Es sorprendente la manera en que cierto sector de la intelectualidad dominicana defiende el trabajo de Diógenes Céspedes al punto de celebrarlo como el “actual principal crítico literario dominicano”. Las palabras que cito son de Manuel Matos Moquete en una nota del 6 de abril que circula públicamente en las redes sociales. Se trata de su respuesta a mis señalamientos sobre los escritos de Céspedes como ejemplos de crítica paternalista, sexista y teóricamente insustancial.
Matos Moquete subraya que mis comentarios sobre la práctica de Céspedes constituyen “despiadadas denostaciones de carácter personal, más que del fundamento de su quehacer intelectual y del crítico literario”. Salta a la vista la selectividad de la mirilla de Matos Moquete al identificar estos supuestos lances ad hominem. Matos Moquete es capaz de defender al Céspedes que en sus escritos llama “loca” a Rosa Silverio y “resentido” a Silvio Torres-Saillant, y ver en ello “crítica literaria”.
Para elaborar su defensa de Céspedes, Matos Moquete echa mano de una cita de Juan Pablo Duarte: “Sed justos lo primero”. La elección de las palabras del patricio es muy significativa, puesto que instala la querella sobre la labor de Céspedes como crítico en los linderos del patriotismo. Fijado el debate en ese inusitado cuadrilátero en donde se miden los críticos que podríamos llamar Auténticos contra los Metafísicos del Signo (para usar la terminología empleada hasta la náusea por Céspedes), Matos Moquete afirma: “a los fines de valorar nuestra cultura en este presente, es crucial el estudio de la obra de Céspedes, pionera y fundadora de la crítica literaria dominicana”.
Como se puede apreciar, Matos Moquete llega al extremo de despojar del palio de instaurador de la crítica literaria de nuestro país a Pedro Henríquez Ureña para colocárselo a Céspedes, de quien enumera la nómina de libros que lo avalan como Sumo Pontífice de la crítica literaria dominicana. Este gesto hagiográfico resalta más cuando se examina la obra de Céspedes con un mínimo de curiosidad. Aparte de su tesis doctoral, ninguno de sus libros ha pasado por la evaluación de un comité académico internacional. Este hecho no solo apunta a un elemento de peso en la precariedad de la crítica en la República Dominicana, territorio en gran medida signado por el amiguismo, sino que sirve para explicar los desmanes autoritarios de figuras como las de Céspedes.
No creo que la literatura dominicana necesite comentaristas que descarten textos en base a argumentos misóginos, impresionistas y abusivos como se evidencia en los artículos de Céspedes en este y otros medios. Tampoco necesita que esa crítica venga edulcorada con un baño de teoría dispuesta de forma abstrusa y sin sustancia. Lo que a todas luces merece la literatura dominicana es más visión y menos ceguera. No se puede seguir dando categoría de verdad irrefutable a todo lo que dice Céspedes (o cualquier otra figura del panteón de la crítica nacional) por cuenta de sus galones académicos, la oscuridad de la prosa o la nómina de libros publicados.
Como teoriza Paul de Man, que empezaba a estar en boga durante el período en que Céspedes se afanaba con Meschonnic, la lectura es una actividad que tiene como único resultado el producir interpretaciones que nunca pueden reducirse a la lógica de una significación absoluta. Una voz más cercana a nosotros, el martiniqués Édouard Glissant, permite expandir esta idea al apostar por una dinámica de reflexión no mediada por criterios jerarquizadores, eso que denomina el “pensamiento de la errancia”. Lejos de estas premisas, Céspedes procura tener la última palabra en toda materia literaria en la que fija su atención. Al ejercer la crítica literaria sin ánimo de diálogo constructivo y en base a paradigmas teóricos que no logra traducir con soltura, le hace un flaco favor al estudio y difusión de nuestras letras.