Utopía significa no-lugar; indica hacia un espacio ideal imposible de alcanzar.

En el siglo XX descubrimos que somos constitutivamente trascendencia, apertura a lo otro, esperanza, posibilidad de libertad.

Basados en el sutil y frágil principio que es el vivir, estamos condenados a ocuparnos de edificar nuestro destino. Lo admitamos o no, nos desplegamos como promesa que aspira a cumplirse como un destino.

La utopía no es algo exterior, agregado, postizo al existir; nace de la raíz más entrañable en nosotros. Se constituye como lo más nuestro, como nuestro auténtico modo de ser.

Somos seres abiertos, proyectados en edificar sueños, mundos nuevos.

Nunca estamos concentrados en un aquí, en este instante.

Siempre estamos preocupados por configurar un futuro posible, creíble, sostenido y elevado como modelo de seguridad, alegría y dicha, desde la construcción de un comportamiento ejemplar, que muestre el poder de nuestros ideales y la consistencia de nuestra voluntad.

Tal fue el método y el comportamiento de nuestro padre, Juan Pablo Duarte.

El país de Duarte aún no existe. Lo que conocemos como tal es una ficción, una apariencia diabólica, un engaño, una burla, una caricatura.

Nuestra única posibilidad de ser plenamente dominicanos vive en la patria que él soñó.

Nuestro ser es solo posible en el sueño inagotable de un luchador que todos –en su tiempo, y aún hoy–, quisieron dejar atrás, acallar, aislar, denigrar, difamar, empequeñecer, negar.

Empero, Duarte no desalentó, no renunció a su sueño, impuso con extremo vigor la tenacidad su determinación.

Duarte es grande porque supo trascender la mezquina realidad de su época –que es una constante en todos los tiempos.

Comprendió que los dominicanos somos dados a obedecer a la retórica, la ignorancia, la fuerza bruta, a la pequeñez moral.

Por eso, decidió contradecir poderosamente nuestra historia.

Decidió construir un monumento imperecedero sin palabras, sin constricciones, sin dictar deberes ni órdenes: decidió señalar el camino con su propia sangre, con su vida, erigir su legado sobre el propio ejemplo.

Cumplir el sueño de Duarte debería ser para nosotros el más alto anhelo. Decidirnos a construir el país que soñamos, adelantándolo con nuestra entrega y comportamiento ejemplar, de eso se trataría

Viernes, 20 de marzo. Fragmento de reflexión en un momento de crisis de la humanidad.