Con refinado tacto pero sin ocultar la urgencia el Presidente Danilo Medina, mediante una comunicación escrita extensa y “apologética”, hace un llamado a los congresistas de ambas Cámaras a que “se abra un espacio de diálogo entre las distintas fuerzas políticas representadas en el Congreso con miras a buscar una salida viable y de consenso que haga posible aprobar esta importante legislación”.
La loable intención del llamado presidencial al diálogo pudiera resultar un tanto incierta ya que le pide “dialogar” a legisladores (de su partido) que han dado muestras públicas de carencia de competencias para hacerlo, aunque es posible que la solicitud–mandato produzca aprendizajes acelerados o, si quiere, un cambio de actitud que lo haga posible.
Virtuosas son la capacidad y la actitud de dialogar. Así lo expresa el Papa Francisco en su discurso pronunciado el 6 de mayo del 2016 al recibir el Premio Carlomagno Europeo: “Si hay una palabra que tenemos que repetir hasta cansarnos es esta: diálogo. Estamos invitados a promover una cultura del diálogo, tratando por todos los medios de crear instancias para que esto sea posible y nos permita reconstruir el tejido social… El diálogo, y todo lo que este implica, nos recuerda que nadie puede limitarse a ser un espectador ni un mero observador. Todos, desde el más pequeño hasta el más grande, tienen un papel activo en la construcción de una sociedad integrada y conciliada”.
El diálogo político, que muchos celebramos y anhelamos, no debe servir para complacer caprichos y ambiciones de cúpulas políticas. No debe estar motivado por el logro de componendas y reparticiones mezquinas. Ni debe regirse por agendas ocultas que sólo favorecen a facciones que tienen sus agendas particulares.
El diálogo sobre la Ley de Partidos Políticos deberá asumirse con la debida celeridad pero sin omitir otros temas políticos importantes. De ahí que deba guiarse por una agenda sincerizada que vaya más allá del debate de la modalidad de las “primarias electorales”. En este sentido, resulta mandatorio y prudente incluir, entre otros, los importantes señalamientos hechos recientemente por la Conferencia del Episcopado Dominicano, que reitera que “perturba el ambiente de paz de nuestra Nación, la falta de una Ley de Partidos que garantice la transparencia, el control y uso de los recursos estatales, la participación de la mujer y la representatividad de sectores excluidos en las contiendas electorales”.
La misma declaración de los obispos también sugiere la aprobación de una Ley de Campaña Electoral, “esperando que se le ponga fin al dispendio de recursos en la vida política partidista y que paute el financiamiento y los tiempos de las campañas proselitistas”. Y también propone “que se deje a cada partido en libertad de escoger la modalidad de elecciones internas que considere conveniente”.
De igual manera, el documento colegiado de los obispos destaca la aspiración de “que desaparezcan radicalmente prácticas corruptas del enriquecimiento ilícito, a través del ejercicio de la política, buscando equidad en el gasto, en el uso de los medios de comunicación, así como en la inversión legal de los recursos del Estado y la administración de encuestas científicas y comprobadas fuera de toda manipulación”. Favorece además la inclusión del debate de los candidatos, a fin de reducir el tiempo de campana y conocer la oferta programática de cada partido y de cada candidato. Con igual peso, también deberán ser escuchados señalamientos de otros sectores.
Y al decir del Señor Presidente en su comunicación, “el diálogo debe conducir a salidas de consenso”. Consideramos que también habrá de dejar espacio para el disenso sin perder de vista el interés nacional. Se debe evitar “disfrazar el conflicto con la retórica del consenso”. Si bien es cierto que el consenso se presenta como acuerdo entre partes para el logro de una finalidad común, el disenso no debe verse como la negación del acuerdo, sino como la pretensión de otorgar otro sentido, un sentido diferente, distinto, alternativo, y “que cumple la función positiva de abrir espacios donde se pueda manifestar la verdadera pluralidad social y política”.
En el marco del espíritu del diálogo que tenemos por delante, resulta conveniente la función ético–política del disenso que consiste en expresar la opinión de los menos, de los diferentes, ante el discurso homogéneo que sólo otorga valor moral al consenso. “No existe ninguna razón, salvo la conveniencia personal, para que el hombre en sociedad renuncie a sus ideas para hacerlas más parecidas a las del resto”.
El diálogo político esperado en estos momentos por diferentes sectores del país deberá conciliar necesariamente lo importante con lo urgente, superando la tendencia a debatir solamente lo inmediato y lo emocional, procurando evitar que por incapacidad o por marrullas se convierta en un “diálogo de sordos”. ¡Así que, esperar y ver!