La historia amorfa como historia oficial  es una historia gris, sin grandes elegías, sin ningún tipo de franqueza, donde las utopías de mujeres se han limitado a los estereotipos genéricos, al estatismo emblemático, a la contemplación del aprisionamiento femenino en la ausencia.

El silencio impuesto a la vida de las mujeres es una manera de destierro, para  que no se conozca nada personal de ella, o bien, su historia personal. El olvido es más que un melodrama donde las emociones vibrantes han languidecido, porque a nadie y a todos les importa mirar hacia atrás.  La muerte es un arquetipo del olvido, un fluir, un balance o un mito hiperbólico que la historia reconoce sólo en la dimensión del pasado y del presente.

La historia del sujeto femenino se proyecta,  mediáticamente,  desde el discurso oficial como una existencia fragmentada. Para narrar la historia, las investigadoras con perspectiva de género  imbuidas por un espíritu crítico que asimila herramientas del psicoanálisis y la lingüística, orientan sus interpretaciones sobre los sucesos contemporáneos y enraizados en la memoria colectiva, traspasando las barreras del silencio, ya que permanecen aún muchas páginas en blanco sin destinatarias ni autoras en los compendios enciclopedistas, panoramas o diccionarios-biográficos.

La “historia” aplicada al sujeto femenino es una historia de censura, y más aún, una rendición pasmosa de un tiempo cronológico, reducido por el patriarcalismo, sin tomar en cuenta el hacer del otro género, al menos que ellas, estén subordinadas  a la filiación que representa el parentesco o la jerarquía de  la dependencia  hacia el  poder masculino.

Desde esta visión consideramos que  el discurso en contrapunto, no canonizado por ninguna esfera del saber,   nos permite ampliar -hacia el porvenir- la memoria, la memoria como espejo autobiográfico, para re-construir la existencia de la mujer; una existencia real en el pasado, no como una simple crónica sin importancia o una versión periodística en la que se establezca  cuál fue su destino, a pesar de que la historia de lo femenino ocurre que en ocasiones se  cuenta de oídas o a través de habladurías, falsas presunciones o documentos citados en los márgenes de sus vidas.

Se puede considerar  el discurso en contrapunto  como  un epílogo para esclarecer los laberintos de las mujeres, que en su contexto contemporáneo y de sus coetáneos, a diario,  fueron llamadas mujeres sin importancia,  porque  fueron marginadas  en una memoria de piedra, que no conoce la certeza de sus existencias ni sus vigilias, porque quedaron desplazadas  desde la indiferencia o el resabio de una alcoba, maleadas, enajenadas por la carga del hogar, y las cuestiones de la territorialidad de su privacidad, a no tener un lugar de honor en la historia.

A través del discurso de contrapunto se puede llevar a cabo el rescate de muchas mujeres; es como si creáramos un intersticio para  documentar ese “borrón”, llamado invisibilidad, que la autoridad y la jerarquía autoral de los historiadores canónicos  han  impuesto  a aquellas que a través de la acción, la palabra, las posturas ideológicas,  militancia y las creencias, ejercieron la urgente necesidad de existir,  para no ser proscritas al suicidio emocional, y quedar sus vidas en el vacío, en lo inhóspito de una historia no autorizada por los otros.

Una re-lectura de la historia de la República Dominicana nos trae una nebulosa de rostros, y luego de nombres. Rostros con los ojos abiertos; ojos que representan la bifurcación de un presente, anclado en la angustia, en las reflexiones confinadas, ante la “imposibilidad” de la discusión en torno a cada biografía de y sobre una mujer, de frente a la hechura de su legado, ante aquel espejo distante del tiempo que las hizo “realidad” objeto.

El discurso en contrapunto, es la otra historia; no la historia de simultaneidades, ni del simple imaginario, sino la comprehensiva, la que da señales de la “función de autora” (autor-function) de la mujer cuando es confinada al olvido.

Todas nosotras somos lectoras de la historia, y lectoras de historias, y, tal vez, sin proponérnoslos lectoras-creadoras que de manera inquietante devoramos el silencio, ese silencio ilegítimo, alienante, que como fisura de la nada, nos hace -con pasión- ver desde afuera una ventana, una ventana no abierta, que no es omnisciente, pero sí converge con la cotidianidad de todas, para irrumpir en el recuerdo, a contrapeso de la lejanía, para encontrar vestigios de mujeres que no hicieron de sus vidas una monótona rutina, aún cuando la carga de sus soledades impidió que algunos testigos narraran sus vidas.

La circularidad de la historia es esto: conocer las encrucijadas que trae el conflicto del  protagonismo, y el contrapeso de las acciones de los sujetos. Sin embargo, cada episodio de la historia tiene sus claves interpretativas o su ruta crítica, donde lo verosímil y lo inverosímil se conjugan para compaginar  las otras encrucijadas que trae el tiempo, el tiempo como semilla o viaje a través de las generaciones, las que están y las que nos anteceden.