Pocas frases han provocado tanto revuelo público en nuestro país como las palabras de Monseñor Francisco Ozoria durante una entrevista con Huchi Lora el pasado lunes 15 de abril.
Y digo una frase, porque casi nadie recuerda que más habló el prelado católico durante esa media hora de conversación, solo recordamos su advertencia de que “vamos hacia una dictadura”.
Algo semejante ocurrió en México en agosto del 1990, en un panel televisado con la participación de los escritores Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, entre otros; en esa ocasión , y de manera sorpresiva, el escritor peruano soltó una frase que estremeció la sociedad mexicana de la época: “México es la dictadura perfecta”, dijo.
La dictadura perfecta era un gobierno civil, con elecciones cada cinco años, apreciable libertad de organización política y gremial, pero todo encapsulado dentro del inmenso aparato del partido gobernante o alineado con la estrategia de su cúpula para reelegirse indefinidamente en el poder. A favor del Partido Revolucionario Independiente (PRI) todo, contra el PRI casi nada.
En otras palabras: organizaciones de la sociedad civil, intelectuales, artistas, partidos políticos menores y bandas de delincuentes, incluyendo narcotráfico, estaban estrechamente articulados a la cúpula del PRI. La argamasa unificadora de tan variopinta piezas era la corrupción y la impunidad garantizada desde el poder, y, también, la persecución fiscal y la fabricación de expedientes judiciales contra críticos o disidentes. Así por el estilo, México fue gobernado durante casi 70 años con camuflaje democrático por un mismo partido.
El impacto de la frase de Monseñor Ozoria, -como la de Vargas Llosa-, se debe a que fue dicha cuando la población, medio tensa, comienza a escuchar con mayor claridad el rumor pesaroso de un “trastorno” al que por fin le ponían nombre: dictadura.
Y es que la reelección para un tercer periodo de Danilo Medina, solo puede basarse en acciones draconianas: fabricación de expedientes judiciales contra opositores, intervención ilegal de teléfonos, asedio al poder electoral, acallando comunicadores críticos y anulando de cuajo la independencia del Congreso. Pero también, asaltando y amordazando a su propio partido, el PLD.