…Y trataba el hombre de concentrarse en sus cosas, y ¡nada!…No lo dejaban. El vocerío seguía por todas partes, pidiéndole que le hablara a su pueblo. Pero él insistía en el silencio, y ¡nada!…No le daban paz….Con  marchas por aquí y por allá. ¡Y ese verde…ese verde!… (¡Oh, Dios! ¡Nunca imaginó que alguna vez ese color le sería tan odioso!). ¡Pero qué caso tan patético!: En vez del Tenorio (“¡Cuán gritan esos malditos!… ¡Pero mal rayo me parta si no pagan caros sus gritos!”), quien vino a su mente fue un general montonero cuyo sombrero le venía muy grande: “Dice Desiderio Arias que lo dejen trabajar”.