Después de la caída de Trujillo, en República Dominicana predominó un sistema de partidos con dos grandes organizaciones que cautivaban, cada una, un amplio segmento del electorado – a partir de 1966, el reformismo y el perredeísmo. Existieron además múltiples organizaciones pequeñas, de derecha a izquierda, que con frecuencia se unían a las grandes.
La excepción fue en la década de 1990, cuando el PLD se posicionó como tercer partido fuerte y surgió el tripartidismo temporalmente. La muerte de Balaguer en 2002 trajo el colapso electoral del PRSC y el consecuente fortalecimiento del PLD a costa del reformismo.
La última división del PRD eclipsó lo que quedaba de bipartidismo, y la reciente alianza PLD-PRD para la reforma constitucional a favor de la reelección de Danilo Medina, redujo drásticamente el potencial electoral del PRD. Con este panorama, el PLD ha quedado como el único partido tradicional con amplio apoyo electoral.
Para intentar derrotar el PLD, la oposición necesita ahora más que nunca unificarse, pero la desestructuración del sistema de partidos se convierte, paradójicamente, en un incentivo para mayor división, ya que no está claro quién captará el voto de los opositores al PLD
En este contexto, el PRM aspira a convertirse en la segunda fuerza política con el apoyo del electorado perredeísta, pero es una organización aún en estructuración. Su futuro electoral permanece incierto, y a la fecha, no ha concitado el nivel de apoyo masivo que requiere para posicionarse desde ya como una gran fuerza política. Tiene nueve meses para demostrar dónde quedará en este nuevo ciclo político.
En el contexto actual de desestructuración del sistema de partidos, es de esperarse que surjan nuevas organizaciones y nuevas alianzas, tal cual está ocurriendo. Ya se anunció la formación de Opción Democrática que preside Minou Tavárez Mirabal con una propuesta progresista; y por el otro lado, los Vinchos buscan forjar una nueva alianza conservadora en torno al ultranacionalismo.
Al estar en el poder, el PLD queda bien posicionado porque la inmensa mayoría de los peledeísta (y sus allegados) no desea salir del poder y tienen inmensos recursos para permanecer. De ahí que casi todos, al final, apoyaran la reelección. Pero el PLD es también un partido fracturado después que Danilo Medina destronó a Leonel Fernández. Las heridas permanecen abiertas y la curación aún incierta.
En síntesis, de haber sido bipartidista o tripartidista, el sistema de partidos dominicano ha devenido en unipartidista, pero siempre con múltiples partidos minoritarios que aumentan en número, y tienden a permanecer en el tiempo por la rentabilidad económica o simbólica para sus dirigentes.
Si la división actual de la oposición se mantiene a mayo de 2016, el PLD será beneficiado electoralmente. Sólo una crisis económica de gran magnitud, que no se perfila en los próximos nueve meses, podría barrer con el Gobierno.
Para intentar derrotar el PLD, la oposición necesita ahora más que nunca unificarse, pero la desestructuración del sistema de partidos se convierte, paradójicamente, en un incentivo para mayor división, ya que no está claro quién captará el voto de los opositores al PLD. Es decir, en el vacío político que ha dejado el colapso electoral del PRSC y del PRD, se abren nuevas posibilidades de entrecruzamientos electorales.
La ultraderecha trata de reposicionarse recapturando una porción de los votantes que pasaron del reformismo al PLD, mientras el sector más progresista es campo abierto.
La mayoría de los partidos políticos dominicanos se hicieron conservadores en las últimas cuatro décadas, y muchos fueron colocándose al lado del PLD para usufructuar en las últimas dos décadas. Las fricciones en el PLD entre el danilismo y el leonelismo han debilitado la alianza conservadora que lo sustentó en el poder desde 1996, y el colapso del PRD ha dejado sin referente político el sector que, en sentido difuso, José F. Peña Gómez estructuró como la centro-izquierda.
Artículo publicado en el periódico HOY