –en gran medida– una herramienta generadora de mejores condiciones sociales. Sin embargo, puede que esa esperanza depositada en ella se vea agotada en el marco de la nueva ecología del aprendizaje. Y agregan que a pesar las transformaciones guiadas por lo digital, la escuela permanece sujeta a prácticas obsoletas que hacen cada vez más cuestionable su rol en la sociedad. Y la solución no son ajustes curriculares donde se incluya la tecnología como contenido; ni con la formación del profesorado para el dominio de las herramientas tecnológicas; y menos aún, con mayor y mejor tecnología en las aulas, pues aunque son aspectos cruciales son insuficientes, “considerando la transformación cultural, económica y productiva, donde lo virtual no es el otro mundo, sino el mundo en sí mismo”.

Al respecto hay que destacar que actualmente esa educación está siendo desafiada para que responda a las demandas que exige la evolución de la sociedad y particularmente para aprovechar, integrar y potenciar las nuevas formas y oportunidades de aprendizaje que abre la tecnología a toda la ciudadanía.

En ese contexto, la ecología del aprendizaje plantea una serie de retos a la educación formal y escolar en todos sus niveles, desde la educación infantil a la educación superior, y obliga a una revisión profunda de todos sus componentes, desde sus finalidades y funciones hasta el curriculum, la organización y funcionamientos de los centros educativos, la formación del profesorado y ayudar los seres humanos a desarrollarse y a construirse como personas (Coll, 2016).

Vale agregar que desde finales del siglo pasado y principios de este, se viene  hablando casi de manera indistinta de ecologías informacionales y de ecologías del conocimiento. De ahí que John Seely Brown considerara que cuando se habla de ecologías de aprendizaje implícitamente entrarían en su hábitat tanto el conocimiento como lo informacional.

En cuanto al aprendizaje de los seres humanos, en la actualidad se involucran de forma simultánea oportunidades formales, informales y no formales, así como escenarios presenciales y virtuales a partir de los cuales se configuran las ecologías de aprendizaje, que Brigid Barron definió como el conjunto de contextos, compuestos por entramados de actividades, materiales, recursos y relaciones que se generan en espacios físicos o virtuales que proveen oportunidades de aprendizaje.

El concepto de ecología de aprendizaje se vincula directamente con la idea del aprendizaje permanente y reclama una visión longitudinal de los factores, elementos y componentes que contribuyen al desarrollo personal y profesional de las personas en diferentes momentos de su trayectoria de vida. Permite identificar las diferentes formas en que las personas aprenden, considerando también las prácticas no formales o informales, ya sean de tipología tradicional o mediada a través de la tecnología (González-Sanmamed et al., 2020).

Afortunadamente, los contextos educativos en esta era digital se multiplican y el aprendizaje no ocurre solo en entornos físicos o virtuales específicos, pues el uso de las TIC en la formación presencial y en la educación en línea, ha permitido ampliar cualitativa y cuantitativamente el espacio de aprendizaje, posibilitando nuevas ocasiones para la actualización y el desarrollo personal y profesional que contribuirán a facilitar el aprendizaje a lo largo y a lo ancho de toda la vida. Los aprendizajes ubicuos, invisibles o expandidos surgen para dar cuenta de las nuevas maneras y posibilidades de aprender. Cada persona, cada profesional, tiene múltiples oportunidades de aprendizaje; y puede decidir cuándo, dónde, qué, por qué y cómo se activan algunas de estas oportunidades, dependiendo de las decisiones que se tomen, señala González-Sanmamed et al. (2020).

Por último, expertos consideran que la investigación sobre ecologías de aprendizaje aún se encuentra en sus etapas iniciales, pero está resultando muy fructífera y relevante para identificar los componentes y procesos que contribuyen al aprendizaje de los individuos, lo que facilitará el diseño de modelos más sólidos para la personalización de la formación y el aumento de la toma de conciencia entre los aprendices de sus propias posibilidades.