“La política se profesionaliza y los políticos se convierten en un grupo social que defiende sus intereses comunes por encima de los intereses de quienes dicen representar: se forma una clase política, que, con honrosas excepciones, trasciende ideologías y cuida su oligopolio…”
(Manuel Castells: RUPTURA. La crisis de la democracia liberal).
La democracia de cascaron, famélica, de la sociedad dominicana está frente a una dura prueba: una acelerada descomposición simultáneamente con una mordaz crisis de representación. Una dosis ampliada de degradación institucional. De una práctica perversa donde con acciones y decisiones refuerzan el grado de descomposición expresado en la ilegitimidad, en el hondo vacío del puente quebrado entre sus agendas y la de la ciudadanía.
Una democracia enteramente minimalista donde los actores políticos no generan confianza ni siquiera a lo interno de su estructura partidaria. Partidos políticos donde la elite intrapartidaria no sabe gestionar sus conflictos y juegan permanentemente al ganar- perder y al perder-perder. Son, quizás, líderes en el mundo en judicializar sus diferencias donde se sabe que una vez en el tránsito de la justicia habrá un ganador y un perdedor, no existe el consenso ni la estrategia de colaboración.
La ley de Hierro de la oligarquía partidaria se ha acrecentado aún más, más allá de la pobre circulación de las elites, de una cúpula, que su sentido de la “profesionalidad” no le permite espacio en otros ámbitos de la vida social, aun al costo de la existencia de la propia nación. “… se reproducen eternamente y raramente vuelven a la vida civil mientras puedan medrar entre los vericuetos de la burocracia institucional”.
La descomposición del sistema político nuestro no se ha cristalizado en una fractura total, en gran medida por el financiamiento público, todo el tiempo, todo el año. Sin embargo, el radio de sus acciones nos está llevando como sociedad, como cuando un huracán pasa por una casa de cartón. Nos están jodiendo nuestras vidas, las de nuestros hijos y nietos. ¿Cómo se refleja esa descomposición del sistema de partidos?
El Partido Reformista Social Cristiano en los últimos 17 años ha tenido más de 5 cismas, divisiones. Un partido sin la más mínima orientación que no sea querer estar en el poder, no importa cómo y con quien. Conserva una dirigencia partidaria que al fragor de la democracia y los resultados debieron dejar que otros dirigieran o ir a la tumba de Balaguer y entregarle lo que queda de la simbología de él. El colmo de esa dirección es que (Presidente y Secretario General) deciden formular públicamente la necesidad de una contrarreforma de 11 puntos donde se habilite al Presidente de la República, quien ha dicho que 4 años y un periodo más es suficiente y que se requiere sangre nueva. Todo lo cual, él mismo se excluyó por el dilatado tiempo en la presidencia y porque tendrá 73 años en el 2024. En una democracia de mediana intensidad, ese partido sencillamente ya no existiera.
Como tampoco debería de gravitar, aunque sea por canonjía de la vivencia del clientelismo, el PRD. Un partido, actual negador de sus 80 años de historia. Un partido que es el arquetipo fundacional de visualizar y así es su modus operandi, de cristalizar y simbolizar la política como negocio. Un partido sin estrellas en el arte de la política y en la ciencia que la constituye.
Lo de Hipólito Mejía es el grito final, sin historia. Es el aullido de un colofón, de un ciclo que lo excluye en todas las dimensiones: edad y la complejidad de un mundo donde el instinto y la energía no son hoy el mero protagonismo para el éxito. La cadena de la pasión, el empuje de la emoción y el carisma no crean el fuego para generar la antorcha de la historia. Ni siquiera su vocero, un hombre decente, preparado, que ha asumido roles de dignidad, pudo articular y defender el desaguisado cruel de la habilitación del presidente para el 2024. ¡Solo su cantera emocional robustecida en su ardor caudillista lo explica! Su individualismo trastoca y crea ruido a su partido. A él no le importa, él es Hipólito. Un dinosaurio en el Siglo XXI en la Sociedad del Conocimiento y de las Tecnologías de la Información, donde el 39.68% de los electores tienen menos de 35 años.
Como nos dice Manuel Castells “… Se trata del colapso gradual de un modelo político de representación y gobernanza”. Una crisis de confianza que expresa de manera meridiana la profunda deslegitimidad de los gobernantes frente a los gobernados. Una ruptura que se cobija en el desconocimiento del poder de la ciudadanía, de una sociedad que exige no solo mayor representación, sino calidad de la misma y mayor participación.
Es lo que vemos en el PLD, una verdadera crisis por el poder, una crisis al mismo tiempo de resentimientos evacuados en personalidades sin almas espirituales, donde el escozor primitivo de la naturaleza humana vuela y se airea en cualquier salón con aspavientos y sin él; empero, con la simulación, la hipocresía y el cinismo como canto de sirena de Viena. De una “humidad y una honestidad” que no nos dejan dormir por el dolor que acusa el espejo en su reproducción cuando se proyecta de verdad. ¡No se pueden mirar! Evocamos a Bosch con su análisis de la pequeña burguesía, solo que ahora es OPULENTA.
La descomposición del sistema político se grafica en la no asunción de la democracia. La democracia es mayoría y al mismo tiempo es minoría. No podemos desdeñar la minoría, subestimarla, ella es la regla de la democracia como fuente de poder y contrapoder, es la expresión vívida del sistema democrático. La minoría es una mirada diferente. Lo que hoy es mayoría pasa a ser minoría y viceversa. Solo las personas autoritarias, en mayoría, desconocen a la minoría y despliegan sus alas para destruirlas. Verbigracia: el PLD es mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, en su Consejo Directivo no hay miembros de la minoría a pesar de ser una expresión significativa.
¿Acaso el Partido Reformista, el PRD no fueron mayoría? ¿No fue el PLD minoría desde el 1973 hasta el 1990 y luego minoría en el 1994 dentro de los tres partidos tradicionales? ¿Acaso Danilo Medina no perdió las elecciones en el 2000 y el PLD quedó en tercer lugar y luego en el 2007 perdió al interior de su partido y, en el 2012, apenas contaba con 5 senadores? Nuestra democracia diabética requiere de reales demócratas. El punto más álgido de la miseria en la descomposición de los partidos es ver muchos precandidatos, que en una democracia más creíble donde la justicia funcionara y el Ministerio Público fuera independiente y decente, no existieran, no pudieran hablar en los medios ni fueran ya figuras públicas. ¡Algún día serán presos de su ira, de su arrogancia, prepotencia, felonía y de ODEBRECHT!
La degradación institucional permite y crea espacios a esta terrible crisis de los partidos que como yunta de bueyes galopan y nos cercenan sin escapatoria. Su colapso es ineluctable. Urge una práctica institucional diferente que coadyuve con una mejor vida social.