Estoy en Pekín. Hace una semana salimos de Santo Domingo atendiendo una invitación que a través de la Presidencia de la República cortésmente extendiera la Oficina Comercial de China en el país.

Justo antes de salir en medio de los aprestos usuales de un viaje tan largo, mi hijo Rafael Eduardo me describió a China como “La mamá del mundo”.

Se trata de la óptica de un niño de nueve años que quiere ser YouTuber, que tiene acceso cotidiano a la tecnología y que ha visto el Made in China en casi todos sus juguetes y aparatos electrónicos.

Y mi muchacho no se equivocó.

Pekín me ha sorprendido. Las 14 horas de vuelo desde un lado del mundo al otro sí que han valido la pena. Tanto como el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre República Dominicana y China.

Una ciudad impresionante que exhibe un desarrollo y un avance que supera la realidad del mundo actual y que para dicha de nosotros, promete ser un intercambio interesante entre dos culturas tan distintas pero que pueden llegar a entenderse muy bien y complementarse una a la otra. Como lo hemos hecho desde siempre.

Con una cultura milenaria, de las más viejas del mundo y que encierra un misticismo cargado de respeto y solemnidad por sus ancestros que lo hacen digno de nuestra admiración. Esta gente conoce su historia, la venera y en un gesto de nobleza también la comparte.

Una carga histórica que va en armonía con el flujo de turistas y el ritmo moderno de una urbe sumamente agitada. Aquí lo muy antiguo convive muy bien con la actualidad.

Hemos llegado a una cuidad de gente afable, con un trato humano altamente gentil y un sentido extraordinario del respeto y las atenciones.

Con un nivel práctico impresionante que deja poco margen a los matices y una disciplina en todo aspecto que parece ser el secreto de su éxito y el ascendente desarrollo que exhiben y que los coloca como un país de récords.

Número uno en producción de frutas y vegetales, en la industria automotriz, en construcción de infraestructuras, ingeniería, tecnología, comunicación, desarrollo e investigación.

Gente con una formación de trabajo que no sabe de descansos ni días libres. El comercio en Pekín no se detiene.

Con un sistema político y social que ha permitido reducir la pobreza apenas en un dos por ciento de la población de un país enorme, el tercero más grande del mundo en términos de territorio y con nada más y nada menos que catorce fronteras. Una brecha social, que según sus políticas apunta a seguir reduciendo hasta erradicar la pobreza.

Probablemente su misma cultura que propicia y cultiva la paciencia como un estilo de vida, es la que les ha permitido trazarse metas a largo plazo, trabajarlas y lograrlas.

El vínculo diplomático que ha sellado de manera formal nuestro afecto a gente tan trabajadora que históricamente ha aportado al crecimiento de nuestro país, es sin dudas un motivo de celebración y una decisión sabia del gobierno dominicano que apoyo y saludo sin condiciones.

Nǐ hǎo a todos nuestros amigos chinos y Xièxiè por su acogida.