La educación de la República Dominicana hace mucho tiempo que genera dolor de cabeza. Este dolor es nacional e internacional. Hay quienes no solo externan sus preocupaciones, sino que presentan propuestas, unas razonables y otras desenfocadas, desde mi punto de vista. Pero es loable que haya propuestas de acciones alternativas a la realidad educativa actual. El mayor porcentaje de las valoraciones sobre la educación tiene como foco la ignorancia y la incompetencia de los maestros. Estos calificativos se les otorgan a los profesores del ámbito preuniversitario y a los del campo de la Educación Superior. Para sectores del gobierno, empresariales y de la sociedad civil, la mediocridad educativa del país se resuelve con otros maestros formados por personal extranjero. Considero que los análisis que se hacen de la educación dominicana carecen de la seriedad y la profundidad requeridas.

En este marco, constato que existe miedo de tocar el fondo de los problemas de la educación. Se observan especialistas en ideas, estrategias y propuestas con tintes cosméticos al abordar el problema educativo. Además, los análisis se quedan en el perímetro urbano; no llegamos al fondo en el perímetro periférico y, mucho menos, en el rural. Se advierte un liderazgo en análisis educativo desarticulado. Se hace un análisis que libera al Estado y a las instancias que lo representan; oculta la responsabilidad de instituciones formadoras y exime de compromiso a la sociedad y a las familias. Sostengo que los profesores tienen una responsabilidad alta en el problema de la educación, pero no son los únicos causantes del desastre que se observa. Lo primero que hemos de tener claro es que participamos de una sociedad carente de institucionalidad; y que esto incide directamente en el sistema educativo nacional. De igual modo, asumimos con toda normalidad que el Ministerio de Educación sea una fuente natural de candidatos presidenciales que exhiben recursos que ninguna instancia examina ni, mucho menos, controla. Esto también impacta la calidad de la educación dominicana. Asimismo, se multiplican las licencias para formar maestros sin evaluación ni regulación alguna. Esta permisividad afecta la calidad de los aprendizajes. Además, se politiza la educación del país de forma sutil y abierta con nombramientos, con lineamientos y con acciones proselitistas en los centros educativos y universitarios; y en los Ministerios.

La despolitización de la educación es una de las tareas que ha de ocupar la atención y despertar mayor interés, si realmente se desea avanzar hacia una educación consistente. La educación no se puede dejar instrumentalizar por los partidos políticos y, sobre todo, por los que están en el poder. No. Todos los partidos han de posibilitar la educación con un trabajo activo desde su propio seno. Para ello lo primero es que han de ser realmente un partido político con vocación y compromiso con el desarrollo social y humano.

A la despolitización de la educación ha de acompañarle una gestión de la educación en la que no solo se privilegien los saberes vinculados a gerencia y sentido estratégico. Los que dirigen la educación, además de estos saberes, han de tener una formación que les aporte un conocimiento integral y actualizado del campo de conocimiento que lideran. El déficit en este aspecto afecta la calidad de la educación.  De la misma manera, los maestros del ámbito preuniversitario han de ser formados para que asuman su desarrollo humano y profesional con mayor conciencia y autocrítica. El Ministerio de Educación, a su vez, ha de ser más responsable; y apoyar procesos que incidan en la práctica educativa de los profesores y en su desarrollo humano e intelectual. Con eventos puntuales, muchos improvisados, no se adelantará. Al contrario, debe invertir en la formación de un profesor investigador, reflexivo; y con tiempo para autoevaluar y relanzar su práctica. Es con procesos sistemáticos de estudio y de acción reflexiva que los profesores pueden reconvertir su modo de pensar y su saber-hacer. En la educación pública y en la educación privada son pocos los profesores que cuentan con espacios propios para estudio, investigación, análisis y producción innovadora. ¿Entonces de qué calidad hablamos? ¿La educación de calidad es mágica?  ¿Quién les pone atención a las necesidades básicas de los centros educativos y de los maestros? ¿Quién le marca pautas de exigencias coherentes al Ministerio de Educación, a los maestros y a la Asociación Dominicana de Profesores? ¿Quién le da seguimiento sistémico a la calidad que han de asegurar las instituciones formadoras? ¿Es real la preocupación por la calidad de la educación?

Propongo una evaluación nacional de la educación, de sus actores y gestores, caracterizada por la libertad, transparencia e integralidad. Propongo, también, un seguimiento riguroso a todo lo que implique comercialización de la formación de los educadores en la sociedad dominicana. Propongo encarecidamente la despolitización general de la educación y el fortalecimiento de la ética en las aulas, en el Ministerio de Educación y en las instituciones formadoras.