En sociedades narcotizadas la vida es lineal, sumisa e imperturbable. El asombro pierde sensibilidad y la gente se resguarda en su nicho. Esporádicamente suceden eventos que, como sorpresivos temblores de tierra, sacuden de forma súbita nuestros sentidos, pero el tiempo, como diestro domador de la vida, nos regresa a la habitual conformidad.
La muerte de once niños en el hospital infantil Robert Read Cabral por presunta negligencia despertó fuertes crispaciones. La rabia, impotente y con cuchillo en mano, salió a buscar responsables. En el camino tropezó con un “lamento sonreído” de la Vicepresidenta de la República acompañado de una declaración resentidamente insinuada: “Si hubiera sido yo, ya estaría resuelto”.
No soy dado a las letanías, por eso dejo a un lado las lecturas tendenciosas sobre la “risa apenada” o la “pena sonreída” de Margarita. Sin pretender justificarla, presumo que en su caso se dio lo que en niveles más técnicos de análisis conductuales se conoce como la “risa nerviosa o de compromiso” que es la que funciona como una reacción mecánicamente defensiva de ciertas personas cuando se ven expuestas, o como forma de eludir el diálogo por no saber o no tener que dar explicaciones. La vicepresidenta no tiene una comunicación asertiva en ausencia de un guión, razón más que suficiente para haberse guardado la risa; al parecer se impuso ahí un problema de autocontrol personal o de inteligencia emocional ¿Que si estaba o no sinceramente conmovida? no me concierne juzgar interioridades ajenas. Lo que sí proponen sus declaraciones es un correlato inédito que me permito recrear.
Lo primero, el escenario: un pasillo. No me gustan los protocolos, pero hay temas públicos que deben ser tratados con rigor. Las declaraciones de pasillo de funcionarios, dirigentes empresariales y altos religiosos se suelen improvisar en un ambiente de mucha informalidad. Temas tan trascendentes como deuda pública, salario, presupuesto y salud son a menudo abordados coloquialmente con trago en mano o en medio del bullicio de una recepción. Hemos cimentado la “cultura de la pasarela” inspirada en el narcisismo de la imagen. A la figura pública le provoca el asedio de la prensa. Eso invita a declaraciones destempladas, posadas y efectistas. El problema no solo es el lugar, es forzar una opinión impensada, justificada solo en el hecho de aparecer o decir algo. Luego estallan las murmuraciones morbosas que banalizan la cotidianidad y distraen las verdaderas urgencias colectivas. Fue así que esta declaración desvió por dos semanas la atención del tema que la motivaba.
Lo segundo fue una expresión tan inoportuna como la risa: “Si hubiera sido yo, ya estaría resuelto”. Esa confesión es una muestra del personalismo de Estado. Habló el instinto de la costumbre. Sucede que esta señora, siendo Primera Dama, manejó más recursos que cualquier ministerio, en obras sociales ejecutadas para crear una imagen política asociada a una marca de mujer solidaria fabricada a expensas de los recursos de otras dependencias. “Si hubiera sido yo…” Sí, siempre el “yo”, ese ego mítico que ha suplantado a las instituciones, a las leyes, a las jerarquías, a las competencias. Ese “yo” único, personalista, imprescindible y absoluto en nombre del cual suceden las cosas como el “hágase” de Dios al crear el universo. Por otro lado, ¿qué quiso decir con “…ya estaría resuelto”? No quiero sumarme a las lecturas politiqueras que hurgan intrigas hasta en los hormigueros. El problema de fondo es otro. La vicepresidencia no es un despacho ejecutivo con presupuesto ni competencia para atender asuntos de salud pública. Solo en un país donde las asignaciones presupuestarias responden a discreciones políticas se validan tales aberraciones que han trastornado el organigrama y la funcionalidad de la burocracia pública. Un Estado más grande que la isla, con una nómina que casi ronda los 700 mil empleados, tiene una de las políticas presupuestarias más incoherentes y desequilibradas del planeta. Aquí se crean las oficinas y los despachos para sus titulares, no por demandas reales. Aquel ministro que solo el ruego popular logra su destitución siempre lo nombran como asesor del Poder Ejecutivo en cualquier “vaina”. Margarita se acostumbró a resolver con los recursos que le sobraban, pero además contaba con hábitos muy dispendiosos de su esposo. Es posible que su expresión entrañara una suerte de impotencia nostálgica por no contar con la holgura de antes. Como paradoja de la vida, al parecer, a la señora del sombrero le iba mejor como First Lady que como vicepresidenta.
En tercer lugar, Margarita declara que se deben “tomar todas las medidas estrictas y rigurosas que sienten un precedente de que eso no puede volver a suceder”. Las medidas extremas en este país no pasan de una destitución. El escándalo se llevó al Ministro de Salud Pública y a la directora del hospital. Y lo cómico es que, como siempre, salen a flote opiniones de nominillas oficiales saludando la eficiencia y la responsabilidad del Presidente de la República por haber destituido al ministro ¡Gran cosa! ay, perdón…, lo que pasa es que en los gobiernos del PLD son tan raras las destituciones de funcionarios, sobre todo si son del Comité Político, que esa medida tiene un carácter patriótico. Lo lamentable para Margarita y para el país es que la mortalidad en el principal hospital infantil dominicano seguirá sucediendo por un problema tan estructural como ancestral. De hecho, las estadísticas históricas del hospital presentan la tragedia como una realidad cuantitativa rutinaria, y no por un tema de gestión sino como reflejo y consecuencia de las carencias endémicas de un sistema de salud quebrado.
¿Qué vamos a hacer? hacerle caso a Margarita: “tomar todas las medidas estrictas y rigurosas” ¿Cuáles propongo? una revisión de la estructura y organización del Estado para reducir racionalmente su tamaño y personal que permita reorientar el ahorro de los gastos corrientes a favor de sectores más prioritarios como la salud pública. El Estado dominicano está burocráticamente sobregirado. Puedo mostrarle al Presidente de la República, si me lo pide, un plan de reducción de la Administración que la hará más racional, operativa y moderna con un tercio menos de su tamaño. Lo que pasa es que el costo político de esa decisión precisa de dotaciones testiculares espartanas.
Uno de las medidas más trascendentales en esa dirección es promover un Congreso unicameral. Es bochornoso seguir sustentado la institución más corrompida e ineficiente con uno de los ingresos per cápita más elevado del mundo y una de las nóminas de representantes más alta en términos proporcionales, compuesta por 32 senadores y 178 diputados. La mitad de los países de América Latina cuentan con órganos legislativos unicamerales, y donde hay parlamentos bicamerales, estos tienen proporcionalmente menos miembros que el de la República Dominicana. Así, por ejemplo, la Asamblea Nacional de la República del Ecuador es un parlamento unicameral formado por 137 asambleístas para casi 16 millones de habitantes. El Poder Legislativo Federal en la República Bolivariana de Venezuela está conformado por 165 diputados para una población tres veces mayor a la de la República Dominicana. El Congreso de la República de Guatemala es un órgano legislativo unicameral conformado por 158 diputados para el doble de la población dominicana. La Asamblea Legislativa de la República de El Salvador es también unicameral, compuesta apenas con 84 diputados. La Asamblea Nacional de Panamá, órgano también unicameral, está integrada por 72 legisladores. La Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia cuenta con 130 diputados y 36 senadores para una población casi igual que la nuestra pero con una extensión territorial de más de veinte veces mayor que la nuestra.
¿Puede ser posible que en una media isla cuyo recorrido más largo en carretera hasta el Distrito Nacional es de cinco horas nos demos el lujo de pagarle a un diputado un sueldo (con todos sus accesorios) casi igual al de uno de los países más grande del planeta, Brasil, con una población de 202 millones de habitantes y con un territorio donde nuestro país cabe 191 veces? República Dominicana es, junto a Brasil, Chile y México, la que mejor paga a sus diputados (cerca de 9,200 dólares mensuales, sin contar las exoneraciones ni el barrilito, ni las asignaciones “sociales” especiales). Mientras eso sucede, un policía dominicano está por debajo de los salarios más bajos de América Latina. Pero antes de reestructurar y reorientar las políticas de gastos preferimos emitir bonos para financiar los estrambóticos y populistas programas sociales salcochados en la improvisación y gestionados sin transparencia para que los contratistas del círculo sigan acumulando riqueza. Exhorto a las organizaciones civiles que ya se están animando a exigir otro porcentaje del producto interno bruto (PIB) para la salud, evaluar la factibilidad de la demanda sin antes considerar un plan nacional de reestructuración del aparato estatal porque la capacidad de endeudamiento del país llegó a techos peligrosos. Durante los últimos tres gobiernos la inversión pública se ha estado financiando con base en una política adictiva de préstamos. Para finales del presente año la deuda puede alcanzar el 48 % del PIB. Se estima que el Presupuesto General del Estado para el año 2015, sometido al Congreso por el Gobierno, y que asciende a unos RD$ 630,934 millones, además de presentar un déficit de 2.5 % del PIB, consumirá unos RD$ 180,500 millones solo en el pago de los servicios de la deuda pública ¡Cuidado con eso! porque el remedio puede ser peor que la enfermedad. El plan es achicar el Estado, cortar nóminas y reducir gastos, no más préstamos.