La República Dominicana, a pesar de que ocupa un lugar muy bajo en los índices de calidad de la educación, a nivel de la región latinoamericana y del mundo, ha dado pasos significativos en el campo de la educación. Admitimos, que en el ámbito educativo, evidenciamos sencillos, pero reales progresos. Podemos compartir algunos, que forman parte del consenso nacional:

Las madres y los padres dominicanos, poseen mayor conciencia del valor de la educación de sus hijas e hijos.  La sociedad dominicana tiene alta sensibilidad por el cuidado y el avance de la educación. La educación pública, muestra más organización y reconoce sus necesidades de mejora. El 4% de PIB para la educación, prueba fehaciente, de una conquista del movimiento social dominicano, para que la educación avance y se cualifique.

Podríamos continuar haciendo memoria, de  otros hechos que confirman el compromiso por una educación mejor, para todas y todos. Pero dejamos que nuestros lectores, completen esta enumeración y se inscriban en los grupos de veedurías, de tal modo, que  estos logros no se queden en la ciudad y puedan incidir en las zonas rurales de nuestro país, especialmente, en las más alejadas, como Fundo viejo, El Gramazo y  Gajo de Monte.

Las comunidades señaladas,  son una muestra representativa de la inequidad que prima entre la educación urbana y la educación rural. Es una muestra también, de la desigualdad social y educativa, que interpela y desafía a los dirigentes del país, a la sociedad civil y a cada uno de los ciudadanos que optamos por una educación de calidad, que alcance a todos, especialmente, a los más excluidos de la sociedad.

Nuestra indignación por las condiciones en que muchas comunidades rurales del país operan en el campo de la educación, cuenta con el aval, de informes nacionales e internacionales. Los mismos, plantean el problema y apremian a trabajar por una igualdad social y educativa, que impacte el campo dominicano y no concentre la atención, casi de forma exclusiva en el contexto urbano.  Este problema histórico, debe encontrar solución para que podamos creer, que la República Dominicana es el país, de mayor crecimiento económico en el continente y casi en el mundo. Importa acercar la realidad educativa del campo a las cifras mágicas de crecimiento económico que nos presenta habitualmente el Banco Central. Estas cifras, no pueden continuar en las nubes, tienen que impregnar la vida de los dominicanos y en este caso particular, las condiciones de los actores de los centros educativos de las zonas rurales.

La desigualdad social y educativa, atenta contra la dignidad de las personas y de la sociedad. Estanca el desarrollo de las comunidades rurales y coloca a los actores en los listados de los grupos humanos que sobran y aún más, en grupos que obstaculizan la celeridad del desarrollo y de la paz.

Fundo viejo, El Gramazo y  Gajo de Monte y Fundo Viejo, comunidades  tal vez desconocidas por muchos, antes de los reportajes de Vianco Martínez en el periódico digital  acento.com.do  sobre su realidad educativa, nos alertan e invitan a constituir un movimiento ciudadano a favor del campo. Un movimiento, que vele y trabaje por una educación rural que cuente con los medios necesarios para funcionar con dignidad, con posibilidades de desarrollo integral, y sobre todo, con la oportunidad de disfrutar  un derecho, que según la Constitución de la República, compete a todos los dominicanos, estés en el campo o en la ciudad. 

Apelamos también, a que las mismas comunidades rurales, activen su creatividad y despierten  las capacidades que puedan estar dormidas, para que se informen sobre sus derechos; para que reflexionen, individual y colectivamente sobre éstos. Además, para que busquen alternativas que contrarresten la precariedad y el olvido a que están sometidos.

Ya no es posible sostener y contemplar pasivamente la desigualdad.  Por ello, la educación dominicana está compelida a distribuirse y ejercitarse desde parámetros más cercanos a la justicia, al respeto a la condición humana y sobre todo, desde principios más coherentes, con las cifras económicas tan relucientes que se exhiben ante los Bancos extranjeros y nacionales.   

Urge que recuperemos, el afecto por el campo, por su gente, por sus aportaciones, por su belleza y especialmente, por la energía humanizadora que tienen y proyectan. La educación rural cuenta. La educación rural, no puede continuar como  tarea pendiente e inconclusa. Démosle el frente, a los desafíos que nos plantea como ciudadanos y ciudadanas. Vayamos más allá y actuemos, para que los líderes políticos y dirigentes del país, se dejen interpelar por la marginación de la educación rural. Trabajemos para que éstos, asuman corresponsablemente la restauración del derecho a la educación digna y de calidad,  todos los pobladores de los campos de nuestro país. Trabajemos, para que haya unidad indivisible entre discurso educativo y discurso económico; entre acción educativa y acción económica.