A Edgar Arismendy Muñoz (1988-2014), In Memoriam

[El mundo abre el abismo del alma;  ser-en-el mundo no debería de ser, porque la vida es la oposición al recuerdo, un rítmico abandono a una cruz universal, a la errante escritura de los siglos].

Dios aparenta intimidad; cósmicamente está arriba, entre las nubes, aturdido por la arcilla, por dogmas que duelen profundamente porque nos engañan con palabras segregadas, oficiadas con el acompañamiento de afirmar que la luz se abre hacia el infinito.

… Cuando Dios nacía sólo nosotros contemplábamos sus leyes. No era cuerpo él, no era representación, era evolución. Nacía en el ahora, en el principio. Entonces el cuadrante se encrespaba de dualismo, la voluntad era una raíz sin nombre, una tabla en movilidad perpetua. (Él existía en la afloración de la existencia, se sentaba junto a un plano con paredes bordadas en números celestiales. Fluía, fluía con un significado).

Era el origen de los siglos, el escenario donde lo humano miraba al pensamiento; miraba un alma que se resistía a llorar, un alma sin enseñanzas…

La Christ en croix. De Champaigne.
La Christ en croix. De Champaigne.

Y allá, donde predominaba la señal del espíritu viviente, la materialidad se angustiaba porque no existía: era el sufrimiento negándose a fallecer, a ser sólo cuerpo y no vida. Esperaba sólo las órdenes del valor absoluto para inventar su presencia, los conjuntos, las trampas desleales, las pesadillas, y las profundidades para las caídas.

Ya sabía Dios que era inútil fatigarse, porque nada se justificaba sino por su proceder. Era triste saber que odio y realidad era el espanto de la verdad, la esencia física de la locura, la entre guerra del contrapeso de la ironía.

Entonces ¿por qué de la apariencia, si el movimiento tiene un límite en la disolución de los contrarios? Pero si Dios es quien engendra las creencias, debió continuar engendrando las evidencias de su orbe. ¿O es que sólo tendremos fe y presentimientos, aspiraciones de verlo en la misteriosa llama de su salve?

[Dios permanece callado, endurecido, a veces, ante esta incertidumbre que petrifica a los corazones, se aleja a la quietud, y entonces volvemos a fluctuar, a imaginar posibles respuestas].