En 1972, antes de que nacieran la mayoría de los policías y fiscales del caso DICAN, Milton Friedman había advertido la posibilidad de las actuaciones que hoy les imputan. La corrupción de los encargados de perseguir el consumo y el comercio de bebidas alcohólicas, común durante la Prohibición de los años 20, predijo se repetiría con la política hacia las drogas. En su famoso artículo “Prohibition and Drugs”, publicado en la revista Newsweek, Friedman también señala que convertir en criminal al que no dejara de beberse su whisky, ron o cerveza, provocó un clima moral decadente y de irrespeto general a la ley.
Por ejemplo, los bares que operaban tras fachadas de funerarias, como la del clásico “Some like it hot”, lo hacían en franca rebeldía contra la Ley Seca y conscientes de los riesgos de enfrentar a la policía y la justicia. Esa escena de la película de Billy Wilder, de 1959, en blanco y negro, se ajusta más a la realidad que la presentada por Brian de Palma en las imágenes a color de “The Untouchables” (1987). Luce exageración que un matón vuele en pedazos el local de un negocio pequeño, sin importar que su único cliente en el momento era una niña, por negarse a participar en la red de venta de alcohol. Esto, porque no fue por la extorsión y violencia de gánsteres que se creó la amplia red de negocios que ofertaban, clandestinamente, el whisky a la roca que una mañana pasó de brindis social a cuerpo del delito. Existía un exceso de dueños con voluntad de enfrentar esa ley y por eso las cárceles, que el evangelista fanático citado por Friedman pensó serían demolidas o convertidas en parques, tuvieron que ser ampliadas y construirse otras para recluirlos con todo y clientela.
A pesar de la represión, el economista afirma que el consumo de alcohol no se redujo y que con las drogas se iba por el mismo camino. Para evitarlo explicó, hace 43 años, las razones para despenalizar, una iniciativa que sólo recientemente está siendo tomada en cuenta. Milton Friedman acude primero a la ética para plantear su posición de no criminalizar el consumo en estos términos:
“En el campo ético, ¿tenemos nosotros el derecho de usar la maquinaria del gobierno para prevenir que un individuo se convierta en un alcohólico o un adicto a las drogas? Con respecto a los niños, casi todo el mundo respondería, por lo menos, un sí calificado. Pero en el caso de adultos conscientes, yo respondería que no. Razonar con el potencial adicto, sí. Decirle las consecuencias, sí. Rezar por y con él, sí. Pero creo que si no tenemos el derecho de usar la fuerza, directa o indirectamente, para prevenir a nuestro prójimo cometer suicidio, menos aún, para no tomar alcohol o usar drogas.”
Para quienes rechazan esa posición ética, que otros pensadores ponen de manera más enfática reclamando el derecho de propiedad del individuo sobre su cuerpo, Friedman invita a razonar en base a criterios de oportunidad, para lograr un consenso sobre la reorientación de la política. Independientemente de la posición ética individual, argumenta que la prohibición es un intento de cura peor que la enfermedad para el adicto y el resto de la población. De ser legalizadas, el adicto estaría mucho mejor: “Hoy, las drogas son al mismo tiempo increíblemente caras y de una calidad extremadamente incierta. Los adictos se ven empujados a asociarse con criminales para conseguir las drogas, se convierten en criminales para financiar el hábito y están en riesgo constante de peligro de muerte y enfermedad.”
Para el resto de la población que no consume drogas, afirma el Profesor Milton Friedman, el daño que recibe por la adicción de otros proviene casi totalmente de que las drogas son ilegales. Cita un estudio que atribuye a los adictos entre un tercio y la mitad de los delitos callejeros. Esta proporción la ve caer dramáticamente con la legalización de las drogas y, profetizando la ocurrencia de casos como el de la DICAN, dice: “los adictos y traficantes no son los únicos que se corrompen. Inmensas sumas están en juego. Es inevitable que algunos policías y otros funcionarios relativamente mal pagados (así como algunos otros con salarios altos) van a sucumbir a la tentación de buscar dinero fácil.”
Me encontré con este artículo de Friedman en 1985. Era el que se había escogido en un libro de composición en inglés como ejemplo de un ensayo argumentativo. “Miami Vice” era la serie de televisión que mostraba la lucha implacable de dos policías contra los narcotraficantes. La droga de la serie, cocaína; su principal exportador, Colombia. En el artículo de 1972, no se mencionan. “Contacto en Francia”, película del 71, sí la relacioné con el texto. El Detective Popeye persiguiendo al francés narcotraficante de heroína, usando para el contrabando el auto de un cantante famoso de Marsella, de gira por New York. Ejecución dramática de Premio Oscar, tal vez sirvió de inspiración para redoblar esfuerzos reales en la lucha contra esa droga y vislumbrar la victoria a que aspiran los agentes de la ley y el orden. Con esta conclusión de su artículo, Friedman espantó ese entusiasmo y hoy sigue invitando a una reflexión profunda sobre el combate a las drogas:
“La legalización de las drogas simultáneamente reduce el número de crímenes y eleva la calidad con la que se hacen cumplir las leyes. ¿Podría usted pensar en otra medida que haga tanto para promover la ley y el orden? Pero usted dirá ¿debemos aceptar una derrota? ¿Por qué no simplemente acabar con el tráfico de drogas? Ahora bien, es ahí donde es más relevante la experiencia durante la Prohibición. No podemos terminar el tráfico de drogas. Podemos ser capaces de cortar el opio de Turquía, pero hay innumerables otros lugares donde se cultiva la amapola de opio. Con cooperación francesa, puede que seamos capaces de hacer Marsella un lugar inseguro para la fabricación de heroína, pero hay innumerables otros lugares donde las operaciones de fabricación simple se pueden llevar a cabo. Mientras estén implicadas grandes sumas de dinero- y es así que será mientras sean ilegales – es literalmente imposible pretender acabar con el tráfico o incluso para reducir seriamente su alcance. En las drogas, al igual que en otras áreas, la persuasión y el ejemplo van a ser probablemente muchos más eficaces que usar la fuerza para moldear a los demás a nuestra imagen”.
El Juez Andrew Napolitano, en su libro “Freedom Answer Book”, del año 2012, ofrece estos datos del esfuerzo de los Estados Unidos en ganar este combate: “Desde que el Presidente Nixon declaró la “Guerra contra las Drogas” en 1970, el gobierno ha gastado un trillón de dólares tratando de combatirlas. Las agencias del orden han puesto en prisión a 2.3 millones de personas, para una tasa de población encarcelada más alta que cualquier otra nación del mundo. Aún más, en el 60% de los casos se ha tratado de crímenes no violentos. ¿Cuál es el punto en este caso? Esas personas no están invadiendo mi cuerpo, mi propiedad, mis derechos o los suyos. Ellos no están dañando a nadie más que a ellos mismos, y tienen la libertad de así hacerlo”.
Como todavía dice Amengual, “Sea usted el Jurado”.