“Desde el punto de vista ético, se considera que toda fuente de riqueza es social y por tanto implica responsabilidades sociales en quienes se benefician de ella, tanto más cuanto más provecho obtengan”. (Fernando Savater).
En tiempo de crisis es cuando auscultamos el carácter y determinación de un verdadero liderazgo, se enmarca en la diferencia entre lo que podemos y debemos de hacer. El liderazgo que apunta a las estrellas es aquel que, en medio de la mutación, del peligro, de la emergencia nacional, crea el puente y el grito de la unidad nacional. Apela y concita el despertar de una nación para propiciar el mejor de los caminos, aun en tiempo de tempestad.
Un liderazgo que despierte en la audacia, en la búsqueda acrisolada de la identificación del interés común, con responsabilidad y compromiso, más allá de una agenda política partidaria. Aquel que subordina calendario y ruptura el dietario oculto de su pasión, enfocándose como diría Stephen Covey “lo primero, lo primero”. Acuña al gran dramaturgo, poeta y novelista alemán Goethe “Lo que importa más, nunca debe estar a merced de lo que importa menos”.
Hay un drama social en el mundo y en cada país donde se ha presentado la pandemia del Coronavirus 2019, una crisis social reflejada en la crisis sanitaria. Una crisis de protección social coadyuvando a un deterioro en la calidad de los servicios sanitarios y sociales. El drama social, sobre todo en países como el nuestro donde existe una fuerte fragilidad institucional, se acrecentará, ello así porque las enfermedades de la desesperación, tales como suicidio, alcoholismo, drogadicción, violencia, aumentarán inexorablemente. La definición de la salud asumida desde la Organización Mundial de Salud “como un estado de completo bienestar físico, mental y social”, nos señala pues, que la salud es una cuestión tanto social como biológica.
Sociedades como la nuestra con un sistema de salud esencialmente débil, fragmentado, con una gestión de salud que no logra dar el salto tayloriano en medio de esta crisis, debería aunar esfuerzos por una estrategia global más proactiva, enfocada en la salubridad. Empero, es sabido que los países como el nuestro, con altos índices de enfermedades y mortandad, generalmente están organizados de manera indudablemente muy diferentes a aquellas con esperanzas de vida más halagüeñas y mucho menos dolencias y afecciones.
Detrás de toda organización social, que deriva en comportamiento, hay una cultura, una filosofía y una sedimentación política institucional que bosqueja y aun, merced, en gran medida a un liderazgo. Ese necesario liderazgo en los últimos 25 años no lo hemos tenido. Un liderazgo referencial positivo que lleve a cabo el soporte y expresión de lo mejor del dominicano en los diferentes planos y dimensiones de nuestra existencia. Tenemos una forma de organización laxa, todo “se negocia”, “todo es posible”, “en el camino se arregla la carga”, “para nada es mejor así”, “algo es algo”, “no te preocupes, eso lo cambian ahorita”, “eso lo hicieron para joder a uno”, “tu va a creer en eso”. Eso expresa la falta de disciplina social que se anida en el campo del tejido social de los dominicanos.
Una gran parte de los dominicanos no opera socialmente en la dinámica social acorde al contexto y a la circunstancia de la encrucijada histórica, a menos que no se ejerza como estandarte los aparatos coercitivos del Estado. 8,000 apresados en los primeros 5 días del toque de queda es una barbaridad, más de 3,000 motores incautados y 515 carros nos arrojan los niveles de deslizamiento del relajamiento de las normas y del espíritu de protección colectivo frente a un drama social que implica la muerte.
En estos momentos y mirando a mediano plazo, el panorama social es descomunal porque el estado de salud guarda relación con la calidad de vida, con la desigualdad social; aquí lo trascendental es cómo el Estado coadyuvará con neutralizar lo más posible los efectos perversos del Coronavirus 19 y cómo puede crear una plataforma para auxiliar a las personas que quedan estropeados con los trastornos psicológicos, con la desvinculación laboral, ejemplificado en el miedo, la incertidumbre, la ansiedad, la angustia, la depresión.
El cambio social intempestivo, veloz, de nuestra vida cotidiana, hasta en los modos de saludar y relacionarnos, traerá consigo no solo nuevas formas de interacción social, sino que la medicina y la sanidad se dibujarán de manera diferente. La organización social tenderá a cambiar. Como también se producirá una especie de quiebre emocional, mental, al cambiar no solo la forma de trabajar (teletrabajo, el e-learning, virtual) si no la construcción y desconstrucción de la forma del comportamiento en la familia. El grupo primario por excelencia, la célula básica de toda sociedad ha tenido que rearticularse en su operatividad e instrumentalización del quehacer cotidiano y del peso equilibrado de la fisonomía social al interior de cada una de ella.
En nuestro país las desigualdades sanitarias están muy conectadas, vinculadas a las diferencias socioeconómicas. El Coronavirus rompe, hasta ahora, en Dominicana con el paradigma de la relación entre salud y variables como clase social, género, la raza, la edad y la geografía. De 488 casos confirmados casi el 50% se encuentran en el Distrito Nacional, y una gran mayoría en Santiago, Provincia Santo Domingo y San Francisco. La mayoría de los afectados son clase media, media alta y alta.
Los factores ambientales y/o estructurales (como la distribución de la renta y la pobreza) inciden denodadamente en la salud, así como el comportamiento de cada uno de nosotros en función de la organización social. La desigualdad de oportunidades vitales se pone de manifiesto en este momento de una pandemia que ha traído consigo nuevos desafíos a la humanidad y no cabe la menor duda, de una nueva mirada que traerá consigo la salud como centro motor de los sistemas políticos.
Nuevas formas de organización que reconfiguren mejores relaciones sociales estructurales y estructuradas que converjan en la dinámica de construcción de una cultura distinta. Un nuevo liderazgo más inclusivo, más participativo, menos orquestador del inmediatismo politiquero, del pragmatismo sin visión de Estado, más arquitecto de la unidad, más permeado en la cohesión social y menos anclado en el verticalismo y el fingido de la humildad.