“La soberbia parece grandeza, pero es hinchazón, y lo que está hinchado…, está enfermo." (San Agustín).
No cabe duda que estamos asistiendo a una gangrena de la sociedad, a una corrosión de todos los tejidos que la componen. Estamos en el nivel del hartazgo debido a la putrefacción que mana de los estamentos del Estado, y cuando hablo de Estado no me refiero a gobierno, sino –decía Juan Bosch- a la institución o conjunto de instituciones que rigen la vida de un pueblo. Entonces, a partir de esa premisa nos hacemos conscientes, que los gobiernos son transitorios o aves de paso, en tanto el Estado permanece porque responde a un carácter ideológico. Y sin dudas, han dicho los marxistas que la ideología dominante en toda sociedad, es la ideología que sostiene la clase dominante.
Con esto, quiero dejar establecido que la pus y el vaho que mana de la esencia del Estado y sus instituciones, los gobiernos sólo los administran por cuatro años. Esa corrupción es preexistente a ellos. Está en la arquitectura del Estado. Algunos gobiernos, claro, les dan sus toques particulares para marcar su estilo, y hacen que se destaquen algunas áreas específicas donde especializan su modus operandi. Sólo eso.
Es de ingenuos, en grado superlativo, creer que la pudrición de la sociedad se queda sólo en el ámbito del Estado, en el ámbito público. No, el área privada hace tiempo que perdió su gala de inocencia y le quedaría más elegante dejarle ese rol a Pilato. Lo que pasa que al área pública, tenemos mayor acceso e información porque se manejan los bienes que son de todos. El descrédito que nos dejó la banca con casos muy recientes, que puso a temblar el país, y otros de menor impacto, pero con consecuencias reales más recientes aún, es una muestra. Sin contar, las empresas desparramadas por los pueblos y provincias que han sucumbido o llegaron al borde de la derrota, por acciones inmorales de sus cabezas. Además, todos los actos de corrupción dentro del Estado han contado con la participación del sector privado, que suple, compra o vende, o hace de intermediario. Y sin ser experto en los asuntos del Estado, se puede deducir que si la clase dominante que domina el Estado tiene como componente ideológico la corrupción, el Estado está siguiendo la receta de los corruptos, que desde sus grandes oficinas privadas trazan las líneas a seguir. Actúan con esa doble moral que asquea, haciendo al pobrerío como una masa de ignorantes, olvidando que el corrupto necesita un corruptor que lo seduce, que propone, solo basta mirarse en el caso ODEBRECHT: “Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible” (Gandhi).
Con su accionar, décadas tras décadas, un cuatrenio tras otro, muchos estamentos del Estado, vienen enviando un montón de mensajes virales o ya podridos a nuestros hijos, que uno no sabe cómo manejarlos, por la avalancha de informaciones torcidas. Sin embargo, desde el sector privado, también se le muestra ese doble rasero, que busca siempre aprovecharse del Estado, y que de sobra uno sabe que desde muchas entidades se transfieren equipos, materiales y recursos a innumerables organizaciones e instituciones de las que forman parte personajes a cargos y sus aliados, en base a los cuales se fortalecen o surgen nuevas empresas y negocios diversos. Haciendo un ejercicio básico contra la amnesia, se pueden citar emporios comerciales, que tienen su acta de nacimiento inscrita en una jugada maestra en una entidad del Estado.
No sigamos siendo ingenuos para esconder la gangrena social, y decir entonces que esas son cosas de los tiempos, que los tiempos están malos, que las gentes son malas, que esto nadie lo arregla, porque “los hombres son los tiempos y como sean los hombres así serán los tiempo” (San Agustín).
Que nos queda entonces? Huir como Diógenes y escondernos en una alcantarilla, y después salir a plena luz del día con una lámpara a recoger la honestidad y el decoro en la cara de los hombres?. No, hay que trabajar la arquitectura de los hombres y la arquitectura del Estado, sin hacer parches, ni recurrir a los ensalmos. La gangrena sólo demanda cirugía, no calmantes.