Proliferan los días dedicados a causas: días de la alimentación, de la mujer, de los LGTB, de la niñez, de las niñas sin que esto acabe representando mas que un día para hacer eventos dedicados a ello o para llenar las redes sociales de hashtags y actividades alusivas. Sin embargo, uno se puede preguntar por qué no existe todavía el día del niño. Si de discriminación se trata, nuestros niños pueden ser víctimas de todo tipo de abusos al igual que nuestras niñas. Es difícil disociar los unos de los otros. Se crían en las mismas sociedades patriarcales, son un producto de un hombre y de una mujer que fueron en su tiempo niños y niñas en estas mismas sociedades. 

En los sectores más vulnerables de la población están en las manos de los mismos padrastros o hermanos mayores que las niñas, que son a menudo los abusadores de sus mismos familiares, muchas veces con la anuencia de la madre, de la compañera o de la esposa.

Lo comprobamos, desgraciadamente, en nuestra práctica como Fundación dedicada a la protección de la niñez vulnerable, sin tener siempre las respuestas y las herramientas necesarias para hacerles frente a situaciones desgarradoras que se descubren muchas veces cuando el mal ya está hecho.

Por otro lado, como culturalmente está reconocido que los varones son de la calle, ellos se encuentran desde muy temprana edad mucho más expuestos que sus hermanitas a accidentes con motores o carros, a golpes entre pares, a solicitudes como las de transportar tal o cual paquetito a cambio de cheles, al trabajo infantil como descargar un camión por centavos, y muy rápidamente asumen los valores de la calle. En el país, vemos demasiados niños y adolescentes que han sido muy mal heridos por descuidos. Sin espacio de ocio, la calle es su cancha de juegos y de deportes y montan patines, bicicletas, batean o juegan básquet surfeando entre carros bajo la mirada indolente de vecinos y familiares.

A estos peligros se agregan, en la formación de los niños, los patrones culturales arcaicos que todavía imperan en la sociedad dominicana sobre las relaciones entre hombres y mujeres: el pequeño macho en potencia está forjado socialmente en un machismo duro, donde la hombría pasa por la tenencia de armas y de varias mujeres y donde las mujeres educan las niñas para ser objetos y servir a los hombres.

Un muchacho de 11 años, que ha sido abusado y cuya madre espera un niño, quiere “que sea una niña para yo ser el rey de la casa y que me sirva”; así, de la misma manera que el varón ha sido siempre el rey de la casa, reproducirá en su futuro hogar los comportamientos y exigencias que vivió, repitiendo los patrones de violencia y abusos aprendidos. Son vivencias que encontramos a menudo en nuestra práctica en el sector de Villas Agrícolas y que tratamos de mitigar gracias a nuestra plataforma psicosocial, en la espera de promover una mesa interinstitucional de diálogo barrial para poder ventilar los casos más difíciles. 

Así, la educación de los varones es la pieza clave de la reproducción del sistema machista; sin ellos no habría mujeres violentadas, abusadas y tantos feminicidios. Es desde la niñez que hay que trabajar. El niño es un producto de la sociedad que forja conjuntamente hombres y mujeres que en muchos casos y sectores sociales tienen la misma visión de la sociedad. Esto permea todos los estratos sociales: en las clases altas y en las más empobrecidas encontramos el mismo tipo de hombres y de niños, solo que las consecuencias para las mujeres son distintas dependiendo de su procedencia humilde y de su grado de vulnerabilidad.

La solución se vislumbra con la educación en derechos, para la equidad, en la elaboración de una nueva masculinidad que pasa por la deconstrucción crítica de los estereotipos culturales transmitidos y enquistados en la sociedad; una nueva masculinidad no solamente en el papel sino en los hechos, para niños y niñas sin excepción, para construir una ciudadanía basada en igualdad y derechos.