No es el diseño institucional formal el que determina per se, la calidad de la democracia en una sociedad determinada. Se requiere algo más esencial, se precisa de la relación funcional entre los distintos actores que convergen en una formación social. Se amerita que los distintos decisores, entre ellos, la sociedad civil, la burocracia estatal, la oposición, converjan en los aspectos medulares de ese país, construyendo consensos vitales en medio de un disenso, que es lo que hace la dinámica política y social más fluida, más expedita, ya que la democracia, en el proceso de su evolución y necesidades, no se agota en sí misma.

Como dirían Werner y Seyfried, “Los gobiernos más efectivos y democráticos no son aquellos que ejercen el poder político, por legítimo que sea, a partir de la jerarquía, sino los que dirigen desde el centro implicando y cooperando con los demás actores relevantes”. Lo que hace a una gestión gubernativa, que paute una gobernanza con calidad, eficiencia y efectividad, es como logra articular una agenda mínima con el concierto de los actores claves, estratégicos de una nación.

La democracia y con ella la gobernanza, no derivan de un diseño institucional formal, este es la fragua necesaria para la institucionalidad. Se requiere de una voluntad política, de una decencia que ha de expresarse en la ética política. Democracia es puente, sustancia de mayoría que se legaliza como tal, pero que se legitima asumiendo a la minoría en la agenda societal y en el ejercicio de sus decisiones y acciones.

Peter Drucker, ese gran gurú de la gerencia moderna, nos hablaba de la necesidad de medir para poder evaluar, comparar y mejorar. En Dominicana postulamos, en medio de la cultura de la autocomplacencia del poder, de hablar de logros, de resultados, sin asumir referencias, sin pautar lo que hicimos y dijimos que íbamos a hacer. Leer los programas de gobierno de los partidos que han accedido al poder y contrastarlos con los resultados obtenidos, nos produce un escozor no de perplejidad, pero sí de la ansiedad que causa la ofensa a la inteligencia de los demás.

La cúspide gubernamental, aquí y ahora, no tiene una comprensión de lo que significa, como parte de la eficiencia, eficacia y legitimidad, un buen diseño organizativo del Estado. Porque nos creemos que el solo poder es suficiente. Es suficiente si es para solazarnos en el poder y practicar la corrupción, el clientelismo, el rentismo, el patrimonialismo y el asistencialismo maltusiano y magullado. En el Estado dominicano, más allá de las leyes elaboradas y construidas en los últimos 21 años, que a menudo contradicen el diseño institucional formal o lo bloquean o crean yuxtaposiciones que gravitan en una burocracia, en su mayoría no seleccionadas de acuerdo a la meritocracia, después de todas estas leyes, el estado sigue siendo muy disfuncional para el cuerpo social.

El diseño institucional no viene acompañado entonces de: capacidad de reforma organizativa mental, que se recree en una verdadera cultura del cambio; lo cual impide la rendición de cuentas, las consultas proactivas con los distintos actores sociales y la necesidad de valorar el impacto de cada actuación pública. Es esa “ausencia” de voluntad política para impulsar las reformas estructurales, esa cultura de la cosa nostra de un componente importante de los actores políticos, que producen la Captura del Estado, más allá del diseño institucional formal. Tenemos las leyes, pero no legalidades, las instituciones, sin embargo, no la institucionalidad; porque el rol vital para que nos gobiernen no es producir políticas públicas que coadyuven al desarrollo humano de la población.

La Captura del Estado que es, al decir de J. Edgardo Campos y Sanyay Prudhan, “las acciones de individuos, grupos o empresas en los sectores público y privado, para influir en la promulgación de leyes, reglamentaciones, decretos y otras políticas del gobierno para su propia ventaja”. La presencia de ODEBRECHT en nuestro país es el ejemplo más elocuente de la captura del Estado dominicano por parte de esa organización mafiosa, que en su modus operandi, superaría al Padrino en sus tres entregas. ODEBRECHT lograba, en su mayoría, las obras sin licitación, violaba la Ley de Compras (340- 06), transgredía la Constitución en su artículo 93 literal k.

De las 17 obras, 10 al menos recibieron metamorfosis por los adendas y de las 10 obras más sobreevaluadas en todos los países donde operó la empresa delincuente, cuatro son de nuestro país. Los addendums eran parte de una cultura del engaño, de la trapisonda, de la manipulación, para lograr más beneficios espurios.

Esa captura del Estado trascendió el diseño institucional formal, lo asimiló y lo distorsionó. Pero ello solo es posible, si tenemos una parte significativa de la clase política tan decadente, ruin, tan ostensiblemente visibilizada en la vileza. La captura del Estado dominicano por parte de ODEBRECHT significó en el concierto de los 12 países, la onda más expansiva, desde todas las dimensiones de la gobernabilidad; importantizando el control de la corrupción, la eficacia del gobierno, calidad de la reglamentación, voz y rendición de cuentas y estado de derecho.

¡Donde no hay decencia y virtud y la plutocracia se erige en el norte del ejercicio de la política, la desigualdad económica y social se amplía en sus diferentes dimensiones: la de rango, los ingresos, el poder y la riqueza. La Captura del Estado informaliza el diseño institucional formal, lo drena y penetra a todas las demás modalidades de la corrupción: Administrativa o Burocrática, el Nepotismo, Padrinazgo y el Patrimonialismo!