Ahora que la República vive absorta el Bicentenario del Nacimiento de Duarte, sin un exceso de patriotismo auténtico, que nuestra sociedad vive convulsionada y de manera fratricida, que la cotidianidad es un drama, que todas las virtudes sufren de una deformación, que los sacrificios del héroe y sus proezas no dejan de ser más que un abecedario o una cronología entusiasta de datos, pienso que todos los días podemos construir una relación íntima con la historia, y detrás de ella reconocer el tiempo en que los hombres construyen una epopeya única e irrepetible.
En el siglo XIX el valioso, cultísimo y destacado pintor Alejandro Bonilla (1820-1901), maestro de las materias de Ramos de adorno, poseedor de una personalidad infatigable, contemporáneo del artista, fotógrafo-retratista y escultor Abelardo Rodríguez Urdaneta (1869-1933), tuvo una patente de derecho exclusivo “para reproducir por el término de 10 años el lienzo pintado al óleo y que representa al esclarecido Juan Pablo Duarte”, otorgada por el Poder Ejecutivo el 15 de marzo de 1888, en el gobierno del Presidente Ulises Heureaux.
Posteriormente, se conoce el óleo de Rodríguez Urdaneta, del Padre de la Patria, realizado en 1890. Sin embargo, pocos tienen noticias de que 1912 estuvo en ciernes un proyecto para que el notable escultor francés Augusto Rodin (1840-1917) realizara una escultura de Juan Pablo Duarte por encargo del Ayuntamiento de la Común de Santo Domingo y el Ateneo. Don Federico Henríquez y Carvajal (1848-1952), en el transcurso de un viaje a París, seducido por la genialidad, la aquilatada fuerza de pasión que revela cada subconsciente del rostro de los personajes cincelados por la prodigiosa mano de este notable creador, su precisión bien conocida en los trazos, la naturalidad perfecta de los rasgos, la profundidad psicológica, la expresión íntima que proyectaba en cada escultura, procuró con toda sinceridad que Rodin tuviera la virtud de moldear una interpretación personal, verosímil, que transmitiera la identidad, la densa vida espiritual, el manantial de inspiración de su fe en la libertad, el perfil, los rasgos anímicos del creador de la República, y que nuestro país pudiera apreciar su legado imperecedero en el parque o plazoleta que hoy lleva el nombre del Padre de la Patria.
Don Enriquillo Henríquez, hijo de Don Fed, y su primo Enrique Apolinar Henríquez, intercambiaron cartas con Rodin para tales propósitos. Las respuestas del escultor francés están fechadas el 23 y 26 de marzo de 1912, y dirigidas a Enriquillo Henríquez. En principio, Rodin aceptaba el encargo, pero no para realizar un monumento retrato del Patricio, sino prefiriendo ejecutar un monumento a la Independencia.
No obstante, el empeño del maestro Henríquez y Carvajal no pudo hacerse realidad, y en el parque Duarte, finalmente el 16 de julio de 1930, se colocó una escultura del italiano Arturo Tomagnini.
Belkiss Adrover de Cibrán (1918-1995), con quien tuve el grato honor de compartir amistad, y recibir de ella enseñanzas de gran valía sobre escultura y estatuaria sepulcral, ya que su apartamento estaba ubicado en la calle Padre Billini, y su frente era un mirador hacia la entrada sur del Cementerio Metropolitano de la Avenida Independencia, en su condición de biógrafa por excelencia de Abelardo Rodríguez Urdaneta, fue quien me puso al tanto de este dato inédito sobre Rodin, y me cedió copia facsímil de las cartas que reproducimos. En su conocida obra sobre Urdaneta relata que: “Don Federico habla recordando el primer busto hecho por Abelardo en el 1890, y comparándolo con el de la Unión Panamericana” dice lo siguiente:
“Un nuevo busto, más pequeño, con más suaves líneas, con más vida, ha surgido ahora de las manos creadoras del artista. Allí está sobre el trípode. Allí está bajo la tenue luz que lo envuelve, en adecuado ambiente. Lo he visto detenidamente, en silencioso reconocimiento, y he quedado sorprendido de hallar en éste, rasgos de elevación y de serenidad, de intensa vida, apenas embozados en el otro busto. Hay en éste más vida, el momento psicológico del apostolado y el del heroísmo, cobra el nuevo busto más fuerza anímica. Es el Duarte de la redención y del martirio. Ciertamente: frisaba entonces en la edad de Cristo…”.
En una visita que realizó don Fed al taller de Abelardo, ubicado en la Calle Duarte No. 14, nuestro escultor le preguntó: “¿Qué dice Ud. respecto a mi obra?”. A lo cual contestó: “- Y yo, dominando las dolorosas evocaciones que el admirable busto había suscitado, a la par, en mi organismo ético y en mi sentido estético, sólo acerté a contestarle: ¡creo que ya, por fin, he visto a Duarte!”. (Fragmento publicado en la Revista Letras, el 5 de octubre de 1918).
Abelardo, que se especializó en clichés, clichés de fotograbados, retratos, fotografías o vera-efigies, realizó en bronce un Duarte, en 1919, el cual se encuentra en el Ayuntamiento de Santo Domingo. Posteriormente, inició el proyecto “Duarte rompiendo las cadenas de la opresión” o “Proclamación de la Independencia” en 1915, en el cual se puede apreciar, que Duarte es Abelardo. El mismo fue un encargo del Ayuntamiento de San Pedro de Macorís, lo ejecutó modelado en barro, tamaño heroico, pero es de lamentar que debido a los estragos del ciclón San Zenón en 1930, la obra tuvo un destino de infortunio: la bravura de los vientos y de la lluvia borraron todo vestigio de la misma, solo nos queda como referencia de la misma tres fotografías, que nos permiten apreciar que en la mano izquierda Duarte lleva los documentos de proclamación de la República, y la mano derecha se muestra colocada en actitud de juramento.
He traído a colación estos datos sobre la vera-efigie del patricio porque siento,… que Duarte necesita de nuestro recuerdo, que le hablemos de manera reiterada, sin cohibirnos en nuestra conciencia. Sé que su permanencia en el tiempo es y será infinita, y a la vez eterna por encima de la oscuridad, y la ingratitud que corroe a los que no valoran sus desvelos.