El transporte público en el Ecuador es razonablemente barato y aunque parezca mentira, un taxi al aeropuerto de Guayaquil cuesta cinco dólares. La tarde del martes debo tomar un vuelo hacia Quito y estoy aprehensivo. La primera vez que vine a Quito, hace 30 años, debido a la altura de 2,800 metros sobre el nivel del mar me puse malo no mas salir del avión, pero con la ayuda de la gente me repuse relativamente rápido. Lo otro, es que, el aeropuerto de Quito me intimida. Se que en Febrero de este año 2013 han inaugurado uno nuevo mas seguro, pista mas larga, mejor aproximación y sin hacer pasar el avión por esa especie de cañón a que obligaba la instalación antigua. Mi hijo y yo estamos en la última fila. También él está aprehensivo porque sentiremos mas fuerte la turbulencia en caso de que la haya.  ¡Que manía la de preocuparse por lo que no puede uno cambiar! En fin, ni hubo turbulencia (el vuelo es el mas corto que he hecho en jet en mi  vida en poco mas de 30 minutos), el aeropuerto hace honor a su promesa de ser mas seguro y confortable, no me puse malo como temía y solamente –por la altura- tuvimos dolor de cabeza –y no muy intenso. En cambio, el autobús a la ciudad que tiene su terminal justo donde antes estaba el antiguo aeropuerto tardó mas tiempo en llegar que la duración del vuelo.

De nuevo me llaman la atención cosas que deberían ser normales pero que, entre nosotros, no lo son. En los dos aeropuertos no hay ruido, no hay chercha, escándalo ni inconductas. No hay mucha gente, pero el vuelo sale lleno porque no se da la aglomeración, el desespero; los listos y los bravucones no se ven por ningún lado. El atuendo de la gente es discreto de nuevo. No hay ese derroche de mal gusto que nos caracteriza, hombres y mujeres por igual, no hay ese afán por estar a la moda, pocos tatuajes, menos aretes y hoy por la mañana, en una calle céntrica de Quito vi por primera vez a una mujer usando un sujetador de los que, intencionalmente, le empujan los senos hacia fuera.

El taxista que me hace la ruta de la terminal de autobús al hotel me cobra  10 dólares, el doble de lo que me habían dicho en el aeropuerto. No le reclamo. El tráfico estaba denso y costaba avanzar porque coincidimos con la hora pico y Quito es, de cualquier manera, por su geografía, una ciudad difícil. Así que, en todo caso, prefiero quedarme con el engaño y dedicar mi tiempo a observar y escuchar la gente, a ver y leer los letreros y a escrutar esas otras señales que tanto dicen y cuentan de un país.

Los ecuatorianos, incluso cuando no son de Alianza País, hablan con orgullo de lo que están viviendo, su autoestima esta muy alta. No tienen miedo al futuro, pero si recuerdan muchas pesadillas del pasado reciente. Algunos de los que entrevisto- generalmente sin que perciban que están siendo entrevistados- son partidarios del gobierno a rajatabla. Otros matizan su apoyo y hablan de las cosas que a su juicio están mal o que todavía no están bien. Los oigo en silencio, comparo sus objeciones con lo que tenemos y concluyo que se trata de trivialidades comparadas con lo que vivimos los dominicanos en manos del PLD. Los ecuatorianos saben que están haciendo historia. Aquí se siente, y no solamente en la nota de orgullo, que existe un ánimo participativo. La gente percibe que, incluso cuando algo quedó mal, la intención era de que quedara bien. No es frecuente encontrar tanta gente al tanto de lo que sucede en su país y viviendo la experiencia sin miedo aunque una mujer me dijo que a su entender era peligroso hablar mal del gobierno.

No puedo evitar la comparación.

La autoestima de los dominicanos ha encontrado otros derroteros para manifestarse. Enviamos peloteros de calidad a las grandes ligas y nos hacemos de la vista gorda cuando resulta que algunos de ellos hizo trampa. Para nosotros, lo más importante fue que tuvieron éxito, no como terminaron. Somos exportadores reconocidos de sexualidad y de sensualidad y nuestras mujeres sufren y disfrutan –según sea el caso- esa reputación. Acompañando esa sexualidad, músicos, artistas, bailarines y gente de la farándula, algunos con mérito y otros pura chatarra pero eso si, exitosos. Porque nosotros los dominicanos también nos hemos convertido en exportadores en gran escala de delincuentes que se gradúan con honores en las calles de Nueva York o cualquier otra ciudad y también hemos añadido a la imagen la cultura de la trampa en nuestras exportaciones y en muchos de los negocios en los cuales participa gente nuestra. También exportamos buenos profesionales y gente de trabajo que se dio por vencida o sencillamente encontró mejores oportunidades fuera.

No hay orgullo nacional en los dominicanos referido a su país porque no hay nada de lo que podamos sentirnos orgullosos. Alabar un pelotero o reconocer los méritos de un gran artista no reemplaza ni sustituye la autoestima por el país. ¡Que dominicano puede hablar a un extranjero sin sonrojo  y sin vergüenza del estado en que hemos caído! Donde  nos sitúan todos los indicadores de gobernabilidad, narco, sicariato, crimen, corrupción, salud, educación y hasta las estadísticas de accidentes en las calles y carreteras. Solamente aparecemos en informes y estadísticas cuando se trata de cosas malas ¿Cuales logros, conquistas, avances, podemos mostrar? Somos un país que da pena y vergüenza y lo seremos hasta que, aprendiendo de nuestros errores y superando nuestras debilidades podamos juntar las mejores fuerzas y darle una patada al estado de cosas actual, a sus protagonistas, usufructuarios y encubridores. Los ecuatorianos la pasaron tan mal antes como nosotros ahora, ¿quien dice que nosotros no podemos?