Recuerdo vivamente aquel 5 de julio, 1982. El país un solo silencio, una sola pena, un solo recuerdo, un recuento de palabras muertas, un asombro de “Cómo fue posible!”…“¡Pero si apenas hace unos cuantos días!”…“¡Parece mentira!”….Ante un nicho mortuorio que resumía la profunda tristeza de todo un pueblo por la muerte de un hombre ciertamente bueno; que fue justo, sencillo y valiente; que  no robó ni permitió que robaran; que nunca ofendió, ni mató, ni encarceló, ni desterró. Y, sobre todo, que fue consecuente con sus principios y su procedencia: Silvestre Antonio Guzmán Fernández, un verdadero Presidente de todos los dominicanos.