¿Poetizar la locura? Un lugar común desde el surgimiento de la escritura. India, China, Persia y Japón ancestrales. Los griegos se especializaron en el tema. En el Renacimiento, Erasmo de Róterdam y los demás. Para una historia de la locura en la Edad Clásica, Michel Foucault.
En cada época, los médicos, sicólogos y sicoanalistas pueden arrojar luz sobre esta enfermedad. Pero, ¿puede un poema o un conjunto de poemas decir algo nuevo sobre la locura? Esa es, creo, la pretensión La invención de la locura, de Rosa Silverio (Madrid: Huerga & Fierro, 2019), actualmente residente en Madrid (Santiago, República Dominicana, n. 1978). ¿Lo logró?
De locos ilustres está lleno el mundo, según Vallejo-Nágera. Dos ejemplos: Nietzsche, Artaud. ¿Lograron decir algo nuevo acerca de su locura? Cualquier discurso de un sujeto loco que no sea siquiatra o sicoanalista corre el riesgo de quedarse en simple descripción. El discurso poético de alguien que no sea loco corre el riesgo que quedarse en descripción o deseo de volverse loco sin estarlo.
En descripción y deseo de estar loca se queda el discurso sobre la locura poética del yo biográfico de Rosa Silverio. Describe los síntomas que cree son los de su locura y desea volverse loca como las diosas suicidas de la locura que invocan sus poemas: Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Emily Dickinson, Virginia Woolf y faltaron otras suicidas como Alfonsina Storni, Violeta Parra, etc.
¿A quién pertenece el yo que se enuncia en el primer poema del libro de Silverio titulado “Más loca que una cabra”? Al yo biográfico de la autora es la respuesta, porque solo ella y nadie más está tomando los tres medicamentos que citados, razón por la cual la escritura de ese poemario no permite que a través del sujeto del poema otras mujeres sean sujetos, es decir, mujeres únicas, múltiples y contradictorias indisociables de lo político, lo social y la ética. El título-refrán es una concesión al lenguaje coloquial con un lector virtual atrapado como testigo: “Vivo entre cuatro paredes blancas/abrazada a mi camisa de fuerza/perdida en las inexplicables cavidades de mi mente/asida al Prozac, al Trileptal, al Seroquel/huyendo de todos los demonios del pasado/intentando crear una estética desde el caos/rehaciendo con mis manos la poesía/resucitando cada día en la palabra/Yo soy Yo fui Yo seré”. (P. 15).
El escaso nivel de simbolización de ese primer poema y los que siguen es el resultado de la identidad del yo del discurso poético con el impudor del yo biográfico. El programa de la escritura del libro de Silverio queda expuesto en estos versos iniciales que desmenuzo enseguida. Su teoría poética es la creencia en que su obra intentará crear una “estética del caos” y, por consecuencia lógica, su teoría del lenguaje es la misma que la de su historia personal: una historia del caos del yo biográfico, el que a nadie le interesa. Esa estética que Silverio cree fundar es una antigualla ideológica perteneciente a la teoría del signo. Si hubiera sido poeta de la contradicción indefinida del sentido en el poema, le hubiera sacado partido pluri-semántico al único verso que lo permitiría: “huyendo de todos los demonios del pasado”. Pero en la evolución de ese poema inicial, nada nos dice Silverio acerca de cuáles son esos “demonios del pasado”. Solo en “Hematomas”, figura de la castración que le produjeron el padre y la madre, el yo biográfico de Silverio logra brindar al lector algunas pistas de su padecimiento que la ha noqueado y la mantiene en la frontera de la locura y que también, en sus obras anteriores, expone sobradamente.
Queda implícito que el padre quería un machito que fuera su espejo y heredero. Ese es el pecado de Rosa: haber nacido niña. Y no se ha sentido nunca amada por el padre ni por la madre sumisa que se sumó al odio del padre a su hija. De ahí la rebeldía de la hija que solo busca amor y reconocimiento paterno. Cualquier otra criatura nacida en esas condiciones asumiría la misma rebeldía. Pero la forma de buscar el amor y el reconocimiento paternos refuerza el poder que Rosa Silverio combate y que cualquier otra criatura nacida con esta falencia enfrentaría, salvo trauma severo incapacitante.
La cura sicoanalítica no le vendrá a la autora con estas descripciones sintomáticas, sino cuando el yo del impudor vomite a todo pulmón la herida narcisista que le infligieron ambos progenitores, pero, sobre todo, el padre. Solo así llegará la sanación de ese inconsciente que la atormenta: “Has sido tú quien me ha cosificado/para ti mi sangre de luna es algo malo” (p. 29).
De nada vale, pues, maldecir. La blasfemia y la imprecación reproducen el mal que aqueja al yo biográfico: “Ah, Ojo Divino/maldito seas por los siglos de los siglos/Amén Amén Amén” (II, p. 69) y “tiré al suelo el cuadro de Cristo/he follado, he amado (…) Castígame, padre/golpéame fuerte/ y no temas a los hematomas” (p. 28).
El yo biográfico cree que “en sus manos rehace la poesía”. No, la poesía cambia cuando el poema, en este caso los poemas de Rosa Silverio, cambian las ideologías de su época. La primera ideología que un poema está obligado a cambiar es la idea de la poesía y la literatura existente en la sociedad y para la poeta santiaguera esa ideología es la “estética del caos”. La palabra “estética” implica ya la teoría misma del signo que Silverio cree rechazar en “El riesgo de bajar”: “Qué me importan el origen del mundo y la filosofía/qué me importan la metafísica y todas las artes/En este búnker se puede estar desnuda/se puede no saber nada/se puede ser el ignorante más grande de la tierra” (p. 17). He ahí al yo biográfico de Silverio víctima de su propio juego. Dice que la metafísica no le importa, pero se cobija a la sombra de Platón, el rey de los metafísicos occidentales: “La humanidad no tiene explicación alguna/Yo soy el testimonio de un enigma/yo soy la sombra de la que habló Platón/y esta habitación es mi caverna” (p. 15). Rosa Silverio no vigiló su discurso. La metafísica sí debe importarle a ella y a cualquier sujeto. Para no reproducirla. La teoría del caos que juega a convertirse en revolución le juega una mala pasada a cualquier yo biográfico. La estética de Rosa Silverio es la misma ideología que reproduce la teoría del arte y la literatura como arte y literatura de la muerte, desde Hegel hasta Heidegger y sus epígonos, pasando por Blanchot y Bataille.
Ripios poéticos en todos los poemas, quizá salvo en “Las gatas no saltan por la ventana”, el más simbólico de los textos del poemario, pero de un plural parsimonioso, como diría Roland Barthes en S/Z, y que marca uno de los pocos ritmos vocálicos (el valor de a acentuada) de ese poema como sistema, aunque plagado por la falta de dominio del idioma por parte de los escritores del mundo entero por la falta de dicción siguiente: al sustantivo poseedor en singular o plural no siempre corresponde lo poseído en plural: “Por eso las gatas no deben arrojarse por las ventanas/aunque sean muy listas y ágiles/Lo más conveniente es que maúllen desde dentro de sus casas” (p. 31) y este verso sencillo: “los enfermos atados a sus camas” (p. 67, cursivas de DC). ¿Cuántas casas tiene una o las gatas de este poema y cuántas camas posee cada enfermo?: una sola, por supuesto. Hasta burlarse de la gramática en un poema tiene sus consecuencias. Se paga por eso. Al igual que burlarse de los galicismos empleados por Silverio en su poemario: “pero es que sigo cargando las mismas piedras” (30). ¿No es más castizo y económico decir: “pero sigo cargando las mismas palabras”?
Y burlarse de la gramática tiene su precio, pues se castiga con el sinsentido o la anfibología, como cuando Silverio emplea mal los gerundios antepuestos o pospuestos sin guardar la sistemática concordancia de los tiempos verbales. En esta burla de la gramática, el discurso de Silverio proclamaría: ¿Qué me importa saber si un gerundio está bien o mal empleado y qué me importa a mí la regla de la concordancia de los tiempos verbales? La producción de disparates semánticos y léxicos, así como el uso abundante de verbos comodines y ripios poéticos son la consecuencia directa de esta ignorancia. Todo esto lo veremos en el artículo venidero. (Continuará).