Como quien cumple tareas asignadas, recientemente dos peones del “palacio” han sacado la cabeza para recitar repudiables versos satánicos. Se trata de Luis Piccirillo McCabe, director del Consejo Estatal del Azúcar (CEA) y de José Ramón Peralta, Ministro Administrativo de la Presidencia.
Uno y otro vienen a sumarse a las destempladas voces de los magistrados de la JCE que tartamudean mentiras irritantes sobre la irresponsable suspensión de las elecciones municipales, sus consecuencias, sus peligros para la democracia y otros muchos males políticos a corto y largo plazo.
El primero, un desconocido político irrelevante, calificó como “estúpidas o tontas las manifestaciones de miles de jóvenes en la Plaza de la Bandera, que exigen a la Junta Central Electoral esclarecer la suspensión de las elecciones municipales del 16 de febrero”. ¡Boomerang ético que obliga a desearle lo que él desea a otros!
El segundo, como quien repite trabalenguas políticos mal aprendidos, declaró que la modalidad de protestas con cacerolazos “debe llamar a preocupación a los próximos gobiernos. Al del PLD no. Esto, porque estando en un proceso de elecciones la gente va a canalizar su posición política por ahí”. Manifestando así su ignorancia o su “astucia esquizoide” y apuntando con supina cantinflada que no sabe cuáles son los indignados y cuáles son los que están en campaña partidaria.
La “triada" luce incapacitada para “leer” el justo mensaje de la expresión política y social de las protestas, dando muestras de estar padeciendo de “dislexia política”. Un trastorno específico del aprendizaje que se caracteriza por un deterioro de la capacidad de reconocer palabras, lectura lenta e insegura y escasa comprensión.
Y algo más. Tal como se expresa en la definición consensuada por la Asociación Internacional de Dislexia, ésta se considera una Dificultad Específica de Aprendizaje (DEA) de origen neurobiológico, caracterizada por la presencia de dificultades en la precisión y fluidez en el reconocimiento de palabras (escritas) y por un déficit en las habilidades de decodificación (lectora) y deletreo (ortografía). Este padecimiento afecta también a otros muchos sectores que hacen lecturas sesgadas desde ópticas enrarecidas por sus intereses particulares que no se corresponden necesariamente con los intereses del pueblo.
Aquellos que no han tenido la valentía de tomar la Plaza de la Bandera para condenar los desmanes sincronizados del gobierno y de la JCE, que han generado un desastre electoral sin precedentes, son los mismos que satanizan, persiguen, criminalizan y reprimen la protesta social como práctica visible y manifiesta de indignación y de abierto disenso y reivindicación democrática.
En países como el nuestro, donde hay un gran déficit democrático, inequidad social latente, sistemas políticos con alto grado de impunidad debe existir la protesta social para que de alguna manera la acción colectiva pueda controlar los diferentes poderes amañados del Estado y al mismo tiempo para defender la necesidad de garantizar el derecho a la protesta en un orden político que pretende llamarse republicano y democrático.
Ni las trampas ni las maledicencias del gobierno a través de sus insulsos peones ni la ironía patologizada de la JCE detendrán las protestas que buscan poner freno a los desatinos de ambos. La protesta del pueblo que se extiende por todo el territorio nacional reafirma que la protesta social es irreductible.
Más aún, un régimen que impide la protesta no puede esperar una actitud pasiva de los ciudadanos, ni que éstos lo respalden afirmativamente, sino que tendrá que apelar cada vez más al miedo y a formas de violencia, para contrarrestar su impotencia. Pero por esta vía este régimen, según Arendt, no hace sino sembrar, poco a poco, su autodestrucción, su condena y su rechazo.
Los que aquí padecen “dislexia política”, dentro y fuera del gobierno y de la JCE, no logran “comprender” que el derecho a la protesta incorpora como una actitud importante el poder desobedecer. Esto es fundamental porque cuando una sociedad se acostumbra a la obediencia ciega, y se normaliza de acuerdo con un código de conducta que no admite la actitud crítica puede llegar a ser víctima de las peores cosas.
Otras muchas plazas públicas del país están siendo escenario para la defensa de los derechos electorales y otras tantas libertades amenazadas. El espacio de las plazas públicas es significativo para la ciudadanía que protesta, ya que tiene una notoriedad especial: es un lugar privilegiado que generalmente está en el centro de las ciudades, altamente visible y a veces próximo a los centros o edificios que representan el poder del gobierno contra el que se protesta. Y desde las plazas la lucha y la protesta se extienden también a través de las redes sociales. Las redes sociales se han convertido en una parte importante de las manifestaciones y protestas de la era digital.
Que los que aquí padecen de “dislexia política” (y también de sordera y miopía políticas), dentro y fuera del gobierno y de la JCE y de otros sectores enganchados a “mediadores autonombrados”, sigan “mirándose el ombligo”. La nueva patria se hará sin su nombre y sin su voz, si es que alguna vez fueron dignos de ser tomados en cuenta. Su visión avasallada no amedrenta la visión amplia de que somos libres de luchar por nuestras ideas. ¡Eso exige el pueblo dominicano en estas protestas!
La perversa irrelevancia dormida del gobierno y de la JCE no la despierta ni el sonido libertario de las cacerolas. Están distraídos. Están borrachos de poder. Tienen dificultad para “leer y comprender” los sonidos de la libertad porque su irresponsabilidad política les impide poner atención a las reclamos y a los derechos del pueblo que protesta.
Ojalá que la dislexia política del gobierno y de la JCE no “contagie” a los “comisionados extranjeros” que revisan a su “propio ritmo”, y por separado, la nefasta suspensión electoral. Todo indica que sus informes estarán después del 15M y que más que un logro en favor de la transparencia electoral será más un triunfo cínico de los “anfitriones”.
¡Sigamos protestando! Hasta que encontremos la verdad que nos esconden. Cara al sol. En las plazas, caminos, iglesias, universidades, barrios, centros comerciales, clubes, parques, campos y ciudades. Como pueblo. Hermanados. En la Plaza de la Bandera y en todas las plazas públicas. Sin miedo. Sin mediadores desafortunados.
Alegra saber, como expresa Olga Onuch, profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad de Manchester, que las protestas y movilizaciones sociales también son un recordatorio vehemente de que la gente tiene tanto el poder como el derecho de pedir un cambio. ¡Es importante protestar porque nos da esperanzas!