¿Qué tiene esta “esfinge de patas imperfectas” que ninguno la olvida, viva en Cayo Hueso o en Seattle? ¿Qué tiene este agreste pedazo de tierra “oriundo de la noche”, que nadie lo borra de la mente, viva en Chicago o en las Rocallosas? ¿Qué esperanza depara esta realidad mordiente, que no hay quien le sea indiferente, no importa si gasta sus jornadas extrayéndole el dólar a la máquina o construyendo futuro en la academia? En verdad no puedo precisar la razón del misterio. Sólo digo que me apasiona ser dominicano cada vez que en Florida, Nueva York o Chicago, alguien me pregunta con igual pasión: “¿Cómo está nuestra tierra?”