La precampaña presidencial de los Estados Unidos ha tomado un aire bastante pintoresco con las ocurrencias o las llamadas metidas de pata del precandidato presidencial por el Partido Republicano Donald Trump.
Algunos lo llaman payaso de circo, personaje absurdo, racista imbécil o personaje estrafalario, pero lo que más sorprende es que con cada presunto error parece crecer su popularidad. Comenzó por denostar a los mejicanos y con ellos a todos los inmigrantes latinoamericanos, con lo que se atrajo la simpatía de los sectores más ultraderechistas de esa sociedad, como un Vincho cualquiera. Sus salidas de tono han terminado en insultos, reafirmados y sin arrepentimiento, no solo a los inmigrantes, sino también a las mujeres y hacia otros líderes políticos.
Una de las cosas más sorprendentes es como una amplia porción de una sociedad tan abierta y tolerante como la norteamericana se esté dejando seducir por un discurso basado en el odio, como parte de esta ola de extremismos, principalmente de derecha, que recorre gran parte del mundo. Puso a Obama a buscar actas de nacimiento para demostrar que en verdad era estadounidense; sin embargo, una de las cosas a la que más atención se ha prestado, lo que la prensa entendía que iba a terminar con su ascenso en las encuestas fue cuando se metió con otro líder de su partido, John McCain, a quien se le considera un héroe nacional. Y que a pesar de meterse con un héroe tan respetado, su popularidad no haya sufrido mella.
En mi caso particular, lo que me causa gracia es ver la forma tan natural en que todos los medios de prensa e incluso intelectuales de América Latina y de Europa cuando mencionan el caso, siempre se refieren al señor McCain como un héroe, sin que aparentemente nadie se cuestione las razones por las que debe ser considerado un héroe nacional. Uno podría entender que determinados sectores de la sociedad norteamericana, con su forma muy particular de ver el mundo, lo consideren un héroe sin preguntar por qué. Basta que peleara en el ejército de su país.
Y eso se ha pregonado y convertido en verdad universal. Pero quizás valdría la pena preguntarse, ¿qué es en realidad un héroe? Hasta donde se sepa, su mérito consiste en haber sido prisionero del Viet Kong en la guerra de Viet Nam. Pero ¿Qué hacía allí? ¿Acaso fue a socorrer a la Niña del Napalm?
No se puede decir que fue hecho prisionero mientras defendía a su país de ningún peligro extranjero, a menos que se admitiera que Viet Nam representaba algún peligro para los EUA. Y eso implicaría razonar que un país de campesinos ubicado a más de diez mil kilómetros de distancia, con una economía infinitamente más pequeña, pudiera atacar a la mayor potencia, aunque para ello tuviera que usar barcazas hechas de bambú para cruzar el inmenso océano Pacifico, solo para llegar al extremo opuesto a enfrentarse con enormes portaaviones, al ejército más poderoso del mundo y hasta arsenal nuclear.
Si no estaba defendiendo a su patria de ningún peligro extranjero, entonces habría que reflexionar sobre su condición de héroe atacando a un país lejísimo al suyo, a un pueblo tan inmensamente pobre e indefenso, con el solo objetivo de sojuzgarlo, dominarlo, impedirle su autodeterminación e imponerle sus propios criterios, en una guerra que costó la vida a millones de inocentes. ¿Es eso un acto de heroísmo?
Desde mi particular punto de vista, si el señor McCain fue a Viet Nam a hacer eso, y en su intento fue apresado por un ejército de campesinos defendiendo su patria y su ideal, mientras el señor Donald Trump se hizo el pendejo simulando un defecto en un pié para no ir a esa guerra, entonces para mí, por mas payaso y racista que sea, el señor Donald Trump es mas héroe que McCain.