La partidocracia nuestra nos mantiene en una disnea permanente; es una asfixia recurrente que nos ahoga, para no ver con proactividad el futuro que anhelamos. La disfunción de la elite política es tal, que hay una ausencia de compromiso de futuro. Cristalizan así, una visión del poder por el poder mismo, donde el solo interés partidario y de grupo los marca. Hacen lo que les conviene; no así lo que le favorece a la sociedad, que es la razón nodal de la política, el objetivo común, en medio de un ejercicio ético.
La partidocracia juega en un melodrama de disgregación a quien es capaz de hablar más, sin decir nada. Disertan de manera atropellante, ofendiendo la inteligencia del dominicano; es tal su discordancia con respecto al país, que frente a hermosas oportunidades para desarrollar el país construyen problemas. Porque son grandes en las cosas pequeñas y muy pequeños en las cosas grandes.
La ausencia de un proyecto de nación los define en lo que Beatriz Sarlo denomina la audacia del cálculo. La audacia del cálculo diseca y ausculta la sociedad argentina en la época del kirchnerismo; donde se atesora una hegemonía con el fardo en los hombros sin transformaciones y el acomodamiento.
Esta partidocracia nuestra nos mantiene recreando un círculo vicioso, por demás degradante y perverso, de las agendas necesarias, sin metamorfosis. Como si el tiempo no pasara, como si el devenir de hoy fuera el eterno peregrinar del Siglo XIX y del Siglo XX. Como si solo habría de cambiar de actores y el contexto y las necesidades fueran los mismos en medio de la sociedad del conocimiento y de la Tecnología de la Información y Comunicación.
Ellos, reactivos con los proyectos societales, no así con su bienestar propiciados desde las instituciones públicas, se fraguan en la configuración de ser parte del problema y no entes de la solución. Se encuentran muy rezagados con la agenda de la sociedad y no logran articular la misma con sus proyectos personales. Sencillamente, permiten que un dominicano al irse del país hace 20 años con el periódico de esa época, al regresar con el periódico de hoy 23 de Marzo crea que está leyendo el mismo que se llevó, como mezcla de nostalgia.
La partidocracia nuestra nos ha petrificado como sociedad y hacen que las normas se creen, pero que no se cumplan, que no se implementen sus usos, no forma parte de su modus operandi y no les interesa que el respeto a la institucionalidad sea la base de las relaciones, porque sienten que pierden importancia y por ende, poder. Porque el que tiene poder, en medio de una debilidad institucional, se apodera de la discrecionalidad, de la discriminación y de la terrible opacidad y en consecuencia, de la ausencia de la rendición de cuentas.
Es lo que vemos con el eterno trajinar de la Ley de Partidos Políticos. 16 años su discusión, con un nivel de consenso inaudito y sin embargo: El PRD con 8 años de preeminencia en el Congreso no la aprobó. El PLD con casi 9 años de hegemonía en el Congreso tampoco la ha aprobado.
El axioma, el corolario, singularmente resalta: Cantan y bailan de manera diferente, según estén en la oposición o en el poder. Lo que destaca la ausencia de principios y de valores en la democracia. Los políticos nuestros parecieran que tienen la personalidad Tipo A, que como diría Walter Riso en su libro Sabiduría Emocional “La esencia de la personalidad Tipo A, es un patrón de lucha incesante por alcanzar las metas y oportunidades de éxito (no exclusivamente económicas) en el menor tiempo posible y a costa de cualquier cosa. Un extraño cruce entre Maquiavelo y Superman. En este tipo de sujetos, el ego se alimenta de dos necesidades indispensables: control y poder absolutos…”.
Es esa necesidad de poder y de control que lleva a las elites políticas a no propiciar la circulación de las elites; a eternizar por más de 32 años a dirigentes de un mismo organismo de dirección y asumir que la dirección de un partido nuevo, los nuevos dirigentes sean los mismos, con la misma categoría de donde provinieron.
Es esa ambición de poder, de intereses fuera de la sociedad que propician como tensión poderosa los dos principales dirigentes del PLD: Leonel y Danilo. 7 meses sin que el principal órgano ejecutivo de esa organización, el Comité Político, se haya reunido en medio de una intensa campaña electoral que ellos empezaron hace 31 meses, esto es, cuasi al mismo tiempo que el Presidente se juramentaba. No han podido consensuar una agenda ni siquiera de su devenir electoral. César Pina Toribio reflejó la frustración de esta manera “Yo no entiendo para que me sirve ser miembro del Comité Político si no se reúne”. Es la ausencia de la democracia interna y de las batallas de los egos.
Diseccionar estas tensiones para bien de la sociedad, conlleva desarraigar la cultura del individualismo que soslaya actualmente la acción social organizada. Es la asunción de una rebeldía contra el establishment de la partidocracia nuestra.