Después de todo lo visto y oído: la salida de línea de miles y miles de los jueguitos electrónicos de Roberto Rosario; la muy sospechosa renuncia de tres mil de sus técnicos informáticos, a pocas horas de empezar el ridículo invento; el alquiler de miles y miles de cédulas a mil pesos mínimo por cada cabeza hueca (que no resolverán el hambre durante cuatro años), y la ilegal publicidad politiquera, abierta o encubierta, en los centros de votación. Después de ver, más allá del resultado, todo este amasijo de abusos y mediocridad organizacional, quien diga que esto ha sido “una fiesta de la democracia” a la franca compite ventajosamente con Boquepiano.