Al comenzar el Siglo XXI despertamos en un mundo radicalmente distinto; un mundo donde no existen conceptos absolutos y por tanto permanecen deshechos los valores tradicionales. La posverdad, el relativismo moral y la digitalización de la sociedad son las principales características de la época posmoderna.

Hasta ahora hemos sido testigos de un proceso acelerado de cambios que poco a poco ha socavado los cimientos de nuestros sistemas morales.

Los conservadores encuentran cada vez más resistencia en la sociedad de hoy y los principales promotores de la tolerancia son los que en nombre de la libertad censuran y reprimen la disidencia.

Por ejemplo, si una persona considera que las relaciones homosexuales son contra natura y por lo tanto no deberían ser reconocidas en derecho, los defensores de las libertades sexuales aparecen en defensa de sus ideas lanzando juicios condenatorios contra dichas aseveraciones, olvidando que la libertad implica el respeto y la pertinencia de opiniones en conflicto.

El hombre posmoderno encuentra apoyo en su propio razonamiento y sustenta la creencia de que no existe un estándar para medir el accionar social en función de lo que es correcto o incorrecto, sino que lo que se considera bueno o malo es fundamentalmente relativo.

Todas las escuelas de pensamiento que defienden el relativismo moral consideran que al no existir un estándar que permita determinar la preeminencia de una moral absoluta, las opiniones en torno a la ética o la moral tienen igual valor o legitimidad. Este pensamiento es el que poco a poco ha ido calando en la humanidad, socavando así las identidades, culturas, valores o idoneidad de los pueblos.

Al menos en ese aspecto, las religiones juegan un papel sumamente importante, ya que dotan de un referente moral y ético a sus adeptos. Las comunidades esencialmente cristianas cuentan con un código moral que les permite determinar lo que es correcto a luz de sus creencias, como los diez mandamientos o las enseñanzas de Jesús de Nazareth. Para ellos robar es inmoral porque está condenado por Dios en los mandamientos revelados a Moisés, al igual que matar o deshonrar a los Padres.

Asumir la idea de que todo es relativo o que toda opinión al respecto de la conducta de los hombres comporta el mismo valor, equivale a desconocer la existencia de esas religiones o al menos de sus postulados fundamentales.

Lógicamente se requiere de un criterio que permita comparar dos opiniones distintas para determinar cual es la correcta, siendo allí donde se presenta el principal problema del Relativismo Moral.

Si asumimos que todo es relativo y que toda manifestación ética tiene igual valor, tendríamos que despedirnos de las normas que tienden a prohibir o castigar las inconductas sociales. Simplemente las personas actuarían conforme a sus propias convicciones y ello sería igualmente aceptable.

El derecho penal se derogaría, la facultad punitiva del Estado carecería de sentido y los seres humanos no tendrían más frenos que los autoimpuestos. Independientemente de los problemas prácticos que presentan las ideas que defienden la relativización de la moral, lo cierto es que en la primera década del presente siglo dichas convicciones tomaron fuerza.

Desde una perspectiva relativa, cualquier cosa que se diga tiene igual legitimidad, pero resulta curioso que aquellos que opinan lo contrario son desmeritados en el acto. Como la verdad es una perspectiva, afirmar que alguien dice la verdad es un argumento que no tiene ningún valor y por tanto no es legítimo.

En base a esto, la sociedad posmoderna se hace cada vez más irrespetuosa a los valores y cada vez más intolerante, estableciéndose así, poco a poco, una dictadura de opinión que podría dar al traste con la moral, la ética, los valores, las culturas y las creencias religiosas.