Esta semana, por alguna razón que desconozco, recordé un episodio de mi vida con el que caí en cuenta del desenfado maravilloso que regalan los años. Los 40 tienen un encanto que solo se conoce viviéndolos. Y viviéndolos a plenitud, consciente de esos años.
Debía tener algunos 18 o 19 años. Hablo de finales de los 90, cuando estaba en mis años de universidad y tenía mi primer empleo.
Juventud plena, a todo dar. Sábado en la noche, tenía una salida pendiente para la discoteca de moda en ese momento, que para mis contemporáneos, no costará caer en cuenta que hablo de Neón y el famoso De la Paz en la puerta, capaz de rebotar al más lindo de la fila.
Trabajaba hasta las 7 de la noche en una tienda de moda en ese entonces y no tuve chance de ir al salón. El pelo, a mi entender de esos años, era un desastre que para mí, solo se resolvía en un salón de belleza y dándole calor a la melena.
Mi hermana Yenny, la más habilidosa de las tres, planteó una salida que entendíamos ambas que era la solución. No recuerdo dónde me dijo ella que había visto ese truco porque en ese momento los tutoriales de YouTube ni los videos de life hacks existían. Lo cierto es que la solución terminó convertida en un desastre.
Terminé con el pelo repleto de talco para bebé, hecho una pasta y totalmente blanco por el exceso de polvo. A las dos nos costó reírnos. A mí, cancelar la salida, rechazar la invitación y dándome una ducha para acostarme a ver televisión.
Ahora, a mis 40 años, miro atrás y caigo en cuenta de cuánto se complica la vida uno cuando es joven. Porque ahora de seguro un pelo sin salón no me detiene para darme un gustico, compartir con gente querida, bailar, darme un traguito y vivir mi vida a plenitud.
No apelo al descuido y muchísimo menos al abandono físico. Hay cuidarse y esperar los años con gracia y dignidad. Pero no estamos tampoco para complicarnos más de lo que la vida trae consigo.
De seguro usted me invita ahora y si no he ido al salón, resuelvo con unos buenos rizos, con una cola bien hecha, un moño alto, me doy un buen blower en casa y listo. Pero por salón, no es verdad que me voy a complicar y mucho menos a negarme a la vida por eso.
Por supuesto, lo digo ahora, desde la comodidad y el desenfado que conceden los años y con la seguridad que nos regala la vida cuando uno ya ha caminado y se conoce a sí mismo.
El método del talco jamás fue implementando ni por Yenny ni por mí. La técnica murió en ese primer intento.
A las de 20 y 30, aquí va mi recomendación desde la alegría de mi experiencia. Que no se compliquen, que no se nieguen a vivir a plenitud en nombre de detalles tan mínimos como un peinado o repetir ropa. La vida no se sienta en una mecedora a esperar que uno la viva. La vida está hecha para vivirla y vivirla bien.